San Buenaventura Breviloquio, prólogo
El origen de la sagrada Escritura no hay
que buscarlo en la investigación humana, sino en la revelación divina, que
procede del Padre de los astros, de quien toma nombre toda familia en el cielo
y en la tierra, de quien, por su Hijo Jesucristo, se derrama sobre nosotros el
Espíritu Santo, y, por el Espíritu Santo, que reparte y distribuye a cada uno
sus dones como quiere, se nos da la fe, y por la fe habita Cristo en nuestros
corazones.
REFLEXIÓN
Se corta así por lo sano
la discusión eterna sobre el origen de la Sagrada Escritura. Es un tema de fe,
no de investigación humana. Si algo habría que discutir, es sobre la fe y su
pretensión de alcanzar el origen, privando al esfuerzo humano de comprensión,
dada por el mismo Creador, propia y según la coherencia y consistencia de sus
métodos.
En esto consiste el conocimiento de
Jesucristo, conocimiento que es la fuente de la que dimana la firmeza y la
comprensión de toda la sagrada Escritura. Por esto, es imposible penetrar en el
conocimiento de las Escrituras, si no se tiene previamente infundida en sí la
fe en Cristo, la cual es como la luz, la puerta y el fundamento de toda la
Escritura.
REFLEXIÓN
Se trata de una contradicción radical:
conocimiento por la fe de Jesucristo mediante la fe previamente infundida,
donada, dispensada y que actúa como según las imágenes como luz porque alumbra
la oscuridad del misterio, como puerta porque permite entrar desde dentro y no
por violencia, y fundamento porque sin ese paso lo que venga no podrá darse.
En efecto, mientras vivimos en el
destierro lejos del Señor, la fe es el fundamento estable, la luz directora y
la puerta de entrada de toda iluminación sobrenatural; ella ha de ser la medida
de la sabiduría que se nos da de lo alto, para que nadie quiera saber más de lo
que conviene, sino que nos estimemos moderadamente, según la medida de la fe
que Dios otorgó a cada uno.
REFLEXIÓN
Se trata con la fe de una
sabiduría donada, de lo alto o de lo profundo, según las tendencias espaciales
de tal o cual generación a lo largo de los siglos. Una sabiduría que opera como un sometimiento,
o cesión de derechos, una sumisión, docilidad u obediencia, que obviamente
resulta discordante en un ambiente rígido en cuanto a la afirmación del
intelecto humano como medida de todas las cosas.
La finalidad o fruto de la sagrada
Escritura no es cosa de poca importancia, pues tiene como objeto la plenitud de
la felicidad eterna. Porque la Escritura contiene palabras de vida eterna,
puesto que se ha escrito no sólo para que creamos, sino también para que
alcancemos la vida eterna, aquella vida en la cual veremos, amaremos y serán
saciados todos nuestros deseos; y, una vez éstos saciados, entonces conoceremos
verdaderamente lo que trasciende toda filosofía: el amor cristiano, y así
llegaremos a la plenitud total de Cristo.
REFLEXIÓN
El fin de tal estilo de
vida, que tanto descompone la autonomía del conocimiento humano, es alcanzar la
vida que, como alternativa a esta, no tiene fin, y por lo tanto implica la felicidad
plena, que consiste en ver, amar y saciar todo anhelo.
De esto y su valor en los
tiempos presentes, nos son testigos las investigaciones humanas que plantean la
dinámica de la búsqueda de la plenitud de los hombres y mujeres. Porque ellas
arrojan, que llevamos muy profundamente el anhelo, el deseo, la ansiedad por
ser más.
En esta plenitud, de que nos habla el
Apóstol, la sagrada Escritura se esfuerza por introducirnos. Ésta es la
finalidad, ésta es la intención que ha de guiarnos al estudiar, enseñar y
escuchar la sagrada Escritura.
REFLEXIÓN
Dedicarse a la Escritura,
es consagrarse a vivir con ilusión de eternidad y plenitud.
Y, para llegar directamente a este
resultado, a través del recto camino de las Escrituras, hay que empezar por el
principio, es decir, debemos acercarnos, sin otro bagaje que la fe, al Padre de
los astros, doblando las rodillas de nuestro corazón, para que él, por su Hijo,
en el Espíritu Santo, nos dé el verdadero conocimiento de Jesucristo y, con el
conocimiento, el amor, para que así, conociéndolo y amándolo, fundamentados en
la fe y arraigados en la caridad, podamos conocer lo ancho, lo largo, lo alto y
lo profundo de la sagrada Escritura y, por este conocimiento, llegar al
conocimiento pleno y al amor extático de la santísima Trinidad; a ello tienden
los anhelos de los santos, en ello consiste la plenitud y la perfección de todo
lo bueno y verdadero.
REFLEXIÓN
Tal es el compromiso con
la plenitud que anima este estudio de La Escritura por fe, que no se puede dar
sin un trabajo por la perfección de lo bueno y verdadero, de lo ético, lo conveniente, lo razonable y
lo responsable desde ahora en esta convivencia humana.