miércoles, 1 de marzo de 2023

BEATO CARLO


CRISTO HABITA EN EL CORAZÓN CIRCUNCIDADO POR LA ORACIÓN

De las Demostraciones de Afraates, obispo
(Demostración 11, Sobre la circuncisión, 11-12: PS 1, 498-503
 
LA CIRCUNCISIÓN DEL CORAZÓN

 

La ley y la alianza antiguas fueron totalmente cambiadas. Primeramente, el pacto con Adán fue sustituido por el de Noé; más tarde, el concertado con Abraham fue reformado por el de Moisés. Mas como la alianza mosaica no fue observada, al llegar la plenitud de los tiempos vino la nueva alianza, ésta ya definitiva. En efecto, el pacto con Adán se basaba en el mandato de no comer del árbol de la vida; el de Noé en el arco iris; el de Abraham, elegido por su fe, en la circuncisión, como sello característico de su descendencia; el de Moisés en el cordero pascual, propiciación para el pueblo.

 Todas estas alianzas eran diversas entre sí. Ahora bien, la circuncisión grata a los ojos de aquel de quien procedían todas estas alianzas es la que dice Jeremías: Circuncidad el prepucio de vuestros corazones. Pues si el pacto concertado por Dios con Abraham fue firme, también éste es firme e inmutable, y ninguna ley se le puede añadir, ya venga de los que están fuera de la ley, ya de los que están sometidos a la ley.

 Dios, en efecto, dio a Moisés la ley con todas sus observancias y preceptos, mas, como ellos no la observaron, anuló la ley y sus preceptos; prometió que había de establecer una nueva alianza, la cual afirmó que sería distinta de la primera, por más que él mismo sea el autor de ambas. Y ésta es la alianza que prometió darnos: Todos me conocerán, desde el pequeño al grande. Y en esta alianza ya no existe la circuncisión carnal como signo de pertenencia a su pueblo.

 Sabemos con certeza, queridos hermanos, que Dios impuso, en las diversas generaciones, unas leyes, que estuvieron en vigor hasta que él quiso y que más tarde quedaron anuladas, tal como dice el Apóstol, a saber, que el reino de Dios subsistió antiguamente en multitud de semejanzas, según las diversas épocas.

 Ahora bien, nuestro Dios es veraz y sus preceptos son fidelísimos; por esto cada una de las alianzas fue en su tiempo firme y verdadera, y los circuncisos de corazón viven y son de nuevo circuncidados en el verdadero Jordán, que es el bautismo para el perdón de los pecados. Jesús, hijo de Nun, o sea Josué, circuncidó al pueblo por segunda vez con un cuchillo de piedra, cuando él y su pueblo atravesaron el Jordán; Jesús, nuestro salvador, circuncida por segunda vez, con la circuncisión del corazón, a todos los que creen en él y reciben el baño bautismal, los cuales son circuncidados con la espada, que es la palabra de Dios, más tajante que espada de dos filos.

 Jesús, hijo de Nun, introdujo al pueblo en la tierra prometida; Jesús, nuestro salvador, ha prometido la tierra de la vida a todos los que atraviesen el verdadero Jordán, crean y sean circuncidados en su corazón.

 Dichosos, pues, los que han sido circuncidados en el corazón y han renacido de las aguas de la segunda circuncisión; éstos recibirán la herencia junto con Abraham, guía fidedigno y padre de todos, ya que su fe le fue reputada como justicia.

REFLEXIÓN

Afraates "el Sabio" en las audiencias de Benedicto XVI

(Intervención de Benedicto XVI durante la audiencia general del miércoles 14 de noviembre de 2007 en la que presentó del obispo Afraates el «Sabio», «uno de los personajes más importantes y, al mismo tiempo, más enigmáticos del cristianismo siríaco del siglo IV)

En nuestro viaje al mundo de los Padres de la Iglesia, hoy quisiera guiaros hacia una parte poco conocida de este universo de la fe, es decir, a los territorios en los que florecieron las Iglesias de lengua semítica, aún no influidas por el pensamiento griego. Esas Iglesias se desarrollaron a lo largo del siglo IV en Oriente Medio, desde Tierra Santa hasta el Líbano y Mesopotamia.

Durante aquel siglo, que fue un período de formación a nivel eclesial y literario, en dichas comunidades se manifestó el fenómeno ascético-monástico con características autóctonas, que no experimentaron la influencia del monaquismo egipcio. De este modo, las comunidades siríacas del siglo IV fueron una representación del mundo semítico del que salió la Biblia misma, y fueron expresión de un cristianismo cuya formulación teológica aún no había entrado en contacto con corrientes culturales diversas, sino que vivía de formas de pensamiento propias. Fueron Iglesias en las que el ascetismo bajo varias formas eremíticas (eremitas en el desierto, en las cuevas, recluidos y estilitas) y el monaquismo bajo formas de vida comunitaria desempeñaron un papel de vital importancia para el desarrollo del pensamiento teológico y espiritual.

Quisiera presentar este mundo a través de la gran figura de Afraates, conocido también con el sobrenombre de «Sabio», uno de los personajes más importantes y, al mismo tiempo, más enigmáticos del cristianismo siríaco del siglo IV.

Originario de la región de Nínive-Mosul, hoy Irak, vivió en la primera mitad del siglo IV. Tenemos pocas noticias sobre su vida; de todos modos, mantuvo relaciones estrechas con los ambientes ascético-monásticos de la Iglesia siríaca, sobre la que nos transmitió algunas noticias en su obra y a la cual dedicó parte de su reflexión. Según algunas fuentes, dirigió incluso un monasterio y, por último, fue consagrado obispo. Escribió veintitrés discursos conocidos con el nombre de «Exposiciones» o «Demostraciones», en los que trató diversos temas de vida cristiana, como la fe, el amor, el ayuno, la humildad, la oración, la misma vida ascética y también la relación entre judaísmo y cristianismo, entre Antiguo y Nuevo Testamento. Escribió con un estilo sencillo, con frases breves y con paralelismos a veces contrastantes; sin embargo, logró hacer una reflexión coherente, con un desarrollo bien articulado de los varios argumentos que afrontó.

Afraates era originario de una comunidad eclesial que se encontraba en la frontera entre el judaísmo y el cristianismo. Era una comunidad muy unida a la Iglesia madre de Jerusalén, y sus obispos eran elegidos tradicionalmente de entre los así llamados «familiares» de Santiago, el «hermano del Señor» (Cf. Marcos 6,3), es decir, eran personas con vínculos de sangre y de fe con la Iglesia jerosolimitana. La lengua de Afraates era el siríaco, por tanto, una lengua semítica como el hebraico del Antiguo Testamento y el aramaico hablado por el mismo Jesús. La comunidad eclesial en la que vivió Afraates era una comunidad que trataba de permanecer fiel a la tradición judeocristiana, de la que se sentía hija. Por eso, mantenía una relación estrecha con el mundo judío y con sus libros sagrados. Afraates se definía significativamente a sí mismo como «discípulo de la Sagrada Escritura» del Antiguo y del Nuevo Testamento («Exposición» 22, 26), que consideraba su única fuente de inspiración, recurriendo a ella tan a menudo hasta el punto de convertirla en el centro de su reflexión.

Los argumentos que Afraates desarrolló en sus «Exposiciones» son variados. Fiel a la tradición siríaca, presentó a menudo la salvación realizada por Cristo como una curación y, por consiguiente, a Cristo mismo como médico. En cambio, considera el pecado como una herida, que sólo la penitencia puede sanar: «Un hombre que ha sido herido en batalla —decía Afraates—, no se avergüenza de ponerse en las manos de un médico sabio (…); del mismo modo, quien ha sido herido por Satanás no debe avergonzarse de reconocer su culpa y alejarse de ella, pidiendo el remedio de la penitencia» («Exposición» 7, 3).

Otro aspecto importante de la obra de Afraates es su enseñanza sobre la oración y, en especial, sobre Cristo como maestro de oración. El cristiano reza siguiendo la enseñanza de Jesús y su ejemplo orante: «Nuestro Salvador ha enseñado a rezar diciendo así: “Ora en lo secreto a Quien está escondido, pero ve todo”; y también: “Entra en tu aposento y ora a tu Padre, que está en lo secreto, y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará” (Mateo 6,6) (…). Lo que nuestro Salvador quiere mostrar es que Dios conoce los deseos y los pensamientos del corazón» («Exposición» 4, 10).

Para Afraates, la vida cristiana se centra en la imitación de Cristo, en tomar su yugo y en seguirlo por el camino del Evangelio. Una de las virtudes más convenientes para el discípulo de Cristo es la humildad. No es un aspecto secundario de la vida espiritual del cristiano: la naturaleza del hombre es humilde, y Dios la eleva a su misma gloria. La humildad —observó Afraates— no es un valor negativo: «Si la raíz del hombre está plantada en la tierra, sus frutos suben ante el Señor de la grandeza» («Exposición» 9, 14). Siendo humilde, incluso en la realidad terrena en la que vive, el cristiano puede entrar en relación con el Señor: «El humilde es humilde, pero su corazón se eleva a alturas excelsas. Los ojos de su rostro observan la tierra y los ojos de su mente la altura excelsa» («Exposición» 9, 2).

La visión del hombre y de su realidad corporal que tenía Afraates es muy positiva: el cuerpo humano, siguiendo el ejemplo de Cristo humilde, está llamado a la belleza, a la alegría y a la luz: «Dios se acerca al hombre que ama, y es justo amar la humildad y permanecer en la condición de humildad. Los humildes son sencillos, pacientes, amados, íntegros, rectos, expertos en el bien, prudentes, serenos, sabios, tranquilos, pacíficos, misericordiosos, dispuestos a convertirse, benévolos, profundos, ponderados, hermosos y deseables» («Exposición» 9, 14).

En Afraates la vida cristiana se presenta a menudo con una clara dimensión ascética y espiritual: la fe es su base, su fundamento; transforma al hombre en un templo donde habita Cristo mismo. Así pues, la fe hace posible una caridad sincera, que se expresa en el amor a Dios y al prójimo. Otro aspecto importante en Afraates es el ayuno, que interpretaba en sentido amplio. Hablaba del ayuno del alimento como una práctica necesaria para ser caritativo y virgen, del ayuno constituido por la continencia con vistas a la santidad, del ayuno de las palabras vanas o detestables, del ayuno de la cólera, del ayuno de la propiedad de los bienes con vistas al ministerio, y del ayuno del sueño para dedicarse a la oración.

Queridos hermanos y hermanas, regresemos una vez más —para concluir— a la enseñanza de Afraates sobre la oración. Según este antiguo «Sabio», la oración se realiza cuando Cristo habita en el corazón del cristiano, y lo invita a un compromiso coherente de caridad con el prójimo. En efecto, escribió: «Consuela a los afligidos, visita a los enfermos, sé solícito con los pobres: esta es la oración. La oración es buena, y sus obras son hermosas. La oración es aceptada cuando consuela al prójimo. La oración es escuchada cuando en ella se encuentra también el perdón de las ofensas. La oración es fuerte cuando rebosa de la fuerza de Dios» («Exposición» 4, 14-16).

Con estas palabras, Afraates nos invita a una oración que se convierte en vida cristiana, en vida realizada, en vida impregnada de fe, de apertura a Dios y, así, de amor al prójimo.

martes, 28 de febrero de 2023

PALABRA COMENTADA

 

Martes 1 de Cuaresma

Isaías 55,10-11



REFLEXIÓN

así será mi palabra, que sale de mi boca: no volverá a mí vacía, sino que hará mi voluntad y cumplirá mi encargo

Amén. Así será, así tenemos esperanza que sea.

Aunque no aparezcan los cambios favorables del designio del Señor en el corto tiempo, y aun en el prolongado.

Nos sostenemos los creyentes, nos colgamos de esta certidumbre, que también se opaca o aparece radiante.

Así es nuestro norte, el rumbo al que apunta nuestra navegación: hacia la Palabra cumplida o por cumplirse.

Una Palabra eficaz que logra lo que se propuso en su designio.

Pero una Palabra mediada que va por etapas y madura a su tiempo: lluvia que empapa, fecunda, germina, da semilla y pan.

Una Palabra que acompaña las etapas asegurando su eficacia y su maduración.

La fe en la Palabra nos provee de un ser en la realidad multiforme del mundo, de la vida, de la existencia, del Espíritu.

Se puede hablar de una paradoja: instalarse en la dinámica del Espíritu mediante una fe activa, alerta, abierta, flexible, esperanzada y amorosa.

Impresiona el alcance de la Palabra, por la abundancia de consecuencias benéficas y saludables que desata, saneando la corriente contaminante de la injusticia.

La palabra que siempre da fruto. No es ociosa. No para de laborar, no para de hablar, comunicar, interpelar, denunciar.

El habla humana en su diversidad, muestra la riqueza de esa constelación de significantes y significados.

En ello hay unidad de fondo, entre los propósitos humanos, los pueblos y sus culturas y el designio.

Salmo responsorial: 33



REFLEXIÓN

me libró de todas mis ansias

Las ansias o ansiedades, son esa tensión sorda que subyace en nuestra existencia y que no siempre logramos vivenciar y especificar.

Es el indicio de nuestra condición humana frágil y necesitada-nefesh- que requiere ser vigorizada y potenciada con frecuencia, porque si no desfallece en el andar por la senda de la vida.

lo salva de sus angustias

Profesionales de la salud física y mental señalan el estrés como una concausa que es importante en la génesis de la enfermedad y la infelicidad.

Casi no se dice nada de la fe en la Palabra eficaz en su peculiar dinámica de maduración, como contribución a un estilo de vida que aporta serenidad, gozo, comprensión, tolerancia y amor, como antioxidantes frente a la corrosión de la tensión y ansiedad contemporáneas.

Contempladlo, y quedaréis radiantes

Lo vemos si contemplamos. Con fe abrimos el corazón y nuestra profundidad más venerable y digna, a los signos de su presencia y actuar en favor nuestro.

Hoy se da una resistencia a contemplar por exceso de suspicacia. Es un comienzo de milenio crispado de recelo, inconforme, inquieto, ansioso.

Toda la ideología de la sospecha y la conspiración se ha concentrado y precipitado ahora.

Nos enturbia la contemplación del designio.

Como el sol que se nos pega a la piel y nos tuesta. Su calor y brillo se nos pegan. Así la gloria y el favor del Padre pule nuestra existencia y atrae a otros a su alabanza.

Mateo 6,7-15




REFLEXIÓN

como los gentiles, que se imaginan que por hablar mucho les harán caso

No se puede asegurar que eso haya dicho Jesús literalmente, porque puede ser cosecha del evangelista, que a su vez recoge el prejuicio cultural del judaísmo de entonces sobre los no judíos.

Como los llamados gentiles eran gente de muchos dioses y se fraccionaban en varias deidades, tal como tenemos todavía hoy en entre algunos pueblos, multiplicaban sus ruegos entre varios intercesores.

Aun hoy en nuestra religiosidad popular vemos creyentes que se multiplican entre diferentes advocaciones buscando la más propicia y pertinente para la ocasión.

Sin embargo la fe judía en su monoteísmo puro había simplificado el trámite de las rogativas, porque sólo tenía al Santo de los Santos para invocar.

Pero Jesús en medio de la cultura aporta su propia experiencia de relación con el Dios único. Es su Padre a quien podemos llamar nuestro.

pues vuestro Padre sabe lo que os hace falta antes de que lo pidáis.

Jesús de Nazareth es una persona que expresa su vivencia del Padre a cada paso.

Vive instalado en una dinámica: su confianza ciega en su Padre.

Y así nos comunica una divinidad que antes que nada se dispuso a escucharnos. Antes que salga nuestra palabra hacia Él, ya nos entregó la suya, dando a entender que nos está escuchando.

Sabernos escuchados aun antes de que clamemos nos elimina el estrés, la ansiedad gentilicia frente a una divinidad sorda.

Moisés reveló un Dios en el éxodo que escuchó el clamor del pueblo.

Jesús nos revela un Padre que antes de clamar nosotros, ya escuchó.

Un extremo es la garrulería: hablar intensamente para obtener algo. Otro es la confianza, que deja en su conocimiento nuestra necesidad.

"Padre nuestro del cielo, santificado sea tu nombre, venga tu reino, hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo, danos hoy el pan nuestro de cada día, perdónanos nuestras ofensas, pues nosotros hemos perdonado a los que nos han ofendido, no nos dejes caer en la tentación, sino líbranos del Maligno

Esta es nuestra sustancia de fe, donada por la Palabra del Señor, la cual no necesita comentario, sino contemplación.

Porque nos sorprende con su escucha, nos dirigimos a él apoyados en las actitudes de Jesús, que nos hace saber en el Padrenuestro.

Que se den estas constantes en nuestra oración y la prelación que se muestra, es suficiente. Lo que pasa de ahí es ansia, desconfianza, mal espíritu, incluso en algo bueno.

Porque si perdonáis a los demás sus culpas, también vuestro Padre del cielo os perdonará a vosotros. Pero si no perdonáis a los demás, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras culpas

Eso sí es nuestro. Una clave para que se mantenga la familia sana. Porque no hay exclusividad individual sobre el Padre, ni debe haber envidia y celotipia con el hermano.

Y así, si no perdono al hermano, el Padre no me perdona. Porque la unidad la hace el ágape entre Padre y hermanos.

Ningún hermano merece odio, separación, estigma, venganza, explotación en esta hermandad universal.

Hay que reconocer con honestidad, que a la vista de tanta desunión humana, no hemos aprendido el Padre Nuestro.

Aprendemos también en Jesús que no sólo es cuestión de clamar, sino también de expandir este reino nuevo perdonando, fraternizando, amando.

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