Nuestra Señora de los Dolores
Hebreos 5, 7-9
7Cristo, en los días de Su carne, habiendo ofrecido oraciones y súplicas
con gran clamor y lágrimas al que Lo podía librar de la muerte, fue oído a
causa de Su temor reverente. 8Aunque era Hijo, aprendió obediencia por lo que padeció; 9y habiendo sido hecho perfecto, vino a ser fuente (autor) de eterna
salvación para todos los que Le obedecen,
COMENTARIO
a gritos y con lágrimas, presentó oraciones
y súplicas al que podía salvarlo de la muerte
Jesús no
quería morir, y evitaba las coyunturas de riesgo cuando podía.
No es la
imagen del Jesús clásico que se dispone a morir sin angustia, sin problema.
No gusta
que asuma el destino misión-cruz cuando llega al convencimiento de que es lo
propio y le encuentra sentido.
La
muerte del justo era un enigma en las escrituras, como la muerte del joven en
la flor de la edad.
Se veía
como una maldición. Ser arrancado de la tierra de los vivos a una existencia
casi no existencia.
La de
Jesús iba por el mismo camino. Una palabra acontecimiento de impotencia, de
impunidad de la envidia, la conspiración, la acechanza, la encerrona, la
emboscada, el asesinato premeditado y calculado, los intereses oscuros y
aviesos.
Una
realidad irritante y desesperante, símbolo de un mundo, de un orden
desgraciado, infeliz, maldito, victimario.
Tenemos
la honestidad de la Palabra que no esconde la aflicción de Jesús en su hora
cero. En ella Jesús ora y suplica por él. Desea salvarse de la muerte. No fue a
ella sin sentir miedo.
Jesús de
Nazareth es acompañamiento de nuestra fe afincada en un sentido de protección y
apoyo, que siempre buscamos y vivenciamos y experimentamos.
El
anuncio de sus gritos y lágrimas desde la época apostólica nutre la historia de
hombres y mujeres que van desarrollando una fuerte esperanza: no estamos solos
en nuestro drama.
Se puede
vivir la propia existencia como tragedia, como comedia o como drama. Ésta es la
perfección de la estabilidad de la esperanza humana, tejida de tragedia y
comedia, pero siempre abierta al Señor.
cuando en su angustia fue escuchado
Fue
escuchado en su angustia, en su miedo. Fue fortalecido en medio de su terror.
Pero no fue librado del tormento.
Sólo la
resurrección como palabra justiciera pudo salvar de ese significado que hacía
de la violencia de los injustos el camino de victoria.
Por eso
no se debe leer en Jesús, ni en nadie, muerte de cruz sin resurrección. Ambas
se requieren para la fe en Jesús, como clave de revelación de la justicia de
Dios y su justificación.
La
justificación de Dios es la superación de la impunidad y el establecimiento de
un orden nuevo. Por eso las víctimas encuentran en este signo un motivo de
esperanza, si saben esperar y luchar, con las armas de Jesús que es la palabra
de verdad.
En
alguna forma Jesús hubo de sostenerse, ese es el Espíritu, con la esperanza de que
ahí no terminaba todo, como un absurdo.
Es la
reflexión que nos haremos constantemente en nuestras vidas: esto no es un
absurdo, tiene que tener un sentido de justicia, de vida, de novedad, de bien
integral.
Él, a pesar de ser Hijo, aprendió,
sufriendo, a obedecer
Un
aprendizaje que todos a nuestro pesar hemos de hacer: sufrir para obedecer.
Estamos
llamados a contrariar nuestra inclinación y nuestra búsqueda autocentrada, por
un bien mayor, que no reconocemos como tal.
El
proceso de hacerse hijo en el Hijo es doloroso. Porque nuestra libertad está
herida y tiende al vacío del yo.
Jesús
aprendió la superación de este vacío estéril, en la entrega al Otro en los
otros.
Mantuvo
su entrega y servicio disponible, no obstante el acoso y malicia de los que le
acosaban.
La
obediencia, que sufriendo se aprende, es dada por el Espíritu de Jesús, nuestro
maestro paráclito itinerante.
se ha convertido para todos los que le
obedecen en autor de salvación eterna
En estos
momentos Jesús de Nazareth, como Hijo y nueva humanidad, es el brazo derecho
del Padre. Su drama es para nosotros nuestro drama.
El sufrimiento se da en la vida. Lo importante es que
impulse la obediencia. Es su energía.
La obediencia del Hijo, escuchado después de morir, es
la causa de la salvación eterna: la de fondo.
Celebramos a María como la
obediente número uno. Fue bendecida por ser, no madre de sangre, sino escucha
de la palabra.
Nosotros
deberíamos proponernos cada día, cuando nos disponemos a ser escuchas de la
palabra, escuchar para ir siendo, para desarrollar y dejar desarrollar el
designio, el diseño, el proyecto de obediencia, a medida que asumimos el
sufrimiento y la fe se fortalece en el autor o causa de la salvación
definitiva.
Salmo responsorial: 30
COMENTARIO
no quede yo nunca defraudado
Otros nos han podido
defraudar pero no tú.
inclina tu oído hacia mí
Podemos distinguir lo que
parece ser salvación, pero tú trabajas la disponibilidad, para que aceptemos la
que nos vas presentando y va emergiendo como tu designio específico y concreto
en nuestra historia de cada día.
Ven aprisa a librarme
Que el
dominio eterno se nos haga asimilable por la prontitud de la respuesta de
salvación del Señor.
A tus manos encomiendo mi espíritu
Jesús en su última hora no desistía de abandonarse en su
Padre, como clave definitiva de todo el horror que vivía.
Aprendemos
con Jesús que en todo y sobre todo en su Padre podemos confiar.
Sácame de la red que me han tendido,
/ porque tú eres mi amparo. / A tus manos encomiendo mi espíritu: / tú, el Dios
leal, me librarás
Es Jesús quien ora en la cruz porque sigue
esperando.
Plegarias
como ésta tienen sentido en el corazón
de Jesús, cuando temía en vísperas de la crucifixión.
Eran
oraciones para encontrar fortaleza y esperanza. Confiar con todas las fuerzas y
dejar en manos de su Padre su suerte.
Qué bondad tan grande, Señor, / reservas
para tus fieles, / y concedes a los que a ti se acogen / a la vista de todos
Este
testimonio del Padre sobre su hijo debió ser conocido para ser creído
libremente, sino no se hubiera podido dar la corriente de agua viva que salta
hasta la vida definitiva.
Juan 19,25-27
25Por eso los soldados hicieron esto. Y junto a la cruz de Jesús estaban Su
madre, y la hermana de Su madre, María, la mujer de Cleofas, y María Magdalena. 26Y cuando Jesús vio a Su madre, y al discípulo a quien El amaba que estaba
allí cerca, dijo a Su madre: "¡Mujer, ahí está tu hijo!" 27Después dijo al discípulo: "¡Ahí está tu madre!" Y desde aquella
hora el discípulo la recibió en su propia casa
COMENTARIO
estaban su madre, la hermana de su madre,
María, la de Cleofás, y María, la Magdalena
Nuestro
tiempo ha re-descubierto y sensibilizado a la mujer en la fortaleza que brinda
a la humanidad.
Lo suyo
parece caracterizarse por el cuido, el servicio misericordioso y compasivo,
capaz de sanar heridas y nutrir.
Así
estas mujeres dan testimonio de olvido de sí y servicio en el póstumo
acompañamiento a Jesús de Nazareth en su patíbulo.
"Mujer, ahí tienes a tu
hijo." Luego, dijo al discípulo: "Ahí tienes a tu madre."
Una cesión al discípulo para que cuide su madre, leal
colaboradora. Ella recibe parte de los pensamientos finales. Pero la calidad de
madre se prolonga para el discípulo. Lo que fue para él, podrá seguirlo siendo
para otros. Hasta quizás lo había ido siendo.
No es sólo una dolorosa: ella también aprendió a
obedecer con el sufrimiento; sino una gozosa, pues su vida no termina ahí.
Aprende la esperanza radical.
El Espíritu es inmensamente fértil para inspirar las
alternativas constructivas
Dejaba
resuelta su última preocupación, que ya no era él sino su madre. Una viuda
sola.
Un
símbolo de la exclusión y vulnerabilidad en Israel. Le procura protecciòn y
seguridad de un hijo. Un gesto de amor último.
Es el
Espíritu el que inspira la generosidad grata al Padre y que salva la historia.
Tiene
sentido entonces la tradición que arranca desde la iglesia naciente, de ubicar
a María en el núcleo de los seguidores de Jesús.
No
estamos solos, por su sabiduría maternal, que sabe descifrar con el corazón los
caminos de la obediencia que se hace con el sufrimiento.