martes, 25 de marzo de 2025

PALABRA COMENTADA




 La Anunciación

Todos los seres humanos en su diversidad cuentan para la salvación, y ninguna exclusión social, cultural, económica, política o religiosa es determinante para ello, porque la salvación es un don de amor del Padre en Jesucristo.

María es un gesto de inclusión de esa diversidad, como otros que Jesús obrará en su vida, y la comunidad de su Espíritu deberá realizar a través de la historia.

La inclusión en sus luchas debe ser discernida como un servicio de liberación que nos llama a conformar una sola fraternidad, con un solo Padre, en el paradigma de su hijo Jesús de Nazaret

 

Isaías 7,10-14;8,10




REFLEXIÓN

"Pide una señal al Señor, tu Dios: en lo hondo del abismo o en lo alto del cielo."

En la peregrinación de la fe, ante dilemas que plantean una decisión importante, pedimos una señal para no errar, para acertar, para alinearnos con el beneplácito del Señor, que intuímos será nuestra realización.

Ignacio de Loyola, hombre de fe, en su minucioso seguimiento de las señales del Espíritu, plasmó reglas que tampoco son evidencias absolutas, pero se pueden considerar aproximaciones a la voluntad de Dios.

En ese ensayo Ignacio daba por sentado la comunicación y comunicabilidad del Espíritu del Señor al espíritu del creyente, a la fe activa.

Y mientras mantenía su foco en las manifestaciones relevantes de la sicología humana e intentaba descodificar su signo espiritual para entender a Dios, también se esforzaba por hacerse sensible y disponible mediante el afinamiento que aporta el distanciamiento del propio amor, querer e interés.

"No la pido, no quiero tentar al Señor."

No hay regla fija, ni ubicación permantente en una actitud. Igual parecería prudente la respuesta de Acaz. Pero en esta coyuntura no lo era, porque el Señor por Isaías le manifestó su insistencia en darle una señal.

En este momento Acaz es sinónimo de hipocresía, porque una señal será el llamado para su propio compromiso y responsabilidad.

 El Señor está presto a darnos muestras de su presencia amorosa, pero no sin algún tipo de involucramiento de nuestra parte en su designio.

¿No os basta cansar a los hombres, que cansáis incluso a mi Dios? Pues el Señor, por su cuenta, os dará una señal

Esa insistencia del Señor por salvarnos se propone en este texto. No está harto de nosotros porque no queramos una señal, sino por la poca fe que se resiste a aceptar la voluntad amorosa de salvación: Él sí quiere salvarnos, pero nosotros no lo dejamos!

Jesús mostrará ese cansancio o fastidio: dar señales que no llevan a un compromiso del beneficiario.

En nuestro servicio apostólico, por la construcción del Reino olvidamos que las señales que se brindan: comida,vestido, sanación, solidaridad…no son fines en sí, no son compra de conciencias ni de favores, son llamadas a un compromiso de ulterior solidaridad y conversión.

El Señor busca que su amor sea compartido fraternalmente, y no que se continúe la opresión de unos contra otros.

Pues el Señor, por su cuenta, os dará una señal: Mirad: la virgen está encinta y da a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel, que significa "Dios-con-nosotros

Pueblo de dura cerviz significa testarudo, aunque más bien debería ser testa-duro. No le gusta inclinar la cabeza, porque siente humillación, disminución.

En la historia bíblica, paradigma de una historia de salvación que hacemos todos, se da una tensión permanente entre el Designio del Señor y Padre y la testadurez de los que en principio aceptaron creer y obedecer, pero en el camino se encabritan.

Hay dos personajes en esta historia, entre otros, con los que nos quedamos en la etapa de la nueva alianza de esta historia salvífica: Jesús y María de Nazareth.

Y al enfocarnos en su fe-obediencia-colaboración con el Designio-reinado del Señor, caemos en cuenta que ellos cristalizan y consolidan expectativas y anhelos de logro de salvación en la historia.

Ellos recogen anuncios y profecías previos, para darles en su realidad toda la luminosidad y comprensión para dar con el sentido total de la buena nueva.

Jesús y María de Nazareth son una pareja que salva, de acuerdo a la primera reflexión post-evangelios del siglo segundo. Son la re-edición de la primera pareja Adán y Eva.

Para nuestro siglo tan ávido de protagonismo femenino por encima del masculino se trata de un mensaje de colaboración, no de usurpación.

Igualmente, Jesús en su cuadrante cultural, no representó tampoco la dominancia del macho de la cultura patriarcal, sino que más bien tejió relaciones de colaboración con mujeres de su época.

Porque la colaboración es fraternización para hacer comunidad de ágape. Es el antídoto contra la dura cerviz egocéntrica.

La dinastía de David se mantendrá, es un significado inmediato.

Una mujer,María,  dará a luz el mesías, Jesús de Nazareth.

Emmanuel sigue viniendo, en clave de la Palabra Encarnada, en nuestros días y en todo tiempo, porque la oferta de Salvación se mantiene y el Señor no se cansa de acudir.

También pudo haber dicho: la muchacha, la adolescente.

Hoy el embarazo de adolescente puede erigirse como señal ambivalente: por un lado muestra la erosión de la familia, en la que hijos e hijas desde temprano incursionan en el sexo fácil, que sus mayores les inculcan por no ofrecerles afecto y apoyo.

Por otro puede darnos a entender la vida desbordante que sobrepuja la muerte, a pesar de los abortos en cantidades industriales que practican nuestras sociedades.

Salmo responsorial: 39



REFLEXIÓN

Tú no quieres sacrificios ni ofrendas, / y, en cambio, me abriste el oído; / no pides sacrificio expiatorio, / entonces yo digo: "Aquí estoy."

Tú quieres disponibilidad: no tanto lo que se nos ofrece, sino lo que nos inspiras y hacia lo que nos llamas.

No todo está en la Palabra escrita, porque hay que escucharla cuando se aviva en la existencia, en el prójimo, el/la/los/las que se aproximan para que les sirvamos a su salvación.

Ignacio de Loyola creador de los Ejercicios Espirituales esperaba que la mínima Compañía de Jesús fructificara apostólicamente fundada en la disponibilidad: siempre estar dispuesto para dirigirse a la obra que el superior decidiera finalmente, aunque hiciera consultas, porque en fe se tomaba esa decisión como voluntad de Dios.

Es una muestra de la colaboración con el reino del Padre, que practicaron Jesús y María de Nazareth.

Para eso son sus señales: para abrirnos el oido y hacer su voluntad.

llevo tu ley en las entrañas

Así es la ley que se adhiere a las entrañas.

he contado tu fidelidad y tu salvación, / no he negado tu misericordia y tu lealtad / ante la gran asamblea

Esto es lo mínimo:confesarlo. Esta también es la cima: seguirlo confesando hasta el final.

La liturgia como inicio de su voz y nuestra escucha como pueblo, y final como cosecha del envío a hacer su voluntad.

Hebreos 10,4-10



REFLEXIÓN

"Aquí estoy yo para hacer tu voluntad."

Antes que Jesús lo expresó María de Nazareth. Y su disponibilidad fundamentó y amamantó la disponibilidad del hijo Jesús.

Y conforme a esa voluntad todos quedamos santificados por la oblación del cuerpo de Jesucristo, hecha una vez para siempre.

Nuestro hermano, la Palabra encarnada nos ha donado el Espíritu que la vivifica en nuestras entrañas.

También somos capaces de vivir el “aquí estoy para hacer tu voluntad”

Santificados, consagrados, orientados desde el fondo de nuestro ser al servicio de su voluntad, de su designio.

Como quebradas, arroyos,riachuelos y afluentes, nos vamos uniendo al gran caudal de aguas corriente abajo, hasta desembocar en el mar.

Lucas 1,26-38



REFLEXIÓN

se llamaba María

María como toda mujer que reformulará su rol en una sociedad para contribuir a la salvación.

Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo

Se trata de un gozo anunciado, pero que deberá apropiarse en la vivencia y en la existencia.

Ella se turbó ante estas palabras y se preguntaba qué saludo era aquél

El buen ángel puede turbar, incluso a personas de buen vivir, en la medida que impacta y cambia la orientación de sus vidas.

María es para nosotros desde entonces el paradigma de la sabiduría discerniente colaboradora del verbo encarnado.

Nos enseña a historizar el designio. El Señor se deja llevar por este discernimiento.

No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios

Parece un lenguaje cortesano, cuando no era cualquiera el que podía hablar al Soberano, ni obtener su atención.

Es una expresión de la dedicación amorosa de un gran Señor hacia una sierva, al modo de Ester mujer del rey persa.

¿Cómo será eso, pues no conozco a varón?

Es la señal de la voluntad del Señor envuelta en circunstancias muy difíciles para María la casadera.

María, la sabia, interpela el supuesto plan de Dios, para hacerlo un designio realizable.

Pone la dosis de realismo, que transfiere cualquier sueño a la realidad de la existencia, para que no quede en una ilusión.

No ejercerá una maternidad mágica ni narcisista, que esquiva el desafío de la realidad, sino todo lo contrario.

Con ella preguntaremos siempre: Cómo será esto…? Por lo pronto ella no conoce varón.

Sabe que no se ha acostado con José ni con nadie, aunque las circunstancias externas, estar embarazada, la incriminen ante los demás.

ya está de seis meses la que llamaban estéril, porque para Dios nada hay imposible

Se le da una señal que anima su incipiente apertura de fe

El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el Santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios

para Dios nada hay imposible

Si nuestra fe es disponibilidad entonces encarna la Palabra para el mundo.

Porque en nuestra fe y obras colaboramos con la consolidación de la fraternidad.

Estamos celebrando la vida nueva de Jesús. Y recordar la encarnación es abrirnos a todo el fulgor y brillo de su Palabra como obra del Espíritu en colaboración de María.

hágase en mí según tu palabra

El sí definitivo de María, la madre creyente que hace suyo el “aquí estoy para hacer tu voluntad”, con toda su complejidad histórica.

Y se entrega al designio, a colaborarle y hacerlo vida concreta. María es así el correlato de Jesús quien en el salmo ha expresado que ha venido a hacer su voluntad.

Se presenta así la pareja que reversa una historia triste desde el principio: hombres y mujeres que no escuchan la palabra y no la ponen en práctica.

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 La Anunciación

Isaías 7,10-14;8,10

Aunque se discuta el término virgen, y de qué niño se trata, si un heredero real o un hijo de Isaías, se ofrece un signo de novedad como de parte de Dios, que no está vinculado a cálculos políticos y militares. Es un signo apropiado por los cristianos para ver en la historia de Jesús su cumplimiento. Esta circunstancia de un vástago en lo histórico y en la apropiación cristiana es bautizada con un nuevo nombre que revela el modo presente y actuante de Dios: Emmanu El

Salmo responsorial: 39

Un sacrificio nuevo está en curso, superior a los antiguos de animales y holocaustos. Es el que se tiene como más agradable y acepto a Dios: uno mismo, la propia persona.

Hebreos 10,4-10

Se terminó la vigencia del ritual que ofrenda víctimas y sangre, por inútil e ineficaz. Con la entrega histórica de la persona de Jesús, su cuerpo y sangre, la ofrenda se dio una sola vez para siempre. Es la realización de lo que estaba prefigurado.

Lucas 1,26-38

María recibe un enviado de Dios, Gabriel Arcángel. No una visión, no un sueño. Una visita, un mensajero.Hay sorpresa, recelo de parte de María, pero palabras de paz y serenidad. Un anuncio de gozo se impone: Alégrate.El mensaje se inserta en un contexto de historia de salvación. El mensajero invita a María a la aceptación de esta misión y ella accede.María pasa a ser entonces el modelo de concebir la Palabra de Dios en carne y entregarla.

DOCTORES DE LA IGLESIA

DOCTORES DE LA IGLESIA


 
De las Cartas de san León Magno, papa
(Carta 28, a Flaviano, 3-4: PL 54, 763-767)
 
EL MISTERIO DE NUESTRA RECONCILIACIÓN

 

La majestad asume la humildad, el poder la debilidad, la eternidad la mortalidad; y, para saldar la deuda contraída por nuestra condición pecadora, la naturaleza invulnerable se une a la naturaleza pasible; de este modo, tal como convenía para nuestro remedio, el único y mismo mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús, hombre también él, pudo ser a la vez mortal e inmortal, por la conjunción en él de esta doble condición.

 El que es Dios verdadero nace como hombre verdadero, sin que falte nada a la integridad de su naturaleza humana, conservando la totalidad de la esencia que le es propia y asumiendo la totalidad de nuestra esencia humana. Y, al decir nuestra esencia humana, nos referimos a la que fue plasmada en nosotros por el Creador, y que él asume para restaurarla.

 Esta naturaleza nuestra quedó viciada cuando el hombre se dejó engañar por el maligno, pero ningún vestigio de este vicio original hallamos en la naturaleza asumida por el Salvador. Él, en efecto, aunque hizo suya nuestra misma debilidad, no por esto se hizo partícipe de nuestros pecados.

 Tomó la condición de esclavo, pero libre de la sordidez del pecado, ennobleciendo nuestra humanidad sin mermar su divinidad, porque aquel anonadamiento suyo -por el cual, él, que era invisible, se hizo visible, y él, que es el Creador y Señor de todas las cosas, quiso ser uno más entre los mortales- fue una dignación de su misericordia, no una falta de poder. Por tanto, el mismo que, permaneciendo en su condición divina, hizo al hombre es el mismo que se hace él mismo hombre, tomando la condición de esclavo.

 Y, así, el Hijo de Dios hace su entrada en la bajeza de este mundo, bajando desde el trono celestial, sin dejar la gloria que tiene junto al Padre, siendo engendrado en un nuevo orden de cosas.

 En un nuevo orden de cosas, porque el que era invisible por su naturaleza se hace visible en la nuestra, el que era inaccesible a nuestra mente quiso hacerse accesible, el que existía antes del tiempo empezó a existir en el tiempo, el Señor de todo el universo, velando la inmensidad de su majestad, asume la condición de esclavo, el Dios impasible e inmortal se digna hacerse hombre pasible y sujeto a las leyes de la muerte.

 El mismo que es Dios verdadero es también hombre verdadero, y en él, con toda verdad, se unen la pequeñez del hombre y la grandeza de Dios.

 Ni Dios sufre cambio alguno con esta dignación de su piedad, ni el hombre queda destruido al ser elevado a esta dignidad. Cada una de las dos naturalezas realiza sus actos propios en comunión con la otra, a saber, la Palabra realiza lo que es propio de la Palabra, y la carne lo que es propio de la carne.

 En cuanto que es la Palabra, brilla por sus milagros; en cuanto que es carne, sucumbe a las injurias. Y así como la Palabra retiene su gloria igual al Padre, así también su carne conserva la naturaleza propia de nuestra raza.

 La misma y única persona, no nos cansaremos de repetirlo, es verdaderamente Hijo de Dios y verdaderamente hijo del hombre. Es Dios, porque ya al comienzo de las cosas existía la Palabra, y la Palabra estaba con Dios y la Palabra era Dios; es hombre, porque la Palabra se hizo carne y puso su morada entre nosotros.

Visión de la Beata Ana Catalina Emmerick

XXIX
 
La anunciación del Ángel
 
Tuve una visión de la Anunciación de María el día de esa fiesta. He visto
 a la Virgen Santísima poco después de su desposorio, en la casa de
 San José, en Nazaret. José había salido con dos asnos para traer algo que
 había heredado o para buscar las herramie
ntas de su oficio. Me pareció que se hallaba aún en camino. Además de la Virgen y de dos jovencitas de su edad que habían sido, según creo, sus compañeras en el Templo, vi en la casa a Santa Ana con aquella parienta viuda que se hallaba a su servicio y que más tarde la acompañó a Belén, después del nacimiento de Jesús. Santa Ana había renovado todo en la casa. Vi a las cuatro mujeres yendo y viniendo por el interior paseando juntas en el patio. Al atardecer las he visto entrar y rezar de pie en torno de una pequeña mesa redonda; después comieron verduras y se separaron. Santa Ana anduvo aún en la casa de un lado a otro, como una madre de familia ocupada en quehaceres domésticos. María y la  dos jóvenes se retiraron a sus dormitorios, separados. El frente de la alcoba, hacia la puerta, era redondo, y en esta parte circular, separada por un tabique de la altura de un hombre, se encontraba arrollado el lecho de María.
 Fui conducida hasta aquella habitación por el joven resplandeciente que
 siempre me acompaña, y
vi allí lo que voy a relatar en la forma que puede
 hacerlo una persona tan miserable como yo.
 Cuando hubo entrado la Santisima Virgen se puso, detrás de la mampara de su lecho, un largo vestido de lana blanca con ancho ceñidor y se cubrió la cabeza con un
velo blanco amarillento. La sirvienta entró con una luz, encendió una lámpara de varios brazos que colgaba del techo, y se retiró. La Virgen tomó una mesita baja arrimada contra el muro y la puso en el centro de la habitación. La mesa estaba cubierta con una carpeta roja y azul, en medio de la cual había una figura bordada: no sé si era una letra o un adorno simplemente. Sobre la mesa había un rollo de pergamino escrito. Habiéndola colocado la Virgen entre su lecho y la puerta, en un lugar donde el suelo estaba cubierto con una alfombra, puso delante de sí un pequeño cojín redondo, sobre el cual se arrodilló, afirmándose con las dos manos sobre la
 mesa. María veló su rostro y juntó las manos delante del pecho, sin cruzar
 los dedos. Durante largo tiempo la vi
así orando ardientemente, con la faz
 vuelta al cielo, invocando la Redención, la venida del Rey prometido a Israel,
 y pidiendo con fervor le fuera permitido tomar parte en aquella misión.
 Permaneció mucho tiempo arrodillada, transportada en éxtasis; luego
inclinó
 la cabeza sobre el pecho.

Entonces del techo de la habitación bajó, a su lado derecho, en línea algún
 tanto oblicua, un golpe tan grande de luz, que me vi obligada a volver los
 ojos hacia la puerta del patio. Vi, en medio de aquella masa de luz, a un joven
 resplandeciente, de cabel
los rubios flotantes, que había descendido ante
 María, a través de los aires. Era el Arcángel Gabriel. Cuando habló vi que
 salían las palabras de su boca como si fuesen letras de fuego: las leí y las
 comprendí. María inclinó un tanto su cabeza velada a la
derecha. Sin embargo,
 en su modestia, no miró al ángel. El Arcángel srguió hablando. María
 volvió entonces el rostro hacia él, como si obedeciera una orden, levantó un
 poco el velo y respondió. El ángel dijo todavía algunas palabras. María alzó
 el velo tot
almente, miró al ángel y pronunció las sagradas palabras: «He aquí
 la sierva del Señor; hágase en mí según tu palabra» …
 María se hallaba en un profundo arrobamiento. La habitación resplandecía y
 ya no veía yo la lámpara del techo ni el techo mismo. El cie
lo aparecía
 abierto y sus miradas siguieron por encima del ángel una ruta luminosa. En
 el punto extremo de aquel río de luz se alzaba una figura de la Santísima
 Trinidad: era como un fulgor triangular, cuyos rayos se penetraban recíprocamente.
 Reconocí all
í Aquello que sólo se puede adorar sin comprenderlo
 jamás: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, y, sin embargo, un solo Dios
 Todopoderoso.
 Cuando la Santísima Virgen hubo dicho: «Hágase en mí según tu palabra»,
 vi una aparición alada del Espíritu Santo,
que no se parecía a la representación
 habitual bajo la forma de paloma: la cabeza se asemejaba a un rostro
 humano; la luz se derramaba a los costados en forma de alas. Vi partir de
 allí como tres efluvios luminosos hacia el costado derecho de la Virgen,
 do
nde volvieron a reunirse. Cuando esta luz penetró en su costado derecho,
 la Santísima Virgen volvióse luminosa ella misma y como transparente: parecía
 que todo lo que había de opaco en ella desaparecía bajo esa luz, como
 la noche ante el espléndido día. Se
hallaba tan penetrada de luz que no había
 en ella nada de opaco o de oscuro. Resplandecía como enteramente iluminada.
 Después de esto vi que el ángel desaparecía y que la faja luminosa, de donde
 había salido, se desvanecía. Parecía que el cielo aspirase y
volviese hacia sí
 la luz que había dejado caer. Mientras veía todas estas cosas en la habitación
 de María tuve una impresión personal de naturaleza singular. Me hallaba en
 angustia continua, como si me acechasen peligrosas emboscadas, y vi una
 horrible se
rpiente que se arrastraba a través de la casa y por los escalones
 hasta la puerta, donde me había detenido cuando la luz penetró en la Santísima
 Virgen. El monstruo había llegado ya al tercer escalón. Aquella ser-
 piente era del tamaño de un niño, con la c
abezota ancha y chata, y a la altura
 del pecho tenía dos patas cortas membranosas, armadas con garras, sobre las
 cuales se arrastraba, que parecían alas de murciélago. Tenía manchas de diferentes
 colores, de aspecto repugnante; se parecía a la serpiente de
l Paraíso
 terrenal, pero de aspecto más deforme y espantoso. Cuando el ángel desapareció
 de la presencia de la Virgen, ésta pisa la cabeza del monstruo que estaba
 delante de la puerta, el cual lanzó un grito tan espantoso que me hizo
 estremecer. Después he
visto aparecer tres espíritus, que golpearon al odioso
 reptil echándolo fuera de la casa.
 Desaparecido el ángel he visto a María arrobada en éxtasis profundo, en absoluto
 recogimiento. Pude ver que ya conocía y adoraba la Encamación del
 Redentor en sí mis
ma, donde se hallaba como un pequeño cuerpo humano
 luminoso, completamente formado y provisto de todos sus miembros.
 Aquí, en Nazaret, no es lo mismo que en Jerusalén, donde las mujeres deben
 quedarse en el atrio, sin poder entrar en el Templo, porque sola
mente los
 sacerdotes tienen acceso al Santuario. En Nazaret la misma Virgen es el
 Templo: el Santo de los Santos está en Ella, como también el Sumo Sacerdote
 y se halla Ella sola con Él. ¡Qué conmovedor es todo esto y qué natural
 y sencillo al mismo tiempo
! Quedaban cumplidas las palabras del salmo 45:
 «El Altísimo ha santificado su tabernáculo; Dios está en medio de El, y no
 será conmovido».
 Era más o menos la medianoche cuando contemplé todo este espectáculo.
 Al cabo de algún tiempo Ana entró en la habita
ción de María con las demás
 mujeres. Un movimiento admirable en la naturaleza las había despertado:
 una luz maravillosa había aparecido por encima de la casa. Cuando vieron a
 María de rodillas, bajo la lámpara, arrebatada en el éxtasis de su plegaria, se
 a
lejaron respetuosamente.
 Después de algún tiempo vi a la Virgen levantarse y acercarse al altarcito de
 la pared; encendió la lámpara y oró de pie. Delante de ella, sobre un alto
 atril, había rollos escritos. Sólo al amanecer la vi descansando.
 El guía me l
levó fuera de la habitación; pero cuando estuve en el pequeño
 vestíbulo de la casa me vi presa de gran temor. Aquella horrible serpiente,
 que estaba allí en acecho, se precipitó sobre mí y quiso ocultarse entre los
 pliegues de mi vestido. Me encontré en me
dio de una angustia honible; pero
 mi guía me alejó de allí y pude ver que reaparecían los tres espíritus, que
 golpearon nuevamente al monstruo. Aun resuena en mi su grito horroroso y
 me espanta su recuerdo.
 Contemplando esta noche el misterio, de la Encarn
ación comprendía todavía
 muchas otras cosas. Ana recibió un conocimiento interior de lo que estaba
 realizándose. Supe también por qué el Redentor debía quedar nueve meses
 en el seno de su Madre y nacer bajo la forma de niño; el por qué no quiso
 aparecer en
forma de hombre perfecto como nuestro primer padre Adán saliendo
 de las manos de Dios: todo esto se me explicó, pero ya no lo puedo
 explicar con claridad. Lo que puedo decir es que El quiso santificar nuevamente
 el acto de la concepción y la natividad de
los hombres, degradados
 por el pecado original. Si María se convirtió en Madre y si El no vino más
 temprano al mundo fue porque ella era lo que ninguna criatura fue antes ni
 será después: el puro vaso de gracia que Dios había prometido a los hombres
 y en e
l cual El debía hacerse hombre, para pagar las deudas de la
 humanidad, mediante los abundantes méritos de su pasión.
 La Santísima Virgen era la flor perfectamente pura de la raza humana abierta
 en la plenitud de los tiempos. Todos los hijos de Dios entre l
os hombres,
 todos, hasta los que desde el principio habían trabajado en la obra de la santificación,
 han contribuido a su venida. Ella era el único oro puro de la tierra;
 solamente ella era la porción inmaculada de la carne y de la sangre de la
 humanidad e
ntera, que preparada, depurada, recogida y consagrada a través
 de todas las generaciones de sus antepasados; conducida, protegida y fortalecida
 bajo el régimen de la ley de Moisés, se realizaba fmalmente como
 plenitud de la gracia. Predestinada en la etern
idad, surgió en el tiempo como
 Madre del Verbo eterno.
 La Virgen María contaba poco más de catorce años cuando tuvo lugar la
 Encarnación de Jesucristo. Jesús llegó a la edad de treinta y tres años y tres
 veces seis semanas. Digo tres veces seis, porque en
este mismo instante estoy
 viendo la cifra seis repetida tres veces