Lunes, XX semana
San Gregorio Magno Tratados morales
sobre el libro de Job 3, 39-40
Los santos varones, al hallarse involucrados
en el combate de las tribulaciones, teniendo que soportar al mismo tiempo a los
que atacan y a los que intentan seducirlos, se defienden de los primeros con el
escudo de su paciencia, atacan a los segundos arrojándoles los dardos de su
doctrina, y se ejercitan en una y otra clase de lucha con admirable fortaleza
de espíritu, en cuanto que por dentro oponen una sabia enseñanza a las
doctrinas desviadas, y por fuera desdeñan sin temor las cosas adversas; a unos
corrigen con su doctrina, a otros superan con su paciencia.
REFLEXIÓN
La vida como lucha es una
comprensión que alcanza todas las dimensiones de la misma, desde la evolución
de las especies, hasta las castas angélicas, según el gnoticismo apocalíptico.
Lo interesante es cómo se diferencia esta lucha en la peregrinación hacia la
casa definitiva. Entre ataques y seducciones. Porque algunas instrucciones
espirituales sólo se han conformado con repeler o aguantar ataques, que no se
pueden disimular. Pero pocos has trabajado en las seducciones, en el mal menor,
el conflicto de bienes, en el bien disimulado. Que requiere más astucia.
Padeciendo, superan a los enemigos que se
alzan contra ellos; compadeciendo, retornan al camino de la salvación a los
débiles; a aquéllos les oponen resistencia, para que no arrastren a los demás;
a éstos les ofrecen su solicitud, para que no pierdan del todo el camino de la
rectitud. Veamos cómo lucha contra unos y otros el soldado de la milicia de
Dios. Dice san Pablo: Ataques por fuera, temores por dentro. Y enumera estas
dificultades exteriores, diciendo: Con peligros de ríos, con peligros de
bandoleros, peligros entre mi gente, peligros entre gentiles, peligros en la
ciudad, peligros en despoblado, peligros en el mar, peligros con los falsos
hermanos. Y añade cuáles son los dardos que asesta contra el adversario en
semejante batalla: Muerto de cansancio, sin dormir muchas noches, con hambre y
sed, a menudo en ayunas, con frío y sin ropa. Pero, en medio de tan fuertes
batallas, nos dice también cuánta es la vigilancia con que protege el
campamento, ya que añade a continuación: Y, aparte todo lo demás, la carga de
cada día, la preocupación por todas las Iglesias. Además de la fuerte batalla
que él ha de sostener, se dedica compasivamente a la defensa del prójimo.
Después de explicarnos los males que ha de sufrir, añade los bienes que
comunica a los otros. Pensemos lo gravoso que ha de ser tolerar las
adversidades, por fuera, y proteger a los débiles, por dentro, todo ello al
mismo tiempo. Por fuera sufre ataques, porque es azotado, atado con cadenas;
por dentro sufre por el temor de que sus padecimientos sean un obstáculo no
para él, sino para sus discípulos. Por esto, les escribe también: Nadie vacile
a causa de estas tribulaciones. Ya sabéis que éste es nuestro destino. Él temía
que sus propios padecimientos fueran ocasión de caída para los demás, que los
discípulos, sabiendo que él había sido azotado por causa de la fe, se hicieran
atrás en la profesión de su fe. ¡Oh inmenso y entrañable amor! Desdeñando lo
que él padece, se preocupa de que los discípulos no padezcan en su interior
desviación alguna. Menospreciando las heridas de su cuerpo, cura las heridas
internas de los demás. Es éste un distintivo del hombre justo, que, aun en
medio de sus dolores y tribulaciones, no deja de preocuparse por los demás;
sufre con paciencia sus propias aflicciones, sin abandonar por ello la
instrucción que prevé necesaria para los demás, obrando así como el médico
magnánimo cuando está él mismo enfermo. Mientras sufre las desgarraduras de su
propia herida, no deja de proveer a los otros el remedio saludable.
REFLEXIÓN
Quien cuida de otros, como
el Padre Dios de todos, se preocupa de los que han caído, para que retornen, de
los que flaquean para que se sigan levantando sin cansancio, de los que son
servidores para que no dejen ni la siembra ni la cosecha, del daño del
escándalo a las víctimas, para que no pierdan todo sentido.