jueves, 19 de enero de 2023

PALABRA COMENTADA

 

Jueves 2 de tiempo ordinario

Año Impar

Hebreos 7,25-8,6



REFLEXIÓN

Jesús puede salvar definitivamente a los que por medio de él se acercan a Dios, porque vive siempre para interceder en su favor.

Cuando el acompañamiento favorable que el Señor nos ha prometido y comprometido con su fidelidad se hace abstracto, lejano y difícilmente se siente en la vida ordinaria y en la tribulación, viene en nuestra ayuda esta verdad: Jesús vive para interceder por nosotros.

Su vida nueva no es sólo el ejemplar y modelo de lo que llegaremos a ser, ni tampoco es solamente la victoria del Padre en su Hijo.

Es la presencia dinámica e intercesora de Jesús el viviente por nosotros.

El puesto de la espiritualidad y sus dinámicas de avivamiento enseñadas por los maestros y guías en la historia del cristianismo católico es el de personalizar, apropiar, hacer carne y sangre individual hasta la raíz de la conciencia el evangelio como portador de salvación.

Si palpamos que hay un desmayo y falta de brío en esta vivencia será por nuestro impropia y desfasada comunicación de la espiritualidad como dinámica de apropiación subjetiva.

Esta radicalidad es la que aprecia la fe del creyente en Jesús muerto y resucitado. Tal aprecio no se sostiene si esa fe no repercute más allá de la subjetividad. Porque debe entenderse con la concepción del conocimiento que se valida en sus consecuencias significativas.

En la cultura semita no se concibe el conocimiento en otra forma. Y en el sentido común tampoco. Solo en una época de desintegración pudo darse el divorcio entre razón y praxis. Que no es lo mismo que consecuencias vitales y significatividad.

En ese sentido para nosotros los del siglo xxi esta fe radical debe significar, sino perdemos la vida, en muchos sentidos.

separado de los pecadores

En el testimonio de Jesús encontramos a alguien creíble, de quien no se espera un fraude, aunque no falta quienes lo están buscando e investigando afanosamente.

lo hizo de una vez para siempre, ofreciéndose a sí mismo

En la historia de los sacrificios de religión, Jesús plantea una novedad: el sacrificio de sí mismo.

El sí mismo sacrificado ha sido reflexionado en la historia de la espiritualidad, y admite muchas interpretaciones, experiencias y modalidades.

Está por ejemplo la formulación de Ignacio de Loyola: alejarse del propio amor, querer e interés.

Pero la ciencia sicológica señala que es de temer lo que se desata cuando uno no se quiere a sí mismo. Se requiere una sabiduría superior para captar la diferencia existencial y vivencial del sentido de ese amor que hay que sacrificar para caminar con fe en Jesús.

las palabras del juramento, posterior a la ley, consagran al Hijo, perfecto para siempre.

La institución ley por sí sola no salva.

Estos sacerdotes están al servicio de un esbozo y sombra de las cosas 

Parte de nuestro proceso de conversión está involucrado en la destrucción y desapego de ídolos y anticristos. Muchos hay que pasan por sacerdotes y ministros de alguna salvación, pero están al servicio de esbozos, sombras y borradores. De nada definitivo como Jesús el viviente.

Una posible base para el sentido de las religiones en la encíclica Dominus Iesus

Salmo responsorial: 39



REFLEXIÓN

en cambio, me abriste el oído

Nos cansaremos alguna vez de darle vueltas al compromiso con la Palabra? Se trata de escucharla y ponerla en práctica. Este es el verdadero sacrificio de Jesús y en el que debemos seguirlo.

llevo tu ley en las entrañas.

De tal manera que cuando ya no escucho la Palabra, todo mi ser se estremece y me lo da a entender: que estoy dejando de escuchar y ofrecerme en el único sacrificio.

Marcos 3,7-12



REFLEXIÓN

Como había curado a muchos, todos los que sufrían de algo se le echaban encima para tocarlo

La necesidad, la carencia, el dolor, el sufrimiento, la miseria imparable de la gente del tiempo de Jesús y de todo tiempo, hace pensar en un caldo de cultivo de otros males, y también de redención.

Porque a más de uno el servicio aportado por Jesús ha inspirado su propia vocación para aliviar a las gentes.

No solamente tal caldo de cultivo incita a la revancha del resentimiento incubado por tanta frustración. No solamente la revolución que no construye lo suficiente para compensar la destrucción ocasionada sale de ese caldo.

También la revolución silenciosa de servicio por el reino va cundiendo con su alivio, reparación, perdón, fraternidad.

Esto debieron aprender de Jesús sus discípulos conviviendo con él: inspirarse en él para servir la necesidad de muchos.

él les prohibía severamente que lo diesen a conocer

De los espíritus inmundos no puede provenir la confesión y reconocimiento del Hijo de Dios.

Jesús muestra saber bien quién es él, su autenticidad, su misión, y saber que cuenta con el amor de su Padre, de manera que no lo desvía, ni lo enajena, el elogio desproporcionado y desde fuera, o el oprobio que victimiza.

Jesús de Nazaret como paradigma de solidez y equilibrio que se autoustenta y se afirma en sus convicciones.

https://twitter.com/motivaciondehoy/status/1616032240068173827?s=20&t=MFHbZSELeCjc87i70xwgzg

BEATO CARLO



 De las Cartas de san Fulgencio de Ruspe, obispo
(Carta 14, 36-37: CCL 91, 429-431)
 
CRISTO VIVE PARA SIEMPRE PARA INTERCEDER POR NOSOTROS

 

Fijaos que en la conclusión de las oraciones decimos: «Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo»; en cambio, nunca decimos: «Por el Espíritu Santo.» Esta práctica universal de la Iglesia tiene su explicación en aquel misterio, según el cual, el mediador entre Dios y los hombres es Cristo Jesús, hombre también él, sacerdote eterno según el rito de Melquisedec, que entró de una vez para siempre con su propia sangre en el santuario, pero no en un santuario hecho por mano de hombre y figura del venidero, sino en el mismo cielo, donde está a la derecha de Dios e intercede por nosotros.

 Teniendo ante sus ojos este oficio sacerdotal de Cristo, dice el Apóstol: Por medio de él ofrezcamos continuamente a Dios un sacrificio de alabanza, es decir, el tributo de los labios que van bendiciendo su nombre. Por él, pues, ofrecemos el sacrificio de nuestra alabanza y oración, ya que por su muerte fuimos reconciliados cuando éramos todavía enemigos. Por él, que se dignó hacerse sacrificio por nosotros, puede nuestro sacrificio ser agradable en la presencia de Dios. Por esto nos exhorta san Pedro: También vosotros, como piedras vivas, entráis en la construcción del templo del Espíritu, formando un sacerdocio sagrado, para ofrecer sacrificios espirituales que Dios acepta por Jesucristo. Por este motivo decimos a Dios Padre: «Por nuestro Señor Jesucristo.»

 Al referirnos al sacerdocio de Cristo, necesariamente hacemos alusión al misterio de su encarnación, en el cual el Hijo de Dios, a pesar de su condición divina, se anonadó a sí mismo, y tomó la condición de esclavo, según la cual se rebajó hasta someterse incluso a la muerte; es decir, fue hecho un poco inferior a los ángeles, conservando no obstante su divinidad igual al Padre. El Hijo fue hecho un poco inferior a los ángeles en cuanto que, permaneciendo igual al Padre, se dignó hacerse como un hombre cualquiera. Se abajó cuando se anonadó a sí mismo y tomó la condición de esclavo. Más aún, el abajarse de Cristo es el total anonadamiento, que no otra cosa fue el tomar la condición de esclavo.

 Cristo, por tanto, permaneciendo en su condición divina, en su condición de Hijo único de Dios, según la cual le ofrecemos el sacrificio igual que al Padre, al tomar la condición de esclavo fue constituido sacerdote, para que, por medio de él, pudiéramos ofrecer la hostia viva, santa, grata a Dios. Nosotros no hubiéramos podido ofrecer nuestro sacrificio a Dios si Cristo no se hubiese hecho sacrificio por nosotros: en él nuestra propia raza humana es un verdadero y saludable sacrificio. En efecto, cuando precisamos que nuestras oraciones son ofrecidas por nuestro Señor, sacerdote eterno, reconocemos en él la verdadera carne de nuestra misma raza, de conformidad con lo que dice el Apóstol: Todo sumo sacerdote, tomado de entre los hombres, es constituido en favor de los hombres en lo tocante a las relaciones de éstos con Dios, a fin de que ofrezca dones y sacrificios por los pecados. Pero al decir: «tu Hijo», añadimos: «que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo», para recordar, con esta adición, la unidad de naturaleza que tienen el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, y significar de este modo que el mismo Cristo, que por nosotros ha asumido el oficio de sacerdote, es por naturaleza igual al Padre y al Espíritu Santo.