día 6 de la octava de Navidad
1Juan 2,12-17
Os escribo, hijos míos, que se os han perdonado vuestros pecados
por su nombre. Os escribo, padres, que ya conocéis al que existía desde el
principio. Os escribo, jóvenes, que ya habéis vencido al Maligno. Os repito, hijos,
que ya conocéis al Padre. Os repito, padres, que ya conocéis al que existía
desde el principio. Os repito, jóvenes, que sois fuertes y que la palabra de
Dios permanece en vosotros, y que ya habéis vencido al Maligno. No améis al
mundo ni lo que hay en el mundo.
Si alguno ama
al mundo, no está en él el amor del Padre. Porque lo que hay en el mundo -las
pasiones de la carne, y la codicia de los ojos, y la arrogancia del dinero-,
eso no procede del Padre, sino que procede del mundo. Y el mundo pasa, con sus
pasiones. Pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre.
REFLEXIÓN
se os han perdonado vuestros pecados
Si hemos
sido perdonados, quiénes somos para negar el perdòn.
Será el
perdón constante dañino para la dignificación de alguien?
No el perdón
de los pecados porque ellos están dirigidos a la redención, que es decir
renovación del espíritu, y no debe confundirse con un perdón sicológico, o
manipulado, o arrebatado a quien está cansado de luchar.
El perdón de
los pecados altera la propia memoria del mal recibido y alivia la sed de
retaliación, dando paso a la buena fe y la esperanza en la conversión y
transformación por el Espíritu del Señor.
No améis al mundo ni lo que hay en el mundo
No sabemos
de cierto cuán efectivo en la gracia ha sido nuestro testimonio, para edificar
la salvación de otra persona y la nuestra propia.
Si ya
fuéramos conscientes de nuestra
debilidad, quizás no entendiéramos la debilidad de otros.
Pero podemos
distinguir entre lo que no se justifica y lo que se compadece.
Si esta
debilidad es cruz del Señor, Él seguirá dando energía, capacidad de aguante y
amor discreto, para llegar hasta el final.
el mundo pasa, con sus pasiones. Pero el que hace
la voluntad de Dios permanece para siempre.
El mundo es apasionamiento, aferramiento, apego a lo relativo en ficción
de absoluto. La verdadera sabiduría que desciende de arriba consiste en amar al
mundo en la verdad de su relatividad, guardando la libertad de los hijos de
dios.
Salmo responsorial: 95
Familias de los pueblos, aclamad al
Señor, / aclamad la gloria y el poder del Señor, / aclamad la gloria del nombre
del Señor. R.
Entrad en sus atrios trayéndole ofrendas, / postraos ante el Señor en
el atrio sagrado, / tiemble en su presencia la tierra toda. R.
Decid a los pueblos: "El Señor es rey, / él afianzó el orbe, y no
se moverá; / él gobierna a los pueblos rectamente." R.
REFLEXIÓN
aclamad la gloria y el poder del Señor
No es el
poder lo que se experimenta de Dios tantas veces.
Si
confesáramos nuestra percepción dijéramos más bien, que Dios es experimentado
como silente y renuente.
Pero nos
sustentamos en una adhesión, una espera, una conformidad, una cierta serenidad
que confia en que el Señor intervendrá, o que va interviniendo y que debemos
estar abiertos a las señales, para cooperar.
Lucas 2,36-40
En aquel tiempo, había una profetisa,
Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser. Era una mujer muy anciana; de
jovencita había vivido siete años casada, y luego viuda hasta los ochenta y
cuatro; no se apartaba del templo día y noche, sirviendo a Dios con ayunos y
oraciones. Acercándose en aquel momento, daba gracias a Dios y hablaba del niño
a todos los que aguardaban la liberación de Jerusalén.
Y cuando cumplieron todo lo que prescribía la ley del Señor, se
volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño iba creciendo y
robusteciéndose, y se llenaba de sabiduría; y la gracia de Dios lo acompañaba.
REFLEXIÓN
hablaba del niño a todos los que aguardaban la
liberación de Jerusalén
Era una
liberación esperada como se daban las liberaciones sociales y políticas: por el
esfuerzo de las armas y los ejércitos.
Pero anuncia
un niño, algo desproporcionado a la expectativa, como respuesta.
Qué
frustración, pero qué desafío a nuestra sabiduría. Se nos ofrece otra distinta.
se llenaba de sabiduría; y la gracia de Dios lo
acompañaba
Jesús es el maestro del camino al
crecimiento y su madre es igualmente la maestra.
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