Domingo, XXII semana
San Agustín Sermón 23 A,1-4
Dichosos nosotros, si llevamos a la
práctica lo que escuchamos y cantamos. Porque cuando escuchamos es como si
sembráramos una semilla, y cuando ponemos en práctica lo que hemos oído es como
si esta semilla fructificara. Empiezo diciendo esto, porque quisiera exhortaros
a que no vengáis nunca a la iglesia de manera infructuosa, limitándoos sólo a
escuchar lo que allí se dice, pero sin llevarlo a la práctica. Porque, como
dice el Apóstol, estáis salvados por su gracia, pues no se debe a las obras,
para que nadie pueda presumir. No ha precedido, en efecto, de parte nuestra una
vida santa, cuyas acciones Dios haya podido admirar, diciendo por ello:
«Vayamos al encuentro y premiemos a estos hombres, porque la santidad de su vida
lo merece». A Dios le desagradaba nuestra vida, le desagradaban nuestras obras;
le agradaba, en cambio, lo que él había realizado en nosotros. Por ello, en
nosotros, condenó lo que nosotros habíamos realizado y salvó lo que él había
obrado. Nosotros, por tanto, no éramos buenos. Y, con todo, él se compadeció de
nosotros y nos envió a su Hijo a fin de que muriera, no por los buenos, sino
por los malos; no por los justos, sino por los impíos. Dice, en efecto, la
Escritura: Cristo murió por los impíos. Y ¿qué se dice a continuación? Apenas
habrá quien muera por un justo; por un hombre de bien tal vez se atrevería uno
a morir. Es posible, en efecto, encontrar quizás alguno que se atreva a morir
por un hombre de bien; pero por un inicuo, por un malhechor, por un pecador,
¿quién querrá entregar su vida, a no ser Cristo, que fue justo hasta tal punto
que justificó incluso a los que eran injustos? Ninguna obra buena habíamos
realizado, hermanos míos; todas nuestras acciones eran malas. Pero, a pesar de
ser malas las obras de los hombres, la misericordia de Dios no abandonó a los
humanos. Y Dios envió a su Hijo para que nos rescatara, no con oro o plata,
sino a precio de su sangre, la sangre de aquel Cordero sin mancha, llevado al
matadero por el bien de los corderos manchados, si es que debe decirse
simplemente manchados y no totalmente corrompidos. Tal ha sido, pues, la gracia
que hemos recibido. Vivamos, por tanto, dignamente, ayudados por la gracia que
hemos recibido y no hagamos injuria a la grandeza del don que nos ha sido dado
REFLEXIÓN
Para corresponder con
humildad a la gracia que se nos concedió gratuitamente, hemos de escuchar y
practicar la obra buena con humildad, para no encallar en la soberbia de las
obras que anteriormente nos autojustificaban, pero no nos libraban de nuestra
corrupción. Este giro es posible – hacer con humildad la obra buena como
correspondencia a la gracia- por la entrega de su vida de Jesús de Nazaret en
la cruz, por lo cual fue exaltado.