Lunes, XXIII semana
San León Magno Sermón sobre las bienaventuranzas 95,8-9
Con toda razón se promete a los limpios de
corazón la bienaventuranza de la visión divina. Nunca una vida manchada podrá
contemplar el esplendor de la luz verdadera, pues aquello mismo que constituirá
el gozo de las almas limpias será el castigo de las que estén manchadas. Que
huyan, pues, las tinieblas de la vanidad terrena y que los ojos del alma se
purifiquen de las inmundicias del pecado, para que así puedan saciarse gozando
en paz de la magnífica visión de Dios. Pero para merecer este don es necesario
lo que a continuación sigue: Dichosos los que trabajan por la paz, porque ellos
se llamarán los hijos de Dios. Esta bienaventuranza, amadísimos, no puede
referirse a cualquier clase de concordia o armonía humana, sino que debe
entenderse precisamente de aquella a la que alude el Apóstol cuando dice: Estad
en paz con Dios, o a la que se refiere el salmista al afirmar: Mucha paz tienen
los que aman tus leyes, y nada los hace tropezar. Esta paz no se logra ni con
los lazos de la más íntima amistad ni con una profunda semejanza de carácter,
si todo ello no está fundamentado en una total comunión de nuestra voluntad con
la voluntad de Dios.
REFLEXIÓN
La voluntad de Dios, es el
santo grial de la espiritualidad. La brújula del peregrinaje de fe hacia el
absoluto. Todo esfuerzo será poco para ubicar en todo momento de la existencia
la voluntad de Dios. Así como un buscador de posición satelital ubica donde sea
la presencia del objetivo seguido, así la sensibilidad creyente amaestrada por
la influencia del Espíritu de Dios, ubica la señal de es voluntad de Dios.
Quizás los más a través de los mandamientos y leyes entendemos del grueso o de
esa voluntad, los avanzados vibran con las señales en mínimas evidencias,
sutiles insinuaciones, gestos imperceptibles que brinda el Misterio de Dios
para que nos le acerquemos. Jesús fue el sumo maestro del hallazgo de es
voluntad del Padre, cuando en el Huerto de los Olivos, en medio de una angustia
profunda exclamó: no se haga lo que yo sino lo que tú. Y cuando al cabo de todo
cerró el ciclo de su vida fiel declarando: todo se ha cumplido.