viernes, 26 de noviembre de 2021

PALABRA COMENTADA

 

Viernes 34 de tiempo ordinario

Año Impar

Daniel 7,2-14



REFLEXIÓN

Le dieron poder real y dominio; todos los pueblos, naciones y lenguas lo respetarán. Su dominio es eterno y no pasa, su reino no tendrá fin.

Reino, gobierno, poder, orden, economía global, G20, FMI, Banco Mundial, Fifa...

Todas palabras de organizar, que se asume, unos organizan y otros son organizados, en jerarquía, en niveles.

En todos, la historia viene diciendo que se dan abusos, explotación, mal uso, corrupción.

Frente a todos se han dado rebeldías, revueltas, protestas, huelgas, revoluciones.

Sin embargo el ciclo no se detiene, sino que las cenizas de un orden anterior dan pie a las expectativas del orden naciente, que muchas veces nacen viejos porque son estratagemas para cambiar de manos el poder.

La historia muestra que el ejercicio del poder se ha comportado lo mismo siempre: servirse en vez de servir, pero haciendo creer que sirve, dando esperanza.

El discernimiento evangélico aconseja mirar bien la propuesta de esperanza de cualquier poder, para determinar la clase de espíritu que la convoca.

Manipulación, simulación y mentira son estrategias para mantenerse el poder en su corrupción.

Frente a esta perspectiva la Palabra promete para algún momento un Reino nuevo, que según Jesús requiere conversión, y que ya está dentro de nosotros.

No hay que buscarlo muy lejos, ni hay que anhelarlo demasiado entre los poderes que vamos conociendo.

Sólo pide que queramos servir, porque hay más felicidad en dar que en recibir.

Interleccional: Daniel 3,75-81



REFLEXIÓN

bendecid al Señor

Hemos de seguir bendiciendo al Señor en todo momento y en todo lugar, ya que el poder de su servicio de amor y justicia es el único que perdurará.

Lucas 21,29-33



REFLEXIÓN

cuando echan brotes, os basta verlos para saber que la primavera está cerca

Sólo para quienes no han perdido la habilidad de observar las señales, que  se ofrecen en todo el conjunto de la existencia.

cuando veáis que suceden estas cosas, sabed que está cerca el reino de Dios

Podríamos pensar que en vez de atisbar el cielo y la tierra por señales terribles, terroríficas y portentosas, que pueden llamar a temer por el fin del mundo como lo conocemos, las calamidades son un llamamiento a la solidaridad con las víctimas y damnificados.

Entonces vemos un reino de fraternidad servicial en funcionamiento.

De esta manera se puede entender que el Reino está a la mano en cualquier momento.

El cielo y la tierra pasarán, mis palabras no pasarán

Si queremos experimentar la vigencia de la Palabra y la contundencia del Reino de los cielos, no tenemos más que abrir nuestras entrañas a la voz que clama por ayuda en la necesidad.

Las palabras de Jesús siempre resuenan para advertir en las señales, en las obras, el juicio, la cercanía del Reino.

Las señales del fin del mundo pueden perfectamente referirse al mundo decadente de la falta de solidaridad, fraternidad y sororidad.

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Daniel 7,2-14

Los poderes del mundo, representados en imperios y reinos, van cayendo después de un esplendor que no es eterno. Para abrirnos a esperar al que sí es Eterno: Dios, hombre nuevo, pueblo nuevo, cielos nuevos.

Interleccional: Daniel 3,75-81

Su aliento nos persuade a continuar bendiciendo todo como don y signo de los bueno que es para con nosotros.

Lucas 21,29-33

Jesús nos insta a creer y esperar y seguir amando lo que está en nuestras manos, pero alertas ante los que está apareciendo y da signos, visos de irse presentando: el Reinar de Dios. Somos suficientemente inteligentes para ver señales de cambio, y para aceptar en su Palabra y signos que permanecen más allá de los cambios del mundo que pasa.


BEATO CARLO


 Del Tratado de san Cipriano, obispo y mártir, Sobre la muerte

(Cap. 18, 24. 26: CSEL 3, 308. 312-314)


RECHACEMOS EL TEMOR A LA MUERTE CON EL PENSAMIENTO DE LA INMORTALIDAD QUE LA SIGUE

Nunca debemos olvidar que nosotros no hemos de cumplir nuestra propia voluntad, sino la de Dios, tal como el Señor nos mandó pedir en nuestra oración cotidiana. ¡Qué contrasentido y qué desviación es no someterse inmediatamente al imperio de la voluntad del Señor, cuando él nos llama para salir de este mundo! Nos resistimos y luchamos, somos conducidos a la presencia del Señor como unos siervos rebeldes, con tristeza y aflicción, y partimos de este mundo forzados por una ley necesaria, no por la sumisión de nuestra voluntad; y pretendemos que nos honre con el premio celestial aquel a cuya presencia llegamos por la fuerza. ¿Para qué rogamos y pedimos que venga el reino de los cielos, si tanto nos deleita la cautividad terrena? ¿Por qué pedimos con tanta insistencia la pronta venida del día del reino, si nuestro deseo de servir en este mundo al diablo supera al deseo de reinar con Cristo?

Si el mundo odia al cristiano, ¿por qué amas al que te odia, y no sigues más bien a Cristo, que te ha redimido y te ama? Juan, en su carta, nos exhorta con palabras bien elocuentes a que no amemos el mundo ni sigamos las apetencias de la carne: No améis al mundo —dice— ni lo que hay en el mundo. Quien ama al mundo no posee el amor del Padre, porque todo cuanto hay en el mundo es concupiscencia de la carne, concupiscencia de los ojos y soberbia de la vida. El mundo pasa y sus concupiscencias con él. Pero quien cumple la voluntad de Dios permanece para siempre. Procuremos más bien, hermanos muy queridos, con una mente íntegra, con una fe firme, con una virtud robusta, estar dispuestos a cumplir la voluntad de Dios, cualquiera que ésta sea; rechacemos el temor a la muerte con el pensamiento de la inmortalidad que la sigue. Demostremos que somos lo que creemos.

Debemos pensar y meditar, hermanos muy amados, que hemos renunciado al mundo y que mientras vivimos en él somos como extranjeros y peregrinos. Deseemos con ardor aquel día en que se nos asignará nuestro propio domicilio, en que se nos restituirá al paraíso y al reino, después de habernos arrancado de las ataduras que en este mundo nos retienen. El que está lejos de su patria es natural que tenga prisa por volver a ella. Para nosotros, nuestra patria es el paraíso; allí nos espera un gran número de seres queridos, allí nos aguarda el numeroso grupo de nuestros padres, hermanos e hijos, seguros ya de su suerte, pero solícitos aún de la nuestra. Tanto para ellos como para nosotros significará una gran alegría el poder llegar a su presencia y abrazarlos; la felicidad plena y sin término la hallaremos en el reino celestial, donde no existirá ya el temor a la muerte, sino la vida sin fin.

Allí está el coro celestial de los apóstoles, la multitud exultante de los profetas, la innumerable muchedumbre de los mártires, coronados por el glorioso certamen de su pasión; allí las vírgenes triunfantes, que con el vigor de su continencia dominaron la concupiscencia de su carne y de su cuerpo; allí los que han obtenido el premio de su misericordia, los que practicaron el bien, socorriendo a los necesitados con sus bienes, los que, obedeciendo el consejo del Señor, trasladaron su patrimonio terreno a los tesoros celestiales. Deseemos ávidamente, hermanos muy amados, la compañía de todos ellos. Que Dios vea estos nuestros pensamientos, que Cristo contemple este deseo de nuestra mente y de nuestra fe, ya que tanto mayor será el premio de su amor, cuanto mayor sea nuestro deseo de él