BEATO CARLO
Del Opúsculo de Orígenes, presbítero, sobre la oración
(1-2: PG 11,415-418)
Esto es lo que hay que pedir en la oración
Las realidades que, por su absoluta elevación, exceden al hombre y superan
ampliamente nuestra caduca naturaleza, y resultan imposibles de comprender a
la especie racional y mortal, estas mismas realidades se hacen accesibles por
voluntad de Dios y mediante la multiforme e inmensa gracia que él ha derramado en los hombres por Jesucristo, ministro para nosotros de la gracia infinita, y mediante la cooperación del Espíritu Santo. Y por cuanto le es imposible a la naturaleza adquirir la sabiduría, por la cual fueron creadas todas
las cosas —pues, según David, Dios lo hizo todo con sabiduría—, lo imposible se
hace posible gracias a nuestro Señor Jesucristo, al que Dios ha hecho para
vosotros sabiduría, justicia, santificación y redención.
¿Quién se atreverá a negar que le es imposible al hombre investigar las realidades celestes? Y sin embargo, esto que de suyo es imposible lo convierte en posible la multiforme gracia de Dios: pues el que fue arrebatado hasta el tercer cielo, ése tal vez investigó las realidades celestes, pues que oyó palabras arcanas, que un hombre no es capaz de repetir. ¿Quien osará afirmar que el hombre puede conocer la mente del Señor? Y si nadie conoce lo íntimo de Dios
sino tan sólo el Espíritu de Dios, resulta que al hombre le es imposible conocer lo íntimo de Dios. Cómo, no obstante, esto llegue a ser posible, escucha: Nosotros —dice— hemos recibido un Espíritu que no es del mundo, es el Espíritu que viene de Dios, para que tomemos conciencia de los dones que de Dios recibimos. Cuando explicamos verdades espirituales a hombres de espíritu, no las exponemos en el lenguaje que enseña el saber humano, sino en
el que enseña el Espíritu.
Una de las cosas imposibles, dada nuestra congénita debilidad, es, a mi
modo de ver, todo intento de tratar de la oración de una manera competente y
digna de Dios, clarificar y enseñar qué y cómo hemos de orar, qué es lo que en la
oración hemos de decir a Dios, cuáles son los momentos más adecuados para
dedicarlos a la oración a Dios y cuáles los más oportunos para la oración misma.
Pues —como dice el Apóstol— nosotros no sabemos pedir lo que nos conviene.
Ahora bien, es necesario no sólo orar, sino además orar como conviene, y pedir lo que conviene. Pues aun cuando llegáramos a comprender lo que conviene pedir en la oración, ese conocimiento no sería suficiente si no añadiéramos a nuestra oración aquel como conviene. Y a la inversa, ¿de qué nos aprovecharía orar como conviene, si no supiéramos lo que nos conviene pedir?
De estos dos requisitos, el primero, es decir, pedir lo que conviene, pertenece al contenido de la oración; el segundo, pedir como conviene, atañe a la actitud del orante. Contenidos de la oración son, por ejemplo: Pedid cosas importantes, las secundarias se os darán por añadidura; pedid los bienes celestiales y los terrenales se os darán por añadidura; rezad por los que os calumnian; rogad al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies; cuando recéis no uséis muchas palabras, y otras cosas por el estilo.
Del Opúsculo de Orígenes, presbítero, sobre la oración
(1-2: PG 11,415-418)
Esto es lo que hay que pedir en la oración
Las realidades que, por su absoluta elevación, exceden al hombre y superan
ampliamente nuestra caduca naturaleza, y resultan imposibles de comprender a
la especie racional y mortal, estas mismas realidades se hacen accesibles por
voluntad de Dios y mediante la multiforme e inmensa gracia que él ha derramado en los hombres por Jesucristo, ministro para nosotros de la gracia infinita, y mediante la cooperación del Espíritu Santo. Y por cuanto le es imposible a la naturaleza adquirir la sabiduría, por la cual fueron creadas todas
las cosas —pues, según David, Dios lo hizo todo con sabiduría—, lo imposible se
hace posible gracias a nuestro Señor Jesucristo, al que Dios ha hecho para
vosotros sabiduría, justicia, santificación y redención.
¿Quién se atreverá a negar que le es imposible al hombre investigar las realidades celestes? Y sin embargo, esto que de suyo es imposible lo convierte en posible la multiforme gracia de Dios: pues el que fue arrebatado hasta el tercer cielo, ése tal vez investigó las realidades celestes, pues que oyó palabras arcanas, que un hombre no es capaz de repetir. ¿Quien osará afirmar que el hombre puede conocer la mente del Señor? Y si nadie conoce lo íntimo de Dios
sino tan sólo el Espíritu de Dios, resulta que al hombre le es imposible conocer lo íntimo de Dios. Cómo, no obstante, esto llegue a ser posible, escucha: Nosotros —dice— hemos recibido un Espíritu que no es del mundo, es el Espíritu que viene de Dios, para que tomemos conciencia de los dones que de Dios recibimos. Cuando explicamos verdades espirituales a hombres de espíritu, no las exponemos en el lenguaje que enseña el saber humano, sino en
el que enseña el Espíritu.
Una de las cosas imposibles, dada nuestra congénita debilidad, es, a mi
modo de ver, todo intento de tratar de la oración de una manera competente y
digna de Dios, clarificar y enseñar qué y cómo hemos de orar, qué es lo que en la
oración hemos de decir a Dios, cuáles son los momentos más adecuados para
dedicarlos a la oración a Dios y cuáles los más oportunos para la oración misma.
Pues —como dice el Apóstol— nosotros no sabemos pedir lo que nos conviene.
Ahora bien, es necesario no sólo orar, sino además orar como conviene, y pedir lo que conviene. Pues aun cuando llegáramos a comprender lo que conviene pedir en la oración, ese conocimiento no sería suficiente si no añadiéramos a nuestra oración aquel como conviene. Y a la inversa, ¿de qué nos aprovecharía orar como conviene, si no supiéramos lo que nos conviene pedir?
De estos dos requisitos, el primero, es decir, pedir lo que conviene, pertenece al contenido de la oración; el segundo, pedir como conviene, atañe a la actitud del orante. Contenidos de la oración son, por ejemplo: Pedid cosas importantes, las secundarias se os darán por añadidura; pedid los bienes celestiales y los terrenales se os darán por añadidura; rezad por los que os calumnian; rogad al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies; cuando recéis no uséis muchas palabras, y otras cosas por el estilo.