Sábado 24
de tiempo ordinario Año Par
1Corintios
15, 35-37. 42-49
REFLEXIÓN
¿Qué clase de cuerpo traerán?
No hemos cambiado. La muerte nos
enfrenta a cuerpos sin vida y su corrupción hasta quedar en polvo. De ahí surge
el bloqueo ante una novedad que depende de otro poder: el de la Palabra de
Dios. No es asunto de percepción, sino de fe en la Palabra.
Lo que tú siembras no recibe vida si antes no muere
Muerte es lo que sembramos, cuando
nos sepultan. Allí van nuestros
sueños, esfuerzos, gozos y tristezas, lo bueno y lo mal
hecho.
Solo la Palabra nos ha prometido
rescatarnos, por más que nosotros nos aferremos a la supuesta reencarnación de
la materia.
Solo la Palabra en Jesús de Nazareth,
atestiguado como vivo, nos promete vida nueva para siempre.
al sembrar, no siembras lo mismo que va a brotar
después
Somos diseños de un designio lo suficientemente
rico para expresarse en una diversificación sin fin.
Lo que somos aparecerá. No
exactamente al modo del homúnculo, más como el microcosmos que se expande como
el macrocosmos.
Una realidad que vendrá
despampanante, arrolladora, impactante, inefable y para eso nos entrena la
naturaleza y la historia con sus fenómenos y acontecimientos inéditos y
apabullantes.
se siembra
lo corruptible, resucita incorruptible;
se siembra lo miserable, resucita glorioso;
se siembra lo débil, resucita fuerte; se siembra un cuerpo animal,
resucita cuerpo espiritual
En el caso de Pablo no habla de
fantasías y deseos, no es retórica hueca. Se fundamenta en su experiencia del
Jesús vivo, cuando perseguía sus seguidores. Y en el testimonio de los otros
apóstoles, de quienes se hizo colega. La fuerza de nuestra fe está en el
testimonio recibido.
No es primero lo espiritual, sino lo animal. Lo
espiritual viene después
Así nos ha hablado la teoría de la
evolución en sus diferentes variantes a lo largo de la historia de las
ciencias. Solo que nuestra teoría de la evolución, la de los creyentes de la
Palabra adjudica al poder de Dios la vida espiritual, cualitativamente
diferente a la que desarrolle la materia, si lo hace.
Lo curioso es que las ciencias se
confiesan teóricas no creyentes, pero sus axiomas son una especie de creencia,
no de evidencia.
Salmo
responsorial: 55
REFLEXIÓN
En Dios, cuya promesa alabo, / en el Señor, cuya
promesa alabo
No nos quita ni un
milímetro de dignidad humana reconocer que la promesa de nueva vida de la
Palabra nos da esperanza.
Si no existiera esa Palabra se
recortaría el horizonte de significado de nuestra existencia.
en Dios confío y no temo
Esta nueva realidad que late y se
gesta en nuestro fondo debe y puede hacernos libres para amar sin debilidad; de
amar con temor; con un amor convencido hasta los tuétanos que nada ni nadie nos
separará del amor que Dios nos tiene en Cristo Jesús.
Te debo, Dios mío, los votos que hice
La esperanza se cifra en haber
guardado su semejanza. Y haber guardado algo de fidelidad, porque la lista de
nuestras infidelidades es larga y recurrente.
porque
libraste mi alma de la muerte, / mis pies de la caída; / para que camine en
presencia de Dios / a la luz de la vida.
El salmista muestra
el alivio de haber sido librado de un riesgo de muerte. Pero no es el alivio
final. Toda intervención del Señor a favor de una liberación temporal nuestra,
de un peligro de muerte, es un anticipo de la liberación final.
Lucas
8,4-15
REFLEXIÓN
se le
juntaba a Jesús mucha gente y, al pasar por los pueblos, otros se iban
añadiendo.
En Jesús la gente percibía ese alivio
premonitorio del último alivio: la vida plena que no termina.
Y por eso como un imán atrae el
hierro, atraía los anhelos de liberación de su entorno: enfermedades,
posesiones, carencias, aflicciones.
Quién que haga cosas
buenas por la gente, ayude sus necesidades, alivie sus penurias, podrá ser
dejado de lado? En esto Jesús, al atraer multitudes ávidas no estaba haciendo
nada que otros no hayan experimentado.
Pero en él reconocemos, como también
lo hacía la multitud, un discurso y una conducta reveladoras del misterio de
Dios. El rostro inédito de un Dios Padre emergía en su accionar.
Y así Jesús atendía un hambre más
profunda, y para la que el pan que perece era sólo un símbolo de una realidad
eterna.
El resto cayó en tierra buena y, al crecer, dio fruto
el ciento por uno."
La pregunta es más bien qué significa
exactamente esta parábola porque al escucharla en el contexto de la cantidad de
gente que se le suma, parece que su sentido emerge automáticamente.
No todos son tierra buena aunque se
sumen a seguir su camino.
Aun siguiéndolo
somos capaces de ahogar, secar, esterilizar la semilla.
Ese sembrador que es Jesús puede, si
somos lo que debemos ser para dar fruto.
Con la parábola daba a entender que
no todo terminaba ahí: en el alivio temporal, sino que allí se depositaba una
semilla de la Palabra, para que nos esforzáramos en hacerla germinar, crecer y
fructificar. Porque como semilla no morimos para quedar estériles, según la
Palabra.
Se achaca a un platonismo la
preferencia a la realidad espiritual sobre la material. Esto por las
consecuencias que puede acarrear de irresponsabilidad histórica.
Pero la materia puede ser apreciada,
como lo es la semilla de una planta, y cuidada con responsabilidad para que se
dé la transformación en el fruto de calidad.
La materia es así
una realidad de paso en su presentación histórica, pero participante de la
transformación que se va operando de un resultado esperado al final.
"A
vosotros se os ha concedido conocer los secretos del reino de Dios; a los
demás, sólo en parábolas, para que viendo no vean y oyendo no entiendan
Entre parábola y alegoría puede haber
la separación histórica del enfoque unitario significante que dio Jesús a sus
parábolas, según el sentido semítico del enigma, y por otro lado la posterior
explicación de sus seguidores en las comunidades, en la que se acredita una
catequesis y unos catequistas.
Separarlos y preferir aquél a costa
de éste, es violentar el testimonio evangélico que entiende la palabra
apostólica con la reverencia que se sentía por Jesús.
El sentido
de la parábola es éste: La semilla es la palabra de Dios. Los del borde del
camino son los que escuchan, pero luego viene el diablo y se lleva la palabra de
sus corazones, para que no crean y se salven. Los del terreno pedregoso son los
que, al escucharla, reciben la palabra con alegría, pero no tienen raíz; son
los que por algún tiempo creen, pero en el momento de la prueba fallan. Lo que
cayó entre zarzas son los que escuchan, pero con los afanes y riquezas y
placeres de la vida se van ahogando y no maduran. Lo de la tierra buena son los
que con un corazón noble y generoso escuchan la palabra, la guardan y dan fruto
perseverando".
Se dice que esta
alegorización, en la que se le asigna a cada detalle de la narración un
significado propio, es algo posterior en la historia de la redacción.
Al ser recogida por la primera
generación de creyentes la parábola, quizá se perdió el mensaje nuclear que
daba el contexto original y se subsanó con significados de detalle.
Para el conjunto de la fe con la que
recibimos la Palabra de una tradición de comunidades creyentes, ambos métodos
nos importan, y nos involucran en la rica dinámica de su interpretación.
El Espíritu va poniendo
sensibilidades y acentos en la palabra que nos va llegando. Como lucecitas que
van apareciendo en el firmamento, cuando en una primera mirada parecía que no
las había.
La esperanza es que El da vida al
universo.
Son dos actitudes
básicas: escuchar con corazón noble y dar fruto perseverando, o no escuchar.
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