Sábado 2 de
Cuaresma
Miqueas 7,14-15.18-20
REFLEXIÓN
Señor, pastorea a tu pueblo con el cayado, a
las ovejas de tu heredad, a las que habitan apartadas en la maleza
Los tonos y modalidades de petición sobre un nuevo sumo
pontífice católico, que ha de ser elegido en un cónclave, pueden ser variados
como una lista de deseos.
Delinean un perfil supuestamente apto y acorde para
comprender el mundo, orgullosamente cambiante y progresista.
Pero desde una actitud de fe en el Señor y su designio del
reino, nuestra oración deberá ser más bien asumir el liderazgo que emerge como
pastor supremo con obediencia de fe, aunque no nos guste.
No es el carisma de la imagen lo que puede definir la
realidad más conveniente, sino el carisma del Espíritu, que nos conduzca a la
verdad completa, a través de la conversión sincera al evangelio.
Qué Dios
como tú, que perdonas el pecado y absuelves la culpa al resto de tu heredad?
Una divinidad muy especial, no caprichosa como las de otros
pueblos, que someten a sus fieles a la inestabilidad de su temperamento en el
momento.
Son los profetas, voz del Señor, quienes ponen ciertos
acentos que semejan rasgos humanos temperamentales en la fidelidad amorosa del
Señor.
Se sujetó Él a nuestro lenguaje y pasión, para dar a entender
su mensaje.
Volverá a compadecerse y extinguirá nuestras
culpas, arrojará a lo hondo del mar todos nuestros delitos
El Señor se compadece siempre, no para desviarse del designio
del reino, sino para volvernos a convocar a él.
La comprensión a la que el mundo aspira no puede ser
contraria al reino del Señor Jesús, que se orienta a la justicia, la paz, el
amor de ágape.
Él hace que las cosas sean nuevas.
Es nuestro corazón apegado el que envejece y se aferra a la
memoria meramente histórica, aunque no salvífica.
El Espíritu que nos asiste a leer con fe la historia, sus
acontecimientos y eventos, nos permite contemplar un hilo conductor salvífico.
También la Palabra que se expresa en nuestra pasión se ha
cubierto de la sospecha, el miedo y el remordimiento de culpa, temiendo al
Señor en vez de amarlo y descansar en su amor.
El efecto más profundo de la iniquidad del pecado es la duda,
la inquietud, la incertidumbre, la paranoia sobre el amor y fidelidad del
Señor.
Los ídolos que nos creamos a cada paso y en los que
depositamos nuestro déficit de confianza, son pretensiones de la seguridad que
no vivimos pero anhelamos.
Y no se nos dará falsa y fácil seguridad, sino la de la
Palabra hecha carne, sangre e historia en Jesús de Nazareth.
Salmo responsorial: 102
REFLEXIÓN
Bendice, alma mía, al Señor, / y no olvides
sus beneficios
El Espíritu nos ayuda a agradecer siempre los beneficios de
tu amor por nosotros.
Que sepamos hacer siempre memoria sobre cómo estás trabajando
amorosamente por nosotros, tejiendo la salvación.
No olvidemos los beneficios del Señor, no porque necesite de
nuestra memoria para seguir siendo, sino porque nos conviene tener memoria para
seguir siendo.
Los pueblos que pierden la memoria vuelven a los mismos
vicios y errores.
El Espíritu en el salmo nos inspira memoria de los favores
del Señor: ha estado de nuestro lado, ha dado respuesta a nuestra fragilidad.
Por lo tanto en vez de aferrarme al ídolo de mis manos, debo
hacer memoria.
El memorial perpetuo es Jesús de Nazareth.
Él perdona todas tus culpas / y cura todas tus
enfermedades
él rescata tu vida de la fosa / y te colma de
gracia y de ternura
La enfermedad y la fosa conjuntamente se mencionan como el
final que no deseamos y resistimos.
La salud, la curación y el no permanecer en la fosa figuran
como la antítesis de ese final: una realidad gloriosa, permanente, que se nos
abre desde ahora.
Lo podemos contemplar si somos pobres y vivimos congruentes
en la espera de la salvación, únicamente de su mano, en un sentido total,
radical, absoluto, integral.
Porque nuestros sueños en Él se transforman en realidades que
ni reconocemos.
Jesús es el sí de este Señor de perdón y sanador. El Dios de
la vida, y el Dios que es amor.
Jesús en su carne inadvertida, con su atuendo campesino, su
deambular sin reposo e infatigable, multiplicando gestos y palabras que buscan
convencer.
No está siempre acusando / ni guarda rencor
perpetuo
Como el maligno que siempre acusa y culpa y amedentra.
Se muestra trascendente: distinto, único, irrepetible,
respecto de nuestro modo humano de proceder.
Como se levanta el cielo sobre la tierra, / se
levanta su bondad sobre sus fieles
El aliado de la identidad del Señor y su designio, su reinado
de salvación y liberación, es la negación de toda realidad humana que pueda
sustituirlo.
Es un ejercicio que puede parecer y sentirse caótico, que
induce inestabilidad, pero abre el espíritu a realidades mayores, a dimensiones
inéditas, que contrastan pero subliman toda la creación.
Por eso Jesús ni siquiera para sí aceptaba el título de
bueno. Tal es la trascendencia del Señor, único en su bondad.
Esta expresión es una forma gráfica, una imagen de la
originalidad irrepetible del Señor.
Lucas 15,1-3.11-32
REFLEXIÓN
solían acercarse a Jesús todos los publicanos
y los pecadores a escucharle. Y los fariseos y los escribas murmuraban entre
ellos
Como hoy y como siempre Jesús de Nazareth goza de dos tipos
de auditorio: los que se nutren de su Palabra y los que murmuran,
resistiéndose.
Publicanos y pecadores eran entonces una clase social
despreciada, en la parte inferior de la pirámide social.
Relacionarse con ellos, con la frecuencia que lo hacía Jesús,
tal como lo mencionan los evangelios, era como una declaración pública de
simpatizar o pertenecer a esa clase social.
Cómo podría aceptarse que desde ese estrato se dieran
lecciones de moral, conocimiento y obediencia al Dios de Israel?
Ese Dios según las clases altas, cultas, apegadas a la
santidad del templo y la sinagoga, se tenían por conocedores y adoradores del
verdadero Dios.
Así la confrontación tenía un claro rasgo teológico: dos
concepciones de Dios, que afectaban la praxis de la vida cotidiana.
Un auditorio inusitado e indeseable, que no lo prestigiaba
precisamente como un maestro digno de respeto.
Jesús hizo gala de gran libertad frente a las censuras
sociales, y las castas. Era la gente a la que nadie les había ofrecido la
oportunidad de conocer al Dios de Israel y su oferta de salvación.
Para ellos Jesús era alguien fascinante en la dedicación
ofrecida y tenían conciencia que no se lo merecían, no al menos por mérito
social concedido por las elites.
"Ése acoge a los pecadores y come con
ellos."
Pero no es que Jesús los desplazara o rechazara de su mesa y
hospitalidad.
Ellos se auto marginaban, porque los hería en su santidad y
autoestima la compañía de esta hez social.
Su gesto era una negativa a la fraternidad que Jesús
pretendía.
y allí derrochó su fortuna viviendo
perdidamente
Una mala cabeza, como tantos jóvenes que podemos encontrar en
esta generación: viven al día, gastan lo que no tienen en placer y diversión.
Su anhelo de autonomía es poder gastar sin restricción, en el
consumismo que incita la economía del lucro.
y empezó él a pasar necesidad
En una ocasión de malestar se presentó para él una
oportunidad de reflexionar y empezar a cambiar. Se abrió paso en sí su si
mismo, su identidad auténtica.
Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya
no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros
La conversión del hijo arruinado, es por necesidad, porque
activa la memoria de un hogar que abandonó, pero que satisfaría sus
necesidades, aunque fuera como jornalero.
El pecador que hace conciencia de quién es él en cuanto
pecador, inicialmente no reconoce en el Señor a su Padre, pero aspira a un
rincón en su casa, en su providencia.
cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y
se conmovió; y, echando a correr, se le echó al cuello y se puso a besarlo
Igual la parábola podría titularse: el hijo sorprendido.
Porque el amor, la ternura, la compasión y la generosidad del
Padre exudan abundantes en su beso y abrazo.
Para la elite que protegía y defendía celosamente el nombre
de Dios, innombrable y sin imagen, exigente y minucioso tras la normativa
cotidiana de la Torá, escuchar de un Dios Padre todo perdón y ternura, casi
como si Él fuera el culpable, con un hijo pecador por su propia libertad y
decisión, impuro cuidador de cerdos, licencioso e ingrato, era un escándalo,
que se verá reflejado en el hijo mayor, quien no entiende al Padre.
Es un reencuentro de identidades: la del Padre que siempre lo
fue, asomándose a ver si el hijo regresaba. La del hijo, cuya sorpresa es
encontrar un amor de Padre, cuando esperaba al menos una amonestación.
Es una manera de decir: lo de menos es lo que hiciste, lo
importante es que has vuelto a ser mi hijo.
sin desobedecer nunca una orden tuya
Casi nos ponemos del lado del hijo mayor y nos sentimos
escandalizados de este modo de actuar.
Los sicólogos dirían hoy que este padre permisivo fomentaba
acciones incorrectas en el hijo descarriado.
Hasta se condenaría al Padre por ser un mal padre perdonador
y cómplice del vicio del hijo.
Y precisamente la parábola quiere retar la lógica que
establece parámetros al amor desbordante, loco si se quiere, del Padre.
deberías alegrarte, porque este hermano tuyo
estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado
El hijo mayor vivía con su padre pero no se sentía hijo.
Vivir como hijo con el Padre significa vivir su generosidad
para todos sin miedo a perder nada.
En el hijo derrochador la impronta de su padre amoroso estaba
profunda en su interior y posibilitó que recuperara la memoria salvífica.
La generosidad del Padre nos golpea el rostro porque debemos
reconocer que no lo somos tanto, sino en algún grado mezquino, que medimos a
Dios por nuestro rasero.
Habríamos de mostrar más humildad en romper los cercos que
nos construimos y en donde nos afincamos, para vivir exclusivamente nuestra
verdad de Dios y los demás.
Hay más alegría por la oveja perdida recobrada que por las
cien que aguardan seguras en el rebaño.
El padre no niega razón a la indignación del otro hijo. Pero
no se deja arrastrar por ella, porque la alegría es mayor y más importante. Y
el Padre comprende al Hijo mayor y lo gana para su gozo.
Porque los verdaderos hijos acaban entendiendo que todos
somos familia y que el perdón es lo único que nos mantiene unidos.
Es lo que termina sugiriendo Jesús a la elite. En vez de
acechar y andar celosos y escandalizados, alégrense que los distanciados, los excluidos,
tienen su oportunidad.
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