lunes, 14 de agosto de 2023

BEATO CARLO

 

De las cartas de san Maximiliano María Kolbe, presbítero y mártir.
(Gli scritti di Massimiliano Kolbe eroe di Oswiecim e beato della Chiesa, vol 1, Cittá di Vita, Firenze 1975, pp 44-46. 113-114)


EL IDEAL DE LA VIDA APOSTÓLICA ES LA SALVACIÓN Y SANTIFICACIÓN DE LAS ALMAS.

Me llena de gozo, querido hermano, el celo que te anima en la propagación de la gloria de Dios. En la actualidad se da una gravísima epidemia de indiferencia, que afecta, aunque de modo diverso, no sólo a los laicos, sino también a los religiosos. Con todo, Dios es digno de una gloria infinita. Siendo nosotros pobres criaturas limitadas y, por tanto, incapaces de rendirle la gloria que él merece, esforcémonos, al menos, por contribuir, en cuanto podamos, a rendirle la mayor gloria posible.

La gloria de Dios consiste en la salvación de las almas, que Cristo ha redimido con el alto precio de su muerte en la cruz. La salvación y la santificación más perfecta del mayor número de almas debe ser el ideal más sublime de nuestra vida apostólica. Cuál sea el mejor camino para rendir a Dios la mayor gloria posible y llevar a la santidad más perfecta el mayor número de almas, Dios mismo lo conoce mejor que nosotros, porque él es omnisciente e infinitamente sabio. Él, y sólo él, Dios omnisciente, sabe lo que debemos hacer en cada momento para rendirle la mayor gloria posible. ¿Y cómo nos manifiesta Dios su propia voluntad? Por medio de sus representantes en la tierra. La obediencia, y sólo la santa obediencia, nos manifiesta con certeza la voluntad de Dios. Los superiores pueden equivocarse, pero nosotros obedeciendo no nos equivocamos nunca. Se da una excepción: cuando el superior manda algo que con toda claridad y sin ninguna duda es pecado, aunque éste sea insignificante; porque en este caso el superior no sería el representante de Dios.

Dios, y solamente Dios infinito, infalible, santísimo y clemente, es nuestro Señor, nuestro creador y Padre, principio y fin, sabiduría, poder y amor: todo. Todo lo que no sea él vale en tanto en cuanto se refiere a él, creador de todo, redentor de todos los hombres y fin último de toda la creación. Es él quien, por medio de sus representantes aquí en la tierra, nos revela su admirable voluntad, nos atrae hacia sí, y quiere por medio nuestro atraer al mayor número posible de almas y unirlas a sí del modo más intimo y personal.

Querido hermano, piensa qué grande es la dignidad de nuestra condición por la misericordia de Dios. Por medio de la obediencia nosotros nos alzamos por encima de nuestra pequeñez y podemos obrar conforme a la voluntad de Dios. Más aún: adhiriéndonos así a la divina voluntad, a la que no puede resistir ninguna criatura, nos hacemos más fuertes que todas ellas. Ésta es nuestra grandeza; y no es todo: por medio de la obediencia nos convertimos en infinitamente poderosos.

Éste y sólo éste es el camino de la sabiduría y de la prudencia, y el modo de rendir a Dios la mayor gloria posible. Si existiese un camino distinto y mejor, Jesús nos lo hubiera indicado con sus palabras y su ejemplo. Los treinta años de su vida escondida son descritos así por la sagrada Escritura: Y les estaba sujeto. Igualmente, por lo que se refiere al resto de la vida toda de Jesús, leemos con frecuencia en la misma sagrada Escritura que él había venido a la tierra para cumplir la voluntad del Padre.

Amemos sin límites a nuestro buen Padre: amor que se demuestra a través de la obediencia y se ejercita sobre todo cuando nos pide el sacrificio de la propia voluntad. El libro más bello y auténtico donde se puede aprender y profundizar este amor es el Crucifijo. Y esto lo obtendremos mucho más fácilmente de Dios por medio de la Inmaculada, porque a ella ha confiado Dios toda la economía de la misericordia.

La voluntad de María, no hay duda alguna, es la voluntad del mismo Dios. Nosotros, por tanto, consagrándonos a ella, somos también como ella, en las manos de Dios, instrumentos de su divina misericordia. Dejémonos guiar por María; dejémonos llevar por ella, y estaremos bajo su dirección tranquilos y seguros: ella se ocupará de todo y proveerá a todas nuestras necesidades, tanto del alma como del cuerpo; ella misma removerá las dificultades y angustias nuestras.

domingo, 13 de agosto de 2023

PALABRA COMENTADA

 

Domingo 19 de tiempo ordinario

1Reyes 19,9a.11-13a



REFLEXIÓN

se oyó una brisa tenue; al sentirla, Elías se tapó el rostro

La sutileza del Espíritu, el suave don que toca, requiere la escucha y expectativa atenta, la docilidad y la apertura generosa, la disponibilidad para dejarse llevar coyunturalmente por el designio.

Los modos del Señor dependen de su voluntad, pero también de nuestra disposición, y convergen en un rumbo o derrotero fundamental.

El estado de conciencia que corresponde es un sentido de solidez, de coherencia vital, en la que nos sentimos anclados, pero no anquilosados.

Salmo responsorial: 84



REFLEXIÓN

Voy a escuchar lo que dice el Señor

Es la ilusión del cada día, como el pan cotidiano del que tenemos hambre. Y nos preguntamos: cómo se comunicará el Señor hoy?

Romanos 9,1-5



REFLEXIÓN

mi conciencia, iluminada por el Espíritu Santo, me asegura que no miento

Dar testimonio del paso del Señor en nosotros es una responsabilidad social. Piedra para la construcción del Reino, aporte para la formación del Cristo total.

Suyos son los patriarcas, de quienes, según la carne, nació el Mesías

Porque la condescendencia del don del Señor no implica la pérdida de su gratuidad. Su don, aunque escrito en nuestra carne es participación de su amor libre, y le respondemos con acción de gracias, mas no con exigencias de derechos, ni afanes de posesión.

Su don no es apropiable para ninguna transacción que parte de nuestro egoísmo, ni se presta a nuestro lucro, así sea espiritual. Se recibe con acción de gracias y se dispensa con generosidad y sin cálculo.

Mateo 14,22-33



REFLEXIÓN

Después que la gente se hubo saciado, Jesús apremió a sus discípulos a que subieran a la barca y se le adelantaran a la otra orilla, mientras él despedía a la gente

Debían hacer el aprendizaje de desprenderse de la gloria alcanzada por haber contribuído a satisfacer su hambre.

Lo que habían asistido era sólo un don de Jesús, y no debía prestarse para ninguna aspiración inspirada por la ambición.

subió al monte a solas para orar

Jesús, aun lejos de esa ambición, practicaba la purificación de cualquier mira egoísta posible por la dispensación del don de su Padre. Su acción de gracias en la oración era el testimonio del reconocimiento de la gratuidad del Padre.

al sentir la fuerza del viento, le entró miedo, empezó a hundirse y gritó: "Señor, sálvame.

No obstante que nuestra fe no sea tan perfecta, el Señor está dispuesto a asistirnos en ella poniendo la fortaleza que nos falta, a fin de que persistamos y confiemos.

Un proceso en el que se trata de hacer lo mejor, como si dependiera de nosotros. Esperar, como si todo dependiera de Él.

https://twitter.com/motivaciondehoy/status/1690839042676461568?s=20

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1Reyes 19,9a.11-13a

Un cambio de imagen respecto al Dios del Sinaí, un modo nuevo de formular una creencia anterior, quizá por que era incompatible con la originalidad del Dios de Israel, y debía ser depurada. Nuevas circunstancias proveen aspectos no explotados en el lenguaje de una misma experiencia.

Salmo responsorial: 84

Celebra el encuentro de dos corrientes, la que viene del cielo y la que brota de la tierra, como una amistad donde cada uno pone de lo suyo

Romanos 9,1-5

Por doloroso que parezca, quien carga con la tradición venerable de la promesa a los antiguos y la ha defendido durante mucho tiempo, no se puede negar en honor a la verdad, que cede su importancia a Cristo, tal como lo conoció Pablo, y debe ser fiel más bien a su conciencia

Mateo 14,22-33

Le salió mal la jactancia a Pedro, quien asumía saber quién era Jesús y lo vivía como el Mesías, el Hijo del Dios vivo. Sin embargo esa sabiduría otra vez se hunde, porque su fe no garantizaba una convicción total en Jesús, tal y como se presentaba y las adversidades que se levantaban, como el viento y el oleaje, que le hacían temer más por su vida que por la asistencia de Jesús.