sábado, 21 de enero de 2023

PALABRA COMENTADA

 

Sábado 2 de tiempo ordinario

Año Impar

Hebreos 9,2-3.11-14



REFLEXIÓN

estaban el candelabro, la mesa y los panes presentados -éste se llama "el santo"-, y detrás de la segunda cortina el tabernáculo llamado "el santísimo"

Junto con el islam, el judaísmo logró una forma depurada de adoración y en consecuencia, una concepción sutil de la divinidad, tan alta como la filosofía griega cuando formuló la unidad razonable del universo más allá de las formas humanas y las criaturas.

Pero en Jesús la reflexión de fe dio una vuelta o un retorno a lo humano y criado concibiendo una unidad de lo humano y lo divino.

La sutileza de todo pensamiento conocido es confrontado con la concreción del humano transformado en prójimo por el anuncio de Jesús, muerto y resucitado.

Su tabernáculo es más grande y más perfecto: no hecho por manos de hombre, es decir, no de este mundo creado.

Una humanidad y divinidad preparadas para convivir en armonía y colaboración. En co-responsabilidad. Máxima autoestima humana, máxima condescendencia divina. Todo en la humildad de la carne.

cuánto más la sangre de Cristo, que, en virtud del Espíritu eterno

No se le niega eficacia a lo ritos islámicos, judaicos y cualquier otro.

Pero se cree en una eminencia del autosacrificio de Jesús, que más que nada es una entrega, que juntos ponen Jesús y su Padre.

levándonos al culto del Dios vivo

Un Dios vital, como en algún momento lo hacía un pastor que caminaba con su rebaño, y así lo animaba, alimentaba y protegía.

Salmo responsorial: 46



REFLEXIÓN

el Señor es sublime y terrible,

Dios asciende entre aclamaciones

En su momento fue el pendón de batalla como arca de la alianza. Sigue siéndolo como guerrero de otra causa, con armas de otro estilo.

Marcos 3,20-21



REFLEXIÓN

no los dejaban ni comer.

Así de intensa era su vida pro muchos.

al enterarse su familia, vinieron a llevárselo, porque decían que no estaba en sus cabales.

Es curioso que una familia no esté orgullosa de la fama que acumula su familiar. Y más porque entre los discípulos hay también parientes.

Porque en las familias habrá quienes entiendan y quienes no. De ahí una división que produce el evangelio, verdad de Dios.

No hay que temer a esas divisiones. Son necesarias para definir posiciones y liberar la energía de la palabra asegurando su pureza y eficacia.

Debemos pensar que en esa familia estaba María su madre. Quien a pesar de guardar las cosas en su corazón, no siempre tenía claridad suficiente para dar con la clave del misterio de su hijo.

Como nosotros en nuestras relaciones. No siempre tenemos claridad de las intenciones de las conductas de nuestros allegados. Y también tildamos de locura lo que no entendemos.

Jesús afrontó esa contradicción de sus parientes, porque persistió en su ministerio. La lealtad al Padre era superior.

Que es lo que podemos decir de quiénes vemos persistir en su ministerio de solidaridad, no obstante ser criticados por su conflictividad.

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DOCTORES DE LA IGLESIA



 Del tratado de san Ambrosio, obispo, sobre las vírgenes
(Libro 1, cap. 2. 5. 7-9: PL 16 [edición 1845], 189-191)
 
NO TENÍA AÚN EDAD DE SER CONDENADA, PERO ESTABA YA MADURA PARA LA VICTORIA
 

Celebramos hoy el nacimiento para el cielo de una virgen, imitemos su integridad; se trata también de una mártir, ofrezcamos el sacrificio. Es el día natalicio de santa Inés. Sabemos por tradición que murió mártir a los doce años de edad. Destaca en su martirio, por una parte, la crueldad que no se detuvo ni ante una edad tan tierna; por otra, la fortaleza que infunde la fe, capaz de dar testimonio en la persona de una jovencita.

 ¿Es que en aquel cuerpo tan pequeño cabía herida alguna? Y, con todo, aunque en ella no encontraba la espada donde descargar su golpe, fue ella capaz de vencer a la espada. Y eso que a esta edad las niñas no pueden soportar ni la severidad del rostro de sus padres, y si distraídamente se pican con una aguja, se ponen a llorar como si se tratara de una herida.

 Pero ella, impávida entre las sangrientas manos del verdugo, inalterable al ser arrastrada por pesadas y chirriantes cadenas, ofrece todo su cuerpo a la espada del enfurecido soldado, ignorante aún de lo que es la muerte, pero dispuesta a sufrirla; al ser arrastrada por la fuerza al altar idolátrico, entre las llamas tendía hacia Cristo sus manos, y así, en medio de la sacrílega hoguera, significaba con esta posición el estandarte triunfal de la victoria del Señor; intentaban aherrojar su cuello y sus manos con grilletes de hierro, pero sus miembros resultaban demasiado pequeños para quedar encerrados en ellos.

 ¿Una nueva clase de martirio? No tenía aún edad de ser condenada, pero estaba ya madura para la victoria; la lucha se presentaba difícil, la corona fácil; lo que parecía imposible por su poca edad lo hizo posible su virtud consumada. Una recién casada no iría al tálamo nupcial con la alegría con que iba esta doncella al lugar del suplicio, con prisa y contenta de su suerte, adornada su cabeza no con rizos, sino con el mismo Cristo, coronada no de flores, sino de virtudes.

Todos lloraban, menos ella. Todos se admiraban de que con tanta generosidad entregara una vida de la que aún no había comenzado a gozar, como si ya la hubiese vivido plenamente. Todos se asombraban de que fuera ya testigo de Cristo una niña que, por su edad, no podía aún dar testimonio de sí misma. Resultó así que fue capaz de dar fe de las cosas de Dios una niña que era incapaz legalmente de dar fe de las cosas humanas, porque el Autor de la naturaleza puede hacer que sean superadas las leyes naturales.

 El verdugo hizo lo posible para aterrorizarla, para atraerla con halagos, muchos desearon casarse con ella. Pero ella dijo:

 «Sería una injuria para mi Esposo esperar a ver si me gusta otro; él me ha elegido primero, él me tendrá. ¿A qué esperas, verdugo, para asestar el golpe? Perezca el cuerpo que puede ser amado con unos ojos a los que yo no quiero».

Se detuvo, oró, doblegó la cerviz. Hubieras visto cómo temblaba el verdugo, como si fuese él el condenado; como temblaba su diestra al ir a dar el golpe, cómo palidecían los rostros al ver lo que le iba a suceder a la niña, mientras ella se mantenía serena. En una sola víctima tuvo lugar un doble martirio: el de la castidad y el de la fe. Permaneció virgen y obtuvo la gloria del martirio.