domingo, 29 de septiembre de 2024

SAN CARLO DE JESÚS ACUTIS DE ASIS

BEATO CARLO

 
La fe de un pequeño Carlo se hizo por gracia de Dios desde pequeña hasta grande como un monte

De las homilías de San Juan Crisóstomo, obispo
(Hom. 6 sobre la oración : PG 64, 462-463.466)
La oración es luz del alma

El sumo bien está en la plegaria y en el diálogo con Dios, porque equivale a una íntima unión con él: y así como los ojos del cuerpo se iluminan cuando contemplan la luz, así también el alma dirigida hacia Dios se ilumina con su inefable luz. 

Una plegaria, por supuesto, que no sea de rutina, sino hecha de corazón; que no esté limitada a un tiempo concreto o a unas horas determinadas, sino que se prolongue día y noche sin interrupción.

Conviene, en efecto, que elevemos la mente a Dios no sólo cuando nos dedicamos expresamente a la oración, sino también cuando atendemos a otras ocupaciones, como el cuidado de los pobres o las útiles tareas de la munificencia, en todas las cuales debemos mezclar el anhelo y el recuerdo de

Dios, de modo que todas nuestras obras, como si estuvieran condimentadas con la sal del amor de Dios, se conviertan en un alimento dulcísimo para el Señor.

Pero sólo podremos disfrutar perpetuamente de la abundancia que de Dios brota, si le dedicamos mucho tiempo.

La oración es luz del alma, verdadero conocimiento de Dios, mediadora entre

Dios y los hombres. Hace que el alma se eleve hasta el cielo y abrace a Dios con inefables abrazos, apeteciendo la leche divina, como el niño que, llorando, llama a su madre; por la oración, el alma expone sus propios deseos y recibe dones mejores que toda la naturaleza visible.

Pues la oración se presenta ante Dios como venerable intermediaria, alegra nuestro espíritu y tranquiliza sus afectos. Me estoy refiriendo a la oración de verdad, no a las simples palabras: la oración que es un deseo de Dios, una inefable piedad, no otorgada por los hombres, sino concedida por la gracia

divina, de la que también dice el Apóstol: Nosotros no sabemos pedir lo que nos conviene, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables.

El don de semejante súplica, cuando Dios lo otorga a alguien, es una riqueza inagotable y un alimento celestial que satura el alma; quien lo saborea se enciende en un deseo indeficiente del Señor, como en un fuego ardiente que inflama su alma.

Cuando quieras reconstruir en ti aquella morada que Dios se edificó en el primer hombre, adórnate con la modestia y la humildad y hazte resplandeciente con la luz de la justicia; decora tu ser con buenas obras, como con oro acrisolado, y embellécelo con la fe y la grandeza de alma, a manera de muros y

piedras; y, por encima de todo, como quien pone la cúspide para coronar un edificio, coloca la oración, a fin de preparar a Dios una casa perfecta y poderle recibir en ella como si fuera una mansión regia y espléndida, ya que, por la gracia divina, es como si poseyeras la misma imagen de Dios colocada en el templo del alma.

sábado, 28 de septiembre de 2024

PALABRA COMENTADA

PALABRA COMENTADA

 

Sábado 25 de tiempo ordinario 

Año Par 

Eclesiastés 11, 9-12, 8



REFLEXIÓN 

y sabe que Dios te llevará a juicio para dar cuenta de todo 

Se nos anuncia una instancia absoluta, frente a la cual no hay amparo de garantías, ni algún recurso dilatorio. Habrá que enfrentar a quien no se engaña, pero de quien se sabe que es Amor. 

y el espíritu vuelva a Dios, que lo dio.

Se nota la influencia del dualismo griego que separa espíritu y carne, para reservar al primero la visión de Dios. 

Pero la corporalidad transformada, no la que termina en polvo, es parte del mensaje del Jesús resucitado y de la explicación de Pablo en sus cartas: no hay disolución sino transformación.

 

Salmo responsorial: 89



REFLEXIÓN

Por la mañana sácianos de tu misericordia, / y toda nuestra vida será alegría y júbilo

Por donde lo miremos estamos en déficit, y no hay de que jactarse finalmente. 

Por eso nuestra paz y gozo es la esperanza de la misericordia del Señor que cubre la muchedumbre de nuestros pecados, aun los desconocidos.

 

Lucas 9,43b-45



REFLEXIÓN

entre la admiración general por lo que hacía, Jesús dijo a sus discípulos: "Meteos bien esto en la cabeza: al Hijo del hombre lo van a entregar en manos de los hombres." Pero ellos no entendían este lenguaje; les resultaba tan oscuro que no cogían el sentido. Y les daba miedo preguntarle sobre el asunto 

Faltaba la iluminación y fortaleza del Espíritu del Resucitado.

Esto desde la perspectiva de una existencia histórica Jesuánica, no de cristología eclesiástica, sobre un fin violento, sin disimulo.

Por otro lado la historia de los profetas y cómo fueron martirizados, ayudó a configurar y reflotar la intuición de cuán verídicamente moriría el Señor Jesús.

Los agentes de pastoral a lo largo de su misión, breve o larga, son tentados de dos extremos: insertarse tanto en la agonía y muerte del pobre en todo sentido, hasta llegar a la desesperanza e impotencia rabiosa, o evadirse al misticismo que maquilla de cielo las realidades que aún no se consuman. 

Vivir esa tensión cotidianamente en ágape creyente y esperanzado, es un don del Señor. 

Jesús lo tenía claro, pero en ese sentido. 

En consecuencia transitaba la soledad del líder, en su visión y coraje para la misión. 

Los discípulos no, hasta que fueron reforzados por la pascua de Jesús resucitado.

En la meditación de las dos banderas de los ejercicios ignacianos se intenta transmitir ese aire de tensión que aguarda al ejercitante, en el pórtico mismo del seguimiento a Jesús de Nazareth. 

Ignacio no abusa del posible romanticismo que pueda haber invadido al ejercitante al finalizar la primera semana con el perdón de los pecados conocidos.

Sino que más bien intenta, en medio de este trabajo de gracia y libertad, abrirle los ojos del espíritu a una ruta de peregrinación que puede ser muy ruda. Mejor verlo a tiempo.

https://twitter.com/motivaciondehoy/status/1573643669453869058?s=20&t=tsxf3Js2UuLOMXjC8TVFVg

motivaciondehoy


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Sábado 25 de tiempo ordinario 

Año Par 

Eclesiastés 11, 9-12, 8

Salmo responsorial: 89

Lucas 9,43b-45