miércoles, 2 de noviembre de 2022

PALABRA COMENTADA

 

FIELES DIFUNTOS (2 DE NOVIEMBRE)

Job 19,1.23-27ª



REFLEXIÓN

mis palabras, ojalá se grabaran en cobre, con cincel de hierro y en plomo se escribieran para siempre en la roca!

La Palabra siempre recoge en su mensaje los anhelos y las palabras de los seres humanos con los registros de tristeza y esperanza, y sobre todo con su anhelo de permanecer eternamente.

La Palabra del Señor es solidaria y ama entrañablemente a sus hijos. No trata solamente de un mensaje, un plan del Señor.

También incluye la ilusiones de sus escuchas, para que se vean partícipes, identificados, pertenecientes a esa Palabra.

Yo sé que está vivo mi Redentor, y que al final se alzará sobre el polvo: después que me arranquen la piel, ya sin carne, veré a Dios; yo mismo lo veré, y no otro, mis propios ojos lo verán."


 

Según lo que se escribe de la antropología hebrea, nos encontramos con un hito en el itinerario conceptual de la supervivencia, tras la muerte física.

La formulación de Job representa algo novedoso, ya que la carne es distinguida como”piel arrancada”, que no acompaña la visón individual de Dios. Pero se habla de ojos, que son parte de un cuerpo.

Esto se afirma por fe: ”yo sé”. Y se afirma que su vivir se halla más allá del polvo, al que todo es reducido, con el paso del tiempo.

Esa vida “tras” es interpersonal, es encuentro con un otro y de nuestra parte, ya sin piel.

Sin embargo mantendremos una visión con “ojos” que por lo tanto

y sin embargo, siguen siendo míos.

El lenguaje puede traicionar la precisión del concepto, que entonces se considera más bien un barrunto borroso e impreciso.


 Pero se transmite la convicción de una persona que proyecta parte de lo que ahora es, en el momento que no es.

Y para nosotros los creyentes de la palabra es un mensaje de salvación, porque nos anima a creer y confiar en un encuentro posterior a la desaparición física visible.

Por eso es importante el día de los difuntos, porque celebra algo de todos los días en forma universal: la muerte de todos y cada uno.

Pero no celebra una desaparición física, sino la apertura de una solución, balbuceada con imperfección, con imprecisión, pero con esperanza.

El Señor como redentor, vengador de tribus, pariente cercano en la cultura semi-nómada.

Él ha sido el que se acerca. El que se ha hecho próximo, prójimo de nuestras necesidades. Se ha emparentado con nuestra raza.


 Y si vivimos esa experiencia en la existencia actual, cómo no esperar que lo veremos alguna vez, para siempre, porque está vivo?

Así fundamentamos desde su Palabra nuestra fe en el re-encuentro de nuestros difuntos más cercanos, aquellos que han aportado en nuestra formación y han colaborado con el Señor en su cuidado y cercanía.

Somos lo que somos por una red de influencias sustentadas en el ágape del Señor y, aunque hay que reconocer que no todas las que circulan por esta red son positivas y benditas, el conjunto sí lo es, y contiene la potencialidad del Espíritu para irlas transformando en energía de vida eterna.

Una calidad de vida superior, desconocida y gratuita. El mejor vino está por llegar, y será gratis.

Pero más allá del qué de un mensaje la Palabra es un Quien, un Alguien vivo y dador de vida, que busca estrechar los lazos vínculos establecidos por la creación.

Creación, Redención, Consumación y Salvación: cuatro términos o códigos que abren el sentido de la Revelación de la Palabra a la comprensión del género humano, donde quiera que se establezca.

La salvación es el eje que atraviesa todos estos códigos, una salvación que incluye su etapa inicial de liberación del pecado y la injusticia.

La creación se entiende si por ella obtenemos una primera noticia de la intención salvífica del creador.

La redención denota el carácter agónico de la salvación, que como la semilla debe morir para dar fruto.

La consumación se relaciona definitivamente con la salvación en cuanto comunidad gozosa que se establece definitivamente y sin fin con el Creador en su misterio de comunión: Padre, Hijo y Espíritu Santo.

Nuestro testigo y dador del derecho de membresía a esa salvación en todo el proyecto es Jesús de Nazareth, crucificado y resucitado.

Salmo responsorial: 24



REFLEXIÓN

tu ternura / y tu misericordia son eternas

Se trata de mucho más que tú recuerdes, que yo recuerde, porque el olvido nos rodea incesantemente, si nos atenemos a los males de la memoria.

Esta fe nos sostiene y ayuda a hacer balance en las frustraciones, limitaciones y amarguras que surgen en la existencia.

Aporta una dimensión de paciencia y magnanimidad frente a las atrocidades que cometemos entre nosotros, y la violencia a la que nos sometemos, en una forma u otra.

Porque echamos en cara la violencia de las armas y la actuación arbitraria de los que


 

asesinan a inocentes pero también a culpables.

Sin embargo debemos ver el cuadro completo porque esa violencia no ha surgido sola sino que otra ha sido su partera: la violencia que ejerce una situación económica desfavorable produciendo miseria y pobreza; la que ejerce la sabiduría acumulada respecto de la ignorancia y así a través de toda la gama.

acuérdate de mí con misericordia

Porque en este trance de desaparición, cuando mermen todos nuestros atributos que contribuyen a nuestra densidad existencial, es importante que se mantenga la convicción de tu misericordia, para que la esperanza del encuentro contigo nos salve.

perdona todos mis pecados

Sana nuestra herida inicial, la toxicidad original, la amenaza constante al pie de nuestra existencia.


 

Perdona los pecados heredados y los responsablemente actuados

Guarda mi vida y líbrame

no quede yo defraudado de haber acudido a ti

No seas tú sólo un esquema mental alentado por el miedo a lo desconocido y la ignorancia de las leyes por descubrir, como incursionan algunos a expresar.

Filipenses 3,20-21



REFLEXIÓN

Nosotros somos ciudadanos del cielo, de donde aguardamos un Salvador: el             Señor    Jesucristo.          Él                         transformará (Μετασχηματίζω/metaschématizó/transformar/transfigurar/cam biar la apariencia) nuestro cuerpo humilde, según el modelo de su cuerpo glorioso, con esa energía que posee para sometérselo todo.

Cuando fallecemos, nuestra apariencia, nuestra presentación a los ojos de este mundo se marchita: el cadáver es un despojo inútil e inanimado que con el tiempo que transcurre rápidamente se transforma en un resto deformado, cesado, que ya no funciona.

Se pierde el contacto en forma definitiva. Porque las afirmaciones de contactos más allá de la muerte


 

nunca salen de la sospecha del subjetivismo e imaginación.

Frente a este mentís absoluto a la vida, fehaciente como el resto que se va haciendo polvo, proclamamos que se da una transformación según otro modelo: el del cuerpo nuevo de Jesús glorificado. Allí se manifiesta una energía desconocida.

Algunos fenómenos naturales nos sugieren y animan a abrirnos a formas y modelos de energía no clasificadas aún, como los hoyos negros del firmamento,.

Jesús en su glorificación no es solo una palabra suelta del mensaje salvífico, sino que es la clave del sentido de la Palabra en toda su extensión.

Es un atisbo, un inicio, un adelanto del futuro. Un sentido final de todo el designio.

Ahora la esperanza echa mano de nuevo de la integralidad del cuerpo espiritual.


 

El “humilde cuerpo” puede incluir la “humilde piel”.

Pero es que un poder distinto lo transformará.

Se trata de un convicción e imagen mental que se ha formado de una experiencia novedosa: el cuerpo glorioso de Jesús crucificado y resucitado, que actualmente es el paradigma.

Marcos 15,33-39;16,1-6



REFLEXIÓN

Jesús clamó con voz potente: "Eloí, Eloí, lamá sabaktaní"

Para unos aquí terminó la fe de Jesús en su Abbá todopoderoso, y nació, creemos, la nueva fe en el Abbá misericordioso y abajado.

Para otros aquí se entrega en la oración ferviente la última oblación de una fe oscura en manos del Abbá misterio, en cuya sabiduría y justicia se confía Jesús.

Jesús el hombre desesperado- esperanzado, el justo que vive de fe contra fe, verdadero paradigma del creyente que lo sigue.


 

En una u otra forma esta  comprensión implica la aceptación por parte de Jesús de un Señor vivo para siempre: Dios de vivos, ha dicho el texto evangélico en otro lugar en su polémica con los saduceos.

Y sobre éste testimonio de entrega máxima de Jesús es donde debemos construir, como sobre roca, nuestra propia entrega confiada de fe, esperanza y ágape.

dando un fuerte grito, expiró

No se espera que un agonizante de suplicio profiera un grito fuerte como fenómeno de expiración.

Expirar más bien sugiere un último aliento. Una muestra de la fortaleza del Espíritu del Jesús que muere.

El velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo. El centurión, que estaba enfrente, al ver cómo había expirado, dijo: "Realmente este hombre era Hijo de Dios."

Se presenta una dramatización del cierre de una economía y la apertura de otra.


 

El Santo de los Santos del templo es abandonado, según la creencia cristiana.

La proclamación del centurión gentil abre un mundo de salvación a otros fuera de la Promesa.

Para los que se cierra su figuración de salvación debe tratarse de una representación caótica, salvable sólo por la apertura y ternura de la nueva Palabra del reino del Padre.

El éxodo de una esquema de referencia a otro no es simple, sino dolorosamente complejo. Sin embargo estamos dotados de una capacidad de ensanchamiento en nuestra comprensión que hace posible reubicarnos en la esperanza.

Con él arranca la cadena testimonial hasta nuestro día de hoy.

Para el centurión nadie se comporta respecto de Dios como Jesús, sino es un Hijo suyo entrañable.


 

"No os asustéis. ¿Buscáis a Jesús el Nazareno, el crucificado? No está aquí. Ha resucitado. Mirad el sitio donde lo pusieron."

Es el momento de experimentar ausencia, en medio de sentimientos auténticos de pesar pero, como desde las cenizas a las que nos lleva la trágica experiencia, iniciar con fortaleza la ilusión esperanzada de la transformación . que culmine la novedad de vida prometida y en Jesús visualizada.

Hasta reunirnos en el AMOR al que

tendemos. El de la otra orilla…

 

https://twitter.com/motivaciondehoy/status/1587777241945059330?s=20&t=0dF3aKm_9Oj3BWKDDt_aVQ

BEATO CARLO



 Del Libro de san Ambrosio, obispo, Sobre la muerte de su hermano Sátiro
(Libro 2, 40. 41. 46. 47. 132. 133: CSEL 73, 270-274. 323-324)
 
MURAMOS CON CRISTO, Y VIVIREMOS CON ÉL

 

Vemos que la muerte es una ganancia y la vida un sufrimiento. Por esto dice san Pablo: Para mí la vida es Cristo, y la muerte una ganancia. Cristo, a través de la muerte corporal, se nos convierte en espíritu de vida. Por tanto, muramos con él, y viviremos con él. En cierto modo debemos irnos acostumbrando y disponiendo a morir, por este esfuerzo cotidiano que consiste en ir separando el alma de las concupiscencias del cuerpo, que es como irla sacando fuera del mismo para colocarla en un lugar elevado, donde no puedan alcanzarla ni pegarse a ella los deseos terrenales, lo cual viene a ser como una imagen de la muerte, que nos evitará el castigo de la muerte. Porque la ley de la carne está en oposición a la ley del espíritu e induce a ésta a la ley del error. ¿Qué remedio hay para esto? ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte? ¡Gracias a Dios, por Jesucristo, Señor nuestro, me veré libre!

 Tenemos un médico, sigamos sus remedios. Nuestro remedio es la gracia de Cristo, y el cuerpo de muerte es nuestro propio cuerpo. Por lo tanto, emigremos del cuerpo, para no vivir lejos del Señor; aunque vivimos en el cuerpo, no sigamos las tendencias del cuerpo ni obremos en contra del orden natural, antes busquemos con preferencia los dones de la gracia.

 ¿Qué más diremos? Con la muerte de uno solo fue redimido el mundo. Cristo hubiese podido evitar la muerte, si así lo hubiese querido; mas no la rehuyó como algo inútil, sino que la consideró como el mejor modo de salvarnos. Y, así, su muerte es la vida de todos. Hemos recibido el signo sacramental de su muerte, anunciamos y proclamamos su muerte siempre que nos reunimos para ofrecer la eucaristía; su muerte es una victoria, su muerte es sacramento, su muerte es la máxima solemnidad anual que celebra el mundo.

¿Qué más podremos decir de su muerte, si el ejemplo de Cristo nos demuestra que ella sola consiguió la inmortalidad y se redimió a sí misma? Por esto no debemos deplorar la muerte, ya que es causa de salvación para todos; no debemos rehuirla, puesto que el Hijo de Dios no la rehuyó ni tuvo en menos el sufrirla.

 

Además, la muerte no formaba parte de nuestra naturaleza, sino que se introdujo en ella; Dios no instituyó la muerte desde el principio, sino que nos la dio como un remedio. En efecto, la vida del hombre, condenada, por culpa del pecado, a un duro trabajo y a un sufrimiento intolerable, comenzó a ser digna de lástima: era necesario dar fin a estos males, de modo que la muerte restituyera lo que la vida había perdido. La inmortalidad, en efecto, es más una carga que un bien, si no entra en juego la gracia.

 Nuestro espíritu aspira a abandonar las sinuosidades de esta vida y los enredos del cuerpo terrenal y llegar a aquella asamblea celestial, a la que sólo llegan los santos, para cantar a Dios aquella alabanza que, como nos dice la Escritura, le cantan al son de la cítara: Grandes y maravillosas son tus obras, Señor, Dios omnipotente, justos y verdaderos tus caminos, ¡oh Rey de los siglos! ¿Quién no temerá, Señor, y glorificará tu nombre? Porque tú solo eres santo, porque vendrán todas las naciones y se postrarán en tu acatamiento; y también para contemplar, Jesús, tu boda mística, cuando la esposa, en medio de la aclamación de todos, será transportada de la tierra al cielo -a ti acude todo mortal-, libre ya de las ataduras de este mundo y unida al espíritu.

 Este deseo expresaba con especial vehemencia el salmista, cuando decía: Una cosa pido al Señor, eso buscaré: habitar en la casa del Señor por los días de mi vida y gozar de la dulzura del Señor.