San Basilio el Grande Libro sobre el Espíritu Santo 9,22-23
¿Quién, habiendo oído los nombres que se
dan al Espíritu, no siente levantado su ánimo y no eleva su pensamiento hacia
la naturaleza? Ya que es llamado Espíritu de Dios y Espíritu de verdad que
procede del Padre; Espíritu firme, Espíritu generoso, Espíritu Santo son sus
apelativos propios y peculiares. Hacia él dirigen su mirada todos los que
sienten necesidad de santificación; hacia él tiende el deseo de todos los que
llevan una vida virtuosa, y su soplo es para ellos a manera de riego que los
ayuda en la consecución de su fin propio y natural. Él es fuente de santidad,
luz para la inteligencia; él da a todo ser racional como una luz para entender
la verdad. Aunque inaccesible por naturaleza, se deja comprender por su bondad;
con su acción lo llena todo, pero se comunica solamente a los que encuentra
dignos, no ciertamente de manera idéntica ni con la misma plenitud, sino
distribuyendo su energía según la proporción de la fe.
REFLEXIÓN
Ser dignos del Espíritu
Santo, de su santificación, es un reclamo de los que administran los actos de
santificación en nombre del mismo Espíritu. O sea sus ministros, llámense
pastores, obispos, sacerdotes, eclesiásticos, religiosos …Pero sobre los que se
declara la dignidad, quienes no han sido ungidos como voceros del Espíritu,
permanece la incertidumbre sobre su propio proceso de santificación, porque los
criterios que se les aplican pueden ser varios, desde muy estrictos a muy
laxos. Es decir, sienten depender de los ungidos su propia justificación. Y
ésta puede entrar en contraposición sobre lo que dicta la propia conciencia.
Simple en su esencia y variado en sus
dones, está íntegro en cada uno e íntegro en todas partes. Se reparte sin
sufrir división, deja que participen en él, pero él permanece íntegro, a
semejanza del rayo solar cuyos beneficios llegan a quien disfrute de él como si
fuera único, pero, mezclado con el aire, ilumina la tierra entera y el mar. Así
el Espíritu Santo está presente en cada hombre capaz de recibirlo, como si sólo
él existiera y, no obstante, distribuye a todos gracia abundante y completa;
todo disfrutan de él en la medida en que lo requiere la naturaleza de la
criatura, pero no en la proporción con que él podría darse.
REFLEXIÓN
De qué capacidad se trata?
Porque al acoger a todos los que deseen al bautismo en nombre de Jesús, se
parte del reconocimiento del propio pecado, por propia voz o por un vocero o
vocera. Pero para lo que venga después en orden al crecimiento de la vida
santa, sólo se dispone de mandatos, exhortaciones, consejos, que se mantienen
fuera del propio reconocimiento. Si éste no se abre paso a la confesión
explícita de la pecaminosidad, nadie puede juzgar del interior. Sólo especular.
Por él los corazones se elevan a lo
alto, por su mano son conducidos los débiles, por él los que caminan tras la
virtud, llegan a la perfección. Es él quien ilumina a los que se han purificado
de sus culpas y al comunicarse a ellos los vuelve espirituales. Como los
cuerpos limpios y transparentes se vuelven brillantes cuando reciben un rayo de
sol y despiden de ellos mismos como una nueva luz, del mismo modo las almas
portadoras del Espíritu Santo se vuelven plenamente espirituales y transmiten
la gracia a los demás.
REFLEXIÓN
Porque el Espíritu Santo
suaviza lo rígido, como dice la secuencia de su fiesta, y los corazones
entenebrecidos, sólo por su unción se abren a recibir la santificación y hablar
de su responsabilidad en el tejido de injusticia, en el que todos somos
protagonistas.
De esta comunión con el Espíritu procede
la presciencia de lo futuro, la penetración de los misterios, la comprensión de
lo oculto, la distribución de los dones, la vida sobrenatural, el consorcio con
los ángeles; de aquí proviene aquel gozo que nunca terminará, de aquí la
permanencia en la vida divina, de aquí el ser semejantes a Dios, de aquí,
finalmente lo más sublime que se puede desear: que el hombre llegue a ser como
Dios.
REFLEXIÓN
Son signos de vivir bajo
su influjo. Sólo así se puede vivir en el Misterio sin sentirse en el absurdo.