SAN MAXIMILIANO MARÍA KOLBE, presbítero y mártir.*
Maximiliano María
Kolbe nació cerca de Lodz (Polonia) el 8 de enero de 1894. Ingresó en el
seminario de los Hermanos Menores Conventuales en 1907, y el año 1918 fue
ordenado sacerdote en Roma. Encendido en el amor a la Madre de Dios fundó la
asociación piadosa de la «Milicia de María Inmaculada», que propagó con
entusiasmo. Misionero en el Japón, se esforzó por extender la fe cristiana bajo
el auspicio y patrocinio de la misma Virgen Inmaculada. Vuelto a Polonia,
habiendo sufrido grandes calamidades, en el mayor conflicto de los pueblos,
entregó su vida como holocausto de caridad por la libertad de un desconocido
condenado a muerte, el 14 de agosto de 1941, en el campo de concentración de
Auchwitz.
De las cartas de san Maximiliano María Kolbe, presbítero y mártir.
(Gli scritti di Massimiliano Kolbe eroe di Oswiecim e beato della Chiesa, vol 1, Cittá di Vita, Firenze 1975, pp 44-46. 113-114)
EL IDEAL DE LA VIDA APOSTÓLICA ES LA SALVACIÓN Y SANTIFICACIÓN DE LAS ALMAS.
Me llena de gozo,
querido hermano, el celo que te anima en la propagación de la gloria de Dios.
En la actualidad se da una gravísima epidemia de indiferencia, que afecta,
aunque de modo diverso, no sólo a los laicos, sino también a los religiosos.
Con todo, Dios es digno de una gloria infinita. Siendo nosotros pobres
criaturas limitadas y, por tanto, incapaces de rendirle la gloria que él
merece, esforcémonos, al menos, por contribuir, en cuanto podamos, a rendirle
la mayor gloria posible.
La gloria de Dios
consiste en la salvación de las almas, que Cristo ha redimido con el alto
precio de su muerte en la cruz. La salvación y la santificación más perfecta
del mayor número de almas debe ser el ideal más sublime de nuestra vida
apostólica. Cuál sea el mejor camino para rendir a Dios la mayor gloria posible
y llevar a la santidad más perfecta el mayor número de almas, Dios mismo lo
conoce mejor que nosotros, porque él es omnisciente e infinitamente sabio. Él,
y sólo él, Dios omnisciente, sabe lo que debemos hacer en cada momento para
rendirle la mayor gloria posible. ¿Y cómo nos manifiesta Dios su propia
voluntad? Por medio de sus representantes en la tierra. La obediencia, y sólo
la santa obediencia, nos manifiesta con certeza la voluntad de Dios. Los
superiores pueden equivocarse, pero nosotros obedeciendo no nos equivocamos
nunca. Se da una excepción: cuando el superior manda algo que con toda claridad
y sin ninguna duda es pecado, aunque éste sea insignificante; porque en este
caso el superior no sería el representante de Dios.
Dios, y solamente
Dios infinito, infalible, santísimo y clemente, es nuestro Señor, nuestro
creador y Padre, principio y fin, sabiduría, poder y amor: todo. Todo lo que no
sea él vale en tanto en cuanto se refiere a él, creador de todo, redentor de
todos los hombres y fin último de toda la creación. Es él quien, por medio de
sus representantes aquí en la tierra, nos revela su admirable voluntad, nos
atrae hacia sí, y quiere por medio nuestro atraer al mayor número posible de
almas y unirlas a sí del modo más intimo y personal.
Querido hermano,
piensa qué grande es la dignidad de nuestra condición por la misericordia de
Dios. Por medio de la obediencia nosotros nos alzamos por encima de nuestra
pequeñez y podemos obrar conforme a la voluntad de Dios. Más aún: adhiriéndonos
así a la divina voluntad, a la que no puede resistir ninguna criatura, nos
hacemos más fuertes que todas ellas. Ésta es nuestra grandeza; y no es todo:
por medio de la obediencia nos convertimos en infinitamente poderosos.
Éste y sólo éste
es el camino de la sabiduría y de la prudencia, y el modo de rendir a Dios la
mayor gloria posible. Si existiese un camino distinto y mejor, Jesús nos lo
hubiera indicado con sus palabras y su ejemplo. Los treinta años de su vida
escondida son descritos así por la sagrada Escritura: Y les estaba sujeto.
Igualmente, por lo que se refiere al resto de la vida toda de Jesús, leemos con
frecuencia en la misma sagrada Escritura que él había venido a la tierra para
cumplir la voluntad del Padre.
Amemos sin
límites a nuestro buen Padre: amor que se demuestra a través de la obediencia y
se ejercita sobre todo cuando nos pide el sacrificio de la propia voluntad. El
libro más bello y auténtico donde se puede aprender y profundizar este amor es
el Crucifijo. Y esto lo obtendremos mucho más fácilmente de Dios por medio de
la Inmaculada, porque a ella ha confiado Dios toda la economía de la
misericordia.
La voluntad de
María, no hay duda alguna, es la voluntad del mismo Dios. Nosotros, por tanto,
consagrándonos a ella, somos también como ella, en las manos de Dios,
instrumentos de su divina misericordia. Dejémonos guiar por María; dejémonos
llevar por ella, y estaremos bajo su dirección tranquilos y seguros: ella se
ocupará de todo y proveerá a todas nuestras necesidades, tanto del alma como
del cuerpo; ella misma removerá las dificultades y angustias nuestras.
*P. Paco Rebollo SIERVOS DEL DIVINO AMOR