lunes, 13 de octubre de 2025

DOCTORES DE LA IGLESIA


 
De la carta de san Agustín, obispo, a Proba
(Carta 130, 9, 18--10, 20: CSEL 44, 60-63)

DEBEMOS EN CIERTOS MOMENTOS AMONESTARNOS A NOSOTROS MISMOS CON LA ORACIÓN VOCAL

Deseemos siempre la vida dichosa y eterna, que nos dará nuestro Dios y Señor, y así estaremos siempre orando. Pero, con objeto de mantener vivo este deseo, debemos, en ciertos momentos, apartar nuestra mente de las preocupaciones y quehaceres que, de algún modo, nos distraen de él y amonestarnos a nosotros mismos con la oración vocal, no fuese caso que si nuestro deseo empezó a entibiarse llegara a quedar totalmente frío y, al no renovar con frecuencia el fervor, acabara por extinguirse del todo.

Por eso, cuando dice el Apóstol: Presentad públicamente vuestras peticiones a Dios, no hay que entender estas palabras como si se tratara de descubrir a Dios nuestras peticiones, pues él continuamente las conoce, aun antes de que se las formulemos; estas palabras significan, más bien, que debemos descubrir nuestras peticiones a nosotros mismos en presencia de Dios, perseverando en la oración, sin mostrarlas ante los hombres por vanagloria de nuestras plegarias.

Como esto sea así, aunque ya en el cumplimiento de nuestros deberes, como dijimos, hemos de orar siempre con el deseo, no puede considerarse inútil y vituperable el entregarse largamente a la oración, siempre y cuando no nos lo impidan otras obligaciones buenas y necesarias. Ni hay que decir, como algunos piensan, que orar largamente sea lo mismo que orar con vana palabrería. Una cosa, en efecto, son las muchas palabras y otra cosa el afecto perseverante y continuado. Pues del mismo Señor está escrito que pasaba la noche en oración y que oró largamente; con lo cual, ¿qué hizo sino darnos ejemplo, al orar oportunamente en el tiempo, aquel mismo que, con el Padre, oye nuestra oración en la eternidad?

Se dice que los monjes de Egipto hacen frecuentes oraciones, pero muy cortas, a manera de jaculatorias brevísimas, para que así la atención, que es tan sumamente necesaria en la oración, se mantenga vigilante y despierta y no se fatigue ni se embote con la prolijidad de las palabras. Con esto nos enseñan claramente que así como no hay que forzar la atención cuando no logra mantenerse despierta, así tampoco hay que interrumpirla cuando puede continuar orando.

Lejos, pues, de nosotros la oración con vana palabrería; pero que no falte la oración prolongada, mientras persevere ferviente la atención. Hablar mucho en la oración es como tratar un asunto necesario y urgente con palabras superfluas. Orar, en cambio, prolongadamente es llamar con corazón perseverante y lleno de afecto a la puerta de aquel que nos escucha. Porque con frecuencia la finalidad de la oración se logra más con lágrimas y llantos que con palabras y expresiones verbales. Porque el Señor recoge nuestras lágrimas en su odre y a él no se le ocultan nuestros gemidos, pues todo lo creó por medio de aquel que es su Palabra, y no necesita las palabras humanas.

domingo, 12 de octubre de 2025

PALABRA COMENTADA


 

Domingo 28 de tiempo ordinario

2Reyes 5, 14-17



REFLEXIÓN

su carne quedó limpia de la lepra, como la de un niño

no ofrecerá holocaustos ni sacrificios a otros dioses fuera del Señor

Estamos inhibidos de relacionarnos con una imagen de Dios así: nos da algo, nos cumple un favor y lo alabamos.

Porque rehuimos en nombre de la pureza de intención y de la actitud mercantilista entretenernos con un Dios que debo alabar y a quien debo pedir favores.

Parece más digna una relación libre de necesidades y dependencias, gratuita y generosa en la aceptación de la libertad mutua. Lo otro es como una esclavitud y permite el cálculo en el amor.

Sin embargo quien puede acusar a un niño necesitado de amparo, que pida un favor.

Y quién puede descalificar al adulto que se lo ofrece.?

Luego no todo lo que miramos con suspicacia resulta malicioso y corrupto. Quizás es nuestro ojo el que así lo hace.

Más bien es preciso dejar que la buena fe aflore en nuestra voluntad y se deje llevar por la gratitud.

Salmo responsorial: 97



REFLEXIÓN

Cantad al Señor un cántico nuevo, porque ha hecho maravillas

Un canto de acción de gracias, estimulado por la novedad de su intervención. Por el amor que experimentamos, cuando se nos acerca y nos rodea.

El Señor da a conocer su victoria

El Señor muestra ser como los niños y los adultos que se regocijan por el bien que hacen, y su felicidad es la felicidad en el rostro de los beneficiados. Ese momento es incomparable y tal satisfacción no tiene comparación.

Aunque en ciertos casos tal beneficio no puede declararse libre de contaminación del egoísmo, el interés y el cálculo.

Y además se tema crear una dependencia que nos comprometa más allá de lo pensado.

se acordó de su misericordia y su fidelidad

Nuestro Dios es el Señor de la memoria: se acuerda y espera que se acuerden.

2Timoteo 2, 8-13



REFLEXIÓN

Haz memoria de Jesucristo

resucitado de entre los muertos

Si él resucitó, también nosotros, los que hacemos memoria de él, vamos resucitando.

Éste ha sido mi Evangelio

Evangelizar como hacer memoria de Jesucristo muerto y resucitado.

la palabra de Dios no está encadenada

Es una palabra libre, que va más allá de nuestras prisiones de incongruencia y fallas en el testimonio.

si morimos con él, viviremos con él. Si perseveramos, reinaremos con él

Si lo negamos, también él nos negará

No parece congruente con el conjunto. Hubiéramos esperado que Él no nos negaría…a pesar de todo, porque Él es Dios. Y nos ha acostumbrado a su trascendencia.

Si somos infieles, él permanece fiel

Y así se constituye en la negación de cualquier semejanza de nuestra fidelidad e infidelidad, basadas en la correspondencia.

Porque Él es más que una correspondencia y nos desborda con su amor.

Lucas 17, 11-19



REFLEXIÓN

Yendo Jesús camino de Jerusalén, pasaba entre Samaria y Galilea. Cuando iba a entrar en un pueblo, vinieron a su encuentro diez leprosos, que se pararon a lo lejos y a gritos le decían: "Jesús, maestro, ten compasión de nosotros."

Jesús está por  abandonar la región norte, la que en el antiguo Israel constituyó un reino hermano rival de Judá y Jerusalén.

Justo era el hogar de las 10 tribus, que ahora se representan en 10 leprosos que claman misericordia, antes que Jesús los abandone.

Porque el Norte ha sido la patria de Jesús, donde ha crecido y se ha formado. Y donde ha iniciado su misión de buena nueva.

Allí también Jesús ha tenido que confesar que ningún profeta es bien recibido en su tierra, y en algunos lugares no ha podido curar por falta de fe de sus cóterraneos.

Así que estos 10 leprosos que bien pudieran representar esa región merecerían, según nuestra regla de correspondencia, que no se les escuchara.

Al verlos, les dijo: "Id a presentaros a los sacerdotes."  Y, mientras iban de camino, quedaron limpios

Pero Jesús tiene una misión de su Padre Dios, y no representa su propio criterio, sino la Trascendencia operativa del Señor quien está por manifestar, por enésima vez su misericordia por encima de cualquier tipo de mezquindad, división o ajuste de cuentas, porque su Designio es la unidad plena de los pueblos consigo.

Uno de ellos, viendo que estaba curado, se volvió alabando a Dios a grandes gritos y se echó por tierra a los pies de Jesús, dándole gracias.

Éste era un samaritano.

Horror de los horrores. El agradecido ha resultado ser el menos apropiado para ser portavoz de nada. Un hereje, un impuro, uno fuera del círculo de salvación.

En operación nuevamente la Trascendencia operativa del Espíritu del Señor para quien nada es imposible y constantemente nos lo refriega, a ve si aprendemos a mejorar nuestros juicios.

Jesús tomó la palabra y dijo: "¿No han quedado limpios los diez?; los otros nueve, ¿dónde están? ¿No ha vuelto más que este extranjero para dar gloria a Dios?"

Y le dijo: "Levántate, vete; tu fe te ha salvado."

Porque la fe que salva es así: permite recobrar la memoria de la misericordia sin límite de correspondencia del Señor, y mueve a la acción de gracias y al reconocimiento del Padre de Jesús.

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Domingo 28 de tiempo ordinario

2Reyes 5, 14-17

Salmo responsorial: 97

2Timoteo 2, 8-13

Lucas 17, 11-19

DOCTORES DE LA IGLESIA


 

DOMINGO, XXVIII SEMANA

De la carta de san Agustín, obispo, a Proba
(Carta 130, 8, 15. 17-9, 18: CSEL 44, 56-57. 59-60)

QUE NUESTRO DESEO DE LA VIDA ETERNA SE EJERCITE EN LA ORACIÓN

¿Por qué en la oración nos preocupamos de tantas cosas y nos preguntamos cómo hemos de orar, temiendo que nuestras plegarias no procedan con rectitud, en lugar de limitarnos a decir con el salmo: Una cosa pido al Señor, eso buscaré: habitar en la casa del Señor por los días de mi vida; gozar de la dulzura del Señor contemplando su templo? En aquella morada, los días no consisten en el empezar y en el pasar uno después de otro ni el comienzo de un día significa el fin del anterior; todos los días se dan simultáneamente y ninguno se termina allí donde ni la vida ni sus días tienen fin.

Para que lográramos esta vida dichosa, la misma Vida verdadera y dichosa nos enseñó a orar; pero no quiso que lo hiciéramos con muchas palabras, como si nos escuchara mejor cuanto más locuaces nos mostráramos, pues, como el mismo Señor dijo, oramos a aquel que conoce nuestras necesidades aun antes de que se las expongamos.

Puede resultar extraño que nos exhorte a orar aquel que conoce nuestras necesidades antes de que se las expongamos, si no comprendemos que nuestro Dios y Señor no pretende que le descubramos nuestros deseos, pues él ciertamente no puede desconocerlos, sino que pretende que, por la oración, se acreciente nuestra capacidad de desear, para que así nos hagamos más capaces de recibir los dones que nos prepara. Sus dones, en efecto, son muy grandes y nuestra capacidad de recibir es pequeña e insignificante. Por eso, se nos dice: Dilatad vuestro corazón.

Cuanto más fielmente creemos, más firmemente esperamos y más ardientemente deseamos este don, más capaces somos de recibirlo; se trata de un don realmente inmenso, tanto, que ni el ojo vio, pues no se trata de un color; ni el oído oyó, pues no es ningún sonido; ni vino a la mente del hombre, ya que es la mente del hombre la que debe ir a aquel don para alcanzarlo.

Así pues, constantemente oramos por medio de la fe, de la esperanza y de la caridad, con un deseo ininterrumpido. Pero, además, en determinados días y horas, oramos a Dios también con palabras, para que, amonestándonos a nosotros mismos por medio de estos signos externos, vayamos tomando conciencia de cómo progresamos en nuestro deseo y, de este modo, nos animemos a proseguir en él. Porque, sin duda alguna, el efecto será tanto mayor, cuanto más intenso haya sido el afecto que lo hubiera precedido. Por tanto, aquello que nos dice el Apóstol: Orad sin cesar, ¿qué otra cosa puede significar sino que debemos desear incesantemente la vida dichosa, que es la vida eterna, la cual nos ha de venir del único que la puede dar?