domingo, 29 de septiembre de 2024

PALABRA COMENTADA

PALABRA COMENTADA

 

Domingo 26 de tiempo ordinario

Números 11, 25-29



REFLEXIÓN

"Señor mío, Moisés, prohíbeselo." Moisés le respondió: "¿Estás celoso de mí?"?¡Ojalá todo el pueblo del Señor fuera profeta y recibiera el espíritu del Señor!".

La primera comunidad cristiana asumió que ese deseo de Moisés se había hecho realidad mediante la participación de todos los seguidores de Jesús de Nazareth de su Espíritu.

Dejaba de ser un patrimonio exclusivo de unos cuantos y se participaba a toda persona de buena voluntad. En este sentido la voz del pueblo es la voz de Dios.

La buena nueva de Jesús significa una democratización del Espíritu que es libre de soplar donde quiere e ir donde quiera.

Somos nosotros en nuestra ambición de poder los que retenemos y nos apropiamos con exclusividad del Espíritu. Ponemos fronteras y límites que en este caso no valen.

Con ello se nos muestra siempre la libertad del Señor que rompe barreras y apartheids de todo tipo y de lo cual nos dio signos Jesús de Nazareth con sus palabras y obras.

Salmo responsorial: 18



REFLEXIÓN

La voluntad del Señor es pura / y eternamente estable

Se puede pensar que con tal libertad del Espíritu nos sobreviene mucha inestabilidad porque toda nuestra organización se deshace.

Más bien debemos pensar que nuestras organizaciones e instituciones de cualquier tipo corren el riesgo de esclerosis y que es la novedad perpetua y estable, si se puede llamar del Espíritu, la que nos reinventa. 

Hemos de pasar sobretodo con los signos de este siglo a otra concepción de estabilidad.

Se trata de un desafío para todos, y al que hemos de atender sin prejuzgar.

Santiago 5, 1-6



REFLEXIÓN

¡Habéis amontonado riqueza, precisamente ahora, en el tiempo final!

los obreros que han cosechado vuestros campos está clamando contra vosotros;

los gritos de los segadores han llegado hasta el oído del Señor de los ejércitos

Los signos de nuestro tiempo apuntan a la desestabilización financiera que trae a varios lugares ruina y miseria.

Mientras unas medidas apuntalan el mismo sistema para volverle a dar estabilidad, un clamor creciente de insatisfacción retumba.

Un Espíritu está soplando para que se den cambios y ojalá no fuéramos sordos y ciegos.

Ya no son profetas individuales sino multitudes que claman por justicia.

Marcos 9, 38-43. 45. 47-48



REFLEXIÓN

porque no es de los nuestros

No se lo impidáis         

El lenguaje de inclusión de Jesús es más ambicioso y radical porque hace propiedad colectiva la buena nueva del reino. Nadie es su propietario exclusivo, todos pueden construirlo, aunque no sean de los seguidores de Jesús.

Se lanza así una plataforma de convergencia entre todos las personas de buena voluntad que deseen construir el reino de fraternidad del Padre de Jesús.

Si tu mano te hace caer, córtatela: más te vale entrar manco en la vida, que ir con las dos manos al infierno, al fuego que no se apaga. Y, si tu pie te hace caer, córtatelo: más te vale entrar cojo en la vida, que ser echado con los dos pies al infierno. Y, si tu ojo te hace caer, sácatelo: más te vale entrar tuerto en el reino de Dios, que ser echado con los dos ojos la infierno, donde el gusano no muere y el fuego no se apaga

Hemos de enfrentarnos no solo a los pedófilos o pederastas que depredan pequeños niños. Sino a toda inclinación, tendencia, actuación propia y ajena, que atente con prepotencia contra la fe de buena voluntad que busca edificar el reino.

https://twitter.com/motivaciondehoy/status/1442089259431776258?s=20

motivaciondehoy

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Domingo 26 de tiempo ordinario

Números 11, 25-29

Salmo responsorial: 18

Santiago 5, 1-6

Marcos 9, 38-43. 45. 47-48

SAN CARLO DE JESÚS ACUTIS DE ASIS

BEATO CARLO

 
La fe de un pequeño Carlo se hizo por gracia de Dios desde pequeña hasta grande como un monte

De las homilías de San Juan Crisóstomo, obispo
(Hom. 6 sobre la oración : PG 64, 462-463.466)
La oración es luz del alma

El sumo bien está en la plegaria y en el diálogo con Dios, porque equivale a una íntima unión con él: y así como los ojos del cuerpo se iluminan cuando contemplan la luz, así también el alma dirigida hacia Dios se ilumina con su inefable luz. 

Una plegaria, por supuesto, que no sea de rutina, sino hecha de corazón; que no esté limitada a un tiempo concreto o a unas horas determinadas, sino que se prolongue día y noche sin interrupción.

Conviene, en efecto, que elevemos la mente a Dios no sólo cuando nos dedicamos expresamente a la oración, sino también cuando atendemos a otras ocupaciones, como el cuidado de los pobres o las útiles tareas de la munificencia, en todas las cuales debemos mezclar el anhelo y el recuerdo de

Dios, de modo que todas nuestras obras, como si estuvieran condimentadas con la sal del amor de Dios, se conviertan en un alimento dulcísimo para el Señor.

Pero sólo podremos disfrutar perpetuamente de la abundancia que de Dios brota, si le dedicamos mucho tiempo.

La oración es luz del alma, verdadero conocimiento de Dios, mediadora entre

Dios y los hombres. Hace que el alma se eleve hasta el cielo y abrace a Dios con inefables abrazos, apeteciendo la leche divina, como el niño que, llorando, llama a su madre; por la oración, el alma expone sus propios deseos y recibe dones mejores que toda la naturaleza visible.

Pues la oración se presenta ante Dios como venerable intermediaria, alegra nuestro espíritu y tranquiliza sus afectos. Me estoy refiriendo a la oración de verdad, no a las simples palabras: la oración que es un deseo de Dios, una inefable piedad, no otorgada por los hombres, sino concedida por la gracia

divina, de la que también dice el Apóstol: Nosotros no sabemos pedir lo que nos conviene, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables.

El don de semejante súplica, cuando Dios lo otorga a alguien, es una riqueza inagotable y un alimento celestial que satura el alma; quien lo saborea se enciende en un deseo indeficiente del Señor, como en un fuego ardiente que inflama su alma.

Cuando quieras reconstruir en ti aquella morada que Dios se edificó en el primer hombre, adórnate con la modestia y la humildad y hazte resplandeciente con la luz de la justicia; decora tu ser con buenas obras, como con oro acrisolado, y embellécelo con la fe y la grandeza de alma, a manera de muros y

piedras; y, por encima de todo, como quien pone la cúspide para coronar un edificio, coloca la oración, a fin de preparar a Dios una casa perfecta y poderle recibir en ella como si fuera una mansión regia y espléndida, ya que, por la gracia divina, es como si poseyeras la misma imagen de Dios colocada en el templo del alma.