martes, 15 de septiembre de 2020

PALABRA COMENTADA

 

Nuestra Señora de los Dolores

Hebreos 5, 7-9

7Cristo, en los días de Su carne, habiendo ofrecido oraciones y súplicas con gran clamor y lágrimas al que Lo podía librar de la muerte, fue oído a causa de Su temor reverente. 8Aunque era Hijo, aprendió obediencia por lo que padeció; 9y habiendo sido hecho perfecto, vino a ser fuente (autor) de eterna salvación para todos los que Le obedecen, 



COMENTARIO

a gritos y con lágrimas, presentó oraciones y súplicas al que podía salvarlo de la muerte

Jesús no quería morir, y evitaba las coyunturas de riesgo cuando podía.

No es la imagen del Jesús clásico que se dispone a morir sin angustia, sin problema.

No gusta que asuma el destino misión-cruz cuando llega al convencimiento de que es lo propio y le encuentra sentido.

La muerte del justo era un enigma en las escrituras, como la muerte del joven en la flor de la edad.

Se veía como una maldición. Ser arrancado de la tierra de los vivos a una existencia casi no existencia.

La de Jesús iba por el mismo camino. Una palabra acontecimiento de impotencia, de impunidad de la envidia, la conspiración, la acechanza, la encerrona, la emboscada, el asesinato premeditado y calculado, los intereses oscuros y aviesos.

Una realidad irritante y desesperante, símbolo de un mundo, de un orden desgraciado, infeliz, maldito, victimario.

Tenemos la honestidad de la Palabra que no esconde la aflicción de Jesús en su hora cero. En ella Jesús ora y suplica por él. Desea salvarse de la muerte. No fue a ella sin sentir miedo.

Jesús de Nazareth es acompañamiento de nuestra fe afincada en un sentido de protección y apoyo, que siempre buscamos y vivenciamos y experimentamos.

El anuncio de sus gritos y lágrimas desde la época apostólica nutre la historia de hombres y mujeres que van desarrollando una fuerte esperanza: no estamos solos en nuestro drama.

Se puede vivir la propia existencia como tragedia, como comedia o como drama. Ésta es la perfección de la estabilidad de la esperanza humana, tejida de tragedia y comedia, pero siempre abierta al Señor.

cuando en su angustia fue escuchado

Fue escuchado en su angustia, en su miedo. Fue fortalecido en medio de su terror. Pero no fue librado del tormento.

Sólo la resurrección como palabra justiciera pudo salvar de ese significado que hacía de la violencia de los injustos el camino de victoria.

Por eso no se debe leer en Jesús, ni en nadie, muerte de cruz sin resurrección. Ambas se requieren para la fe en Jesús, como clave de revelación de la justicia de Dios y su justificación.

La justificación de Dios es la superación de la impunidad y el establecimiento de un orden nuevo. Por eso las víctimas encuentran en este signo un motivo de esperanza, si saben esperar y luchar, con las armas de Jesús que es la palabra de verdad.

En alguna forma Jesús hubo de sostenerse, ese es el Espíritu, con la esperanza de que ahí no terminaba todo, como un absurdo.

Es la reflexión que nos haremos constantemente en nuestras vidas: esto no es un absurdo, tiene que tener un sentido de justicia, de vida, de novedad, de bien integral.

Él, a pesar de ser Hijo, aprendió, sufriendo, a obedecer

Un aprendizaje que todos a nuestro pesar hemos de hacer: sufrir para obedecer.

Estamos llamados a contrariar nuestra inclinación y nuestra búsqueda autocentrada, por un bien mayor, que no reconocemos como tal.

El proceso de hacerse hijo en el Hijo es doloroso. Porque nuestra libertad está herida y tiende al vacío del yo.

Jesús aprendió la superación de este vacío estéril, en la entrega al Otro en los otros.

Mantuvo su entrega y servicio disponible, no obstante el acoso y malicia de los que le acosaban.

La obediencia, que sufriendo se aprende, es dada por el Espíritu de Jesús, nuestro maestro paráclito itinerante.

se ha convertido para todos los que le obedecen en autor de salvación eterna

En estos momentos Jesús de Nazareth, como Hijo y nueva humanidad, es el brazo derecho del Padre. Su drama es para nosotros nuestro drama.

El sufrimiento se da en la vida. Lo importante es que impulse la obediencia. Es su energía.

La obediencia del Hijo, escuchado después de morir, es la causa de la salvación eterna: la de fondo.

 Celebramos a María como la obediente número uno. Fue bendecida por ser, no madre de sangre, sino escucha de la palabra.

Nosotros deberíamos proponernos cada día, cuando nos disponemos a ser escuchas de la palabra, escuchar para ir siendo, para desarrollar y dejar desarrollar el designio, el diseño, el proyecto de obediencia, a medida que asumimos el sufrimiento y la fe se fortalece en el autor o causa de la salvación definitiva.

Salmo responsorial: 30



COMENTARIO

no quede yo nunca defraudado

Otros nos han podido defraudar pero no tú.

inclina tu oído hacia mí

Podemos distinguir lo que parece ser salvación, pero tú trabajas la disponibilidad, para que aceptemos la que nos vas presentando y va emergiendo como tu designio específico y concreto en nuestra historia de cada día.

Ven aprisa a librarme

Que el dominio eterno se nos haga asimilable por la prontitud de la respuesta de salvación del Señor.

A tus manos encomiendo mi espíritu

Jesús en su última hora no desistía de abandonarse en su Padre, como clave definitiva de todo el horror que vivía.

Aprendemos con Jesús que en todo y sobre todo en su Padre podemos confiar.

Sácame de la red que me han tendido, / porque tú eres mi amparo. / A tus manos encomiendo mi espíritu: / tú, el Dios leal, me librarás

Es Jesús quien ora en la cruz porque sigue esperando.

Plegarias como ésta tienen  sentido en el corazón de Jesús, cuando temía en vísperas de la crucifixión.

Eran oraciones para encontrar fortaleza y esperanza. Confiar con todas las fuerzas y dejar en manos de su Padre su suerte.

Qué bondad tan grande, Señor, / reservas para tus fieles, / y concedes a los que a ti se acogen / a la vista de todos

Este testimonio del Padre sobre su hijo debió ser conocido para ser creído libremente, sino no se hubiera podido dar la corriente de agua viva que salta hasta la vida definitiva.

Juan 19,25-27

25Por eso los soldados hicieron esto. Y junto a la cruz de Jesús estaban Su madre, y la hermana de Su madre, María, la mujer de Cleofas, y María Magdalena. 26Y cuando Jesús vio a Su madre, y al discípulo a quien El amaba que estaba allí cerca, dijo a Su madre: "¡Mujer, ahí está tu hijo!" 27Después dijo al discípulo: "¡Ahí está tu madre!" Y desde aquella hora el discípulo la recibió en su propia casa 



COMENTARIO

estaban su madre, la hermana de su madre, María, la de Cleofás, y María, la Magdalena

Nuestro tiempo ha re-descubierto y sensibilizado a la mujer en la fortaleza que brinda a la humanidad.

Lo suyo parece caracterizarse por el cuido, el servicio misericordioso y compasivo, capaz de sanar heridas y nutrir.

Así estas mujeres dan testimonio de olvido de sí y servicio en el póstumo acompañamiento a Jesús de Nazareth en su patíbulo.

"Mujer, ahí tienes a tu hijo." Luego, dijo al discípulo: "Ahí tienes a tu madre."

Una cesión al discípulo para que cuide su madre, leal colaboradora. Ella recibe parte de los pensamientos finales. Pero la calidad de madre se prolonga para el discípulo. Lo que fue para él, podrá seguirlo siendo para otros. Hasta quizás lo había ido siendo.

No es sólo una dolorosa: ella también aprendió a obedecer con el sufrimiento; sino una gozosa, pues su vida no termina ahí. Aprende la esperanza radical.

El Espíritu es inmensamente fértil para inspirar las alternativas constructivas

Dejaba resuelta su última preocupación, que ya no era él sino su madre. Una viuda sola.

Un símbolo de la exclusión y vulnerabilidad en Israel. Le procura protecciòn y seguridad de un hijo. Un gesto de amor último.

Es el Espíritu el que inspira la generosidad grata al Padre y que salva la historia.

Tiene sentido entonces la tradición que arranca desde la iglesia naciente, de ubicar a María en el núcleo de los seguidores de Jesús.

No estamos solos, por su sabiduría maternal, que sabe descifrar con el corazón los caminos de la obediencia que se hace con el sufrimiento.

https://twitter.com/motivaciondehoy/status/1305841932267126784?s=20

SANTA MARIA DE LOS DOLORES

 


LA MADRE ESTABA JUNTO A LA CRUZ


El martirio de la Virgen queda atestiguado por la profecía de Simeón y por la misma historia de la pasión del Señor. Éste -dice el santo anciano, refiriéndose al niño Jesús- está predestinado por Dios para ser signo de contradicción; tu misma alma -añade, dirigiéndose a María- quedará atravesada por una espada.

En verdad, Madre santa, atravesó tu alma una espada. Por lo demás, esta espada no hubiera penetrado en la carne de tu Hijo sin atravesar tu alma. En efecto, después que aquel Jesús -que es de todos, pero que es tuyo de un modo especialísimo- hubo expirado, la cruel espada que abrió su costado, sin perdonarlo aun después de muerto, cuando ya no podía hacerle mal alguno, no llegó a tocar su alma, pero sí atravesó la tuya. Porque el alma de Jesús ya no estaba allí, en cambio la tuya no podía ser arrancada de aquel lugar. Por tanto, la punzada del dolor atravesó tu alma, y por esto, con toda razón, te llamamos más que mártir, ya que tus sentimientos de compasión superaron las sensaciones del dolor corporal.

¿Por ventura no fueron peores que una espada aquellas palabras que atravesaron verdaderamente tu alma y penetraron hasta la separación del alma y del espíritu: Mujer, ahí tienes a tu hijo? ¡Vaya cambio! Se te entrega a Juan en sustitución de Jesús, al siervo en sustitución del Señor, al discípulo en lugar del Maestro, al hijo de Zebedeo en lugar del Hijo de Dios, a un simple hombre en sustitución del Dios verdadero. ¿Cómo no habían de atravesar tu alma, tan sensible, estas palabras, cuando aun nuestro pecho, duro como la piedra o el hierro, se parte con sólo recordarlas?

No os admiréis, hermanos, de que María sea llamada mártir en el alma. Que se admire el que no recuerde haber oído cómo Pablo pone entre las peores culpas de los gentiles el carecer de piedad. Nada más lejos de las entrañas de María, y nada más lejos debe estar de sus humildes servidores.

Pero quizá alguien dirá: «¿Es que María no sabía que su Hijo había de morir?» Sí, y con toda certeza. «¿Es que no sabía que había de resucitar al cabo de muy poco tiempo?» Sí, y con toda seguridad. «¿Y, a pesar de ello, sufría por el Crucificado?» Sí, y con toda vehemencia. Y si no, ¿qué clase de hombre eres tú, hermano, o de dónde te viene esta sabiduría, que te extrañas más de la compasión de María que de la pasión del Hijo de María? Éste murió en su cuerpo, ¿y ella no pudo morir en su corazón? Aquélla fue una muerte motivada por un amor superior al que pueda tener cualquier otro hombre; esta otra tuvo por motivo un amor que, después de aquél, no tiene semejante.

De los Sermones de san Bernardo, abad
(Sermón en el domingo infraoctava de la Asunción, 14-15: Opera omnia, edición cisterciense, 5 [1968], 273-274)