Viernes VII semana del
Tiempo PascualSan Hilario Del Tratado sobre la
Trinidad, lib. 2,1,33.35
El Señor mandó bautizar en el nombre del
Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo, esto es, en la profesión de fe en el
Creador, en el Hijo único y en el que es llamado Don. Uno solo es el Creador de
todo, ya que uno solo es Dios Padre, de quien procede todo; y uno solo el Hijo
único, nuestro Señor Jesucristo, por quien ha sido hecho todo; y uno solo el
Espíritu, que a todos nos ha sido dado. Todo, pues, se halla ordenado según la
propia virtud y operación: un Poder del cual procede todo, un Hijo por quien
existe todo, un Don que es garantía de nuestra esperanza consumada. Ninguna
falta se halla en semejante perfección; dentro de ella, en el Padre y el Hijo y
el Espíritu Santo, se halla lo infinito en lo eterno, la figura en la imagen,
la fruición en el don.
REFLEXIÓN
De qué perfección se
trata? De aquella plenitud en la que no se echa en falta, ni se extraña nada.
Es el sumo bien, el pináculo del bien obrar, la garantía de que todo estará en
su punto . Es decir, la perfección pensada, mentada, nominada, verbalizada,
ideada, producto de la confesión humana con aspiraciones de divina. No es una
evidencia absoluta contundente. Como no lo hay en nada de lo que busquemos,
dicho en forma intencionalmente absoluta, pero efectivamente relativa.
Escuchemos las palabras del Señor en
persona, que nos describe cuál es la acción específica del Espíritu en
nosotros; dice, en efecto: Muchas cosas me quedan por deciros, pero no podéis
cargar con ellas por ahora. Os conviene, por tanto, que yo me vaya, porque, si
me voy, os enviaré al Defensor. Y también: Yo le pediré al Padre que os dé otro
Defensor, que esté siempre con vosotros, el Espíritu de la verdad. Él os guiará
hasta la verdad plena. Pues lo que hable no será suyo: hablará de lo que oye y
os comunicará lo que está por venir. Él me glorificará, porque recibirá de mí.
REFLEXIÓN
Porque eso son: afirmaciones desde la
relatividad y contingencia del ser individual, agrupado en un ser colectivo,
eclesial, que cree y por eso alcanza mistéricamente una realidad inabarcable en
su definición, barruntada en su presencia, como una temblorosa gota de rocío
que se desprende de una hoja y cae al vacío. Se trata de hacer conciencia de la
precariedad de lo que confesamos, aún con sangre.
Esta pluralidad de afirmaciones tiene
por objeto darnos una mayor comprensión, ya que en ellas se nos explica cuál
sea la voluntad del que nos otorga su Don, y cuál la naturaleza de este mismo
Don: pues, ya que la debilidad de nuestra razón nos hace incapaces de conocer
al Padre y al Hijo y nos dificulta el creer en la encarnación de Dios, el Don
que es el Espíritu Santo, con su luz, nos ayuda a penetrar en estas verdades.
Al recibirlo, pues, se nos da un conocimiento más profundo.
REFLEXIÓN
Es así: somos asistidos en
la fe y desde la fe a pronunciarnos, sobre lo que de otra forma ni entendemos.
Porque, del mismo modo que nuestro
cuerpo natural, cuando se ve privado de los estímulos adecuados, permanece
inactivo (por ejemplo, los ojos, privados de la luz, los oídos, cuando falta el
sonido, y el olfato, cuando no hay ningún olor, no ejercen su función propia,
no porque dejen de existir por la falta de estímulo, sino porque necesitan este
estímulo para actuar), así también nuestra alma, si no recibe por la fe el Don
que es el Espíritu, tendrá ciertamente una naturaleza capaz de entender a Dios,
pero le faltará la luz para llegar a ese conocimiento. El Don de Cristo está
todo entero a nuestra disposición, y se halla en todas partes, pero se da a
proporción del deseo y de los méritos de cada uno. Este Don está con nosotros
hasta el fin del mundo; él es nuestro solaz en este tiempo de expectación.
REFLEXIÓN
No se trata del mérito competitivo dentro de una lucha voluntarista, sino del que se va incoando en nuestro ser al percatarnos que todo es don, amistad, amor primero, libertad del Misterio hacia y desde nosotros.