miércoles, 13 de abril de 2022

DOCTORES DE LA IGLESIA

 


San Agustín Tratados sobre el evangelio de San Juan 84,1-2

El Señor, hermanos muy amados, quiso dejar bien claro en qué consiste aquella plenitud del amor con que debemos amarnos mutuamente, cuando dijo: Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos. Consecuencia de ello es lo que nos dice el mismo evangelista Juan en su carta: Cristo dio su vida por nosotros; también nosotros debemos dar nuestra vida por los hermanos, amándonos mutuamente como él nos amó, que dio su vida por nosotros. Es la misma idea que encontramos en el libro de los Proverbios: Sentado a la mesa de un señor, mira bien qué te ponen delante, y pon la mano en ello pensando que luego tendrás que preparar tú algo semejante. Esta mesa de tal señor no es otra que aquella de la cual tomamos el cuerpo y la sangre de aquel que dio su vida por nosotros. Sentarse a ella significa acercarse a la misma con humildad. Mirar bien lo que nos ponen delante equivale a tomar conciencia de la grandeza de este don. Y poner la mano en ello, pensando que luego tendremos que preparar algo semejante, significa lo que ya he dicho antes: que así como Cristo dio su vida por nosotros, también nosotros debemos dar la vida por los hermanos.

REFLEXIÓN

Ese amor inspirado por Jesús, lo es para ofrecer la propia vida. Es oblativo y de alteridad. Rompe con el cerco egocéntrico y busca insuflar vida, allí donde la muerte del desamor y la injusticia se activan y proceden al exterminio. Es amor martirial, de testimonio, para hacer nacer la credibilidad en la justicia, el perdón, la mutua entrega.

 Como dice el apóstol Pedro: Cristo padeció por nosotros, dejándonos un ejemplo para que sigamos sus huellas. Esto significa preparar algo semejante. Esto es lo que hicieron los mártires, llevados por un amor ardiente; si no queremos celebrar en vano su recuerdo, y si nos acercamos a la mesa del Señor para participar del banquete en que ellos se saciaron, es necesario que, tal como ellos hicieron, preparemos luego nosotros algo semejante. Por esto, al reunirnos junto a la mesa del Señor, no los recordamos del mismo modo que a los demás que descansan en paz, para rogar por ellos, sino más bien para que ellos rueguen por nosotros, a fin de que sigamos su ejemplo, ya que ellos pusieron en práctica aquel amor del que dice el Señor que no hay otro más grande. Ellos mostraron a sus hermanos la manera como hay que prepara algo semejante a lo que también ellos habían tomado de la mesa del Señor.

La celebración por los que ya partieron, hace memoria en lo posible de su martirio, de su entrega amorosa, allí donde se ofreció, más allá de sus debilidades y mezquindades. Quien pueda hacer uso de esa memoria de martirio, tiene a la mano un motivo de inspiración para el amor solidario y de alteridad.

Lo que hemos dicho no hay que entenderlo como si nosotros pudiéramos igualarnos al Señor, aun en el caso de que lleguemos por él hasta el testimonio de nuestra sangre. Él era libre para dar su vida y libre para volverla a tomar, nosotros no vivimos todo el tiempo que queremos y morimos aunque no queramos; él, en el momento de morir, mató en sí mismo a la muerte, nosotros somos librados de la muerte por su muerte; su carne no experimentó la corrupción, la nuestra ha de pasar por la corrupción, hasta que al final de este mundo seamos revestido por él de incorruptibilidad; él no necesitó de nosotros para salvarnos, nosotros sin él nada podemos hacer; él, a nosotros, sus sarmientos, se nos dio como vid, nosotros, separados de él, no podemos tener vida.

REFLEXIÓN

Porque Jesús es el iniciador de esta corriente de vida que convierte la propia vida en un flujo de vida, no obstante que muramos, y por debilidad caigamos en pecados.

Finalmente, aunque los hermanos mueran por sus hermanos, ningún mártir derrama su sangre para el perdón de los pecados de sus hermanos, como hizo él por nosotros, ya que en esto no nos dio un ejemplo que imitar, sino un motivo para congratularnos. Los mártires, al derramar su sangre por sus hermanos, no hicieron sino mostrar lo que habían tomado de la mesa del Señor. Amémonos, pues, los unos a los otros, como Cristo nos amó y se entregó por nosotros.

REFLEXIÓN

Se nos da un martirio eximio en la vida y muerte de Jesús, participada en su mesa. Nos ayuda a no caer en confusiones respecto de otros martirios que parezcan ser superiores al de Él.

martes, 12 de abril de 2022

PALABRA COMENTADA

 

Martes Santo

Isaías 49, 1-6



REFLEXIÓN

Estaba yo en el vientre, y el Señor me llamó en las entrañas maternas, y pronunció mi nombre

Un atractivo de nuestra fe que recibe y reflexiona la Palabra es su llamada personal, que nosotros entendemos y aplicamos personalizada.

Se sugiere a los educadores conocer y llamar por el nombre a sus discípulos, para salir de la invisibilidad y anonimato de la masa, y adquirir la conciencia de ser alguien.

El Señor con su Palabra nos muestra en la historia de salvación varios alguien, que va levantando y enviando, por lo cual nosotros guardamos el gozo de que también somos nombrados y enviados, para ser alguien en su presencia.

Hoy en día en el lenguaje de la solidaridad social y sociológica es común el pregón sobre la lucha por hacer visibles a los invisibles, aquellos a quienes algunas sociedades desatienden, descuidan y hasta marginan.

Frente a ello nuestra inspiración de fraternidad solidaria tiene un fundamento en el paradigma de nuestro Señor que nos llama y envía, a seguir llamando y haciendo personas.

Es quizá el fondo de la misión evangelizadora y ética de los cristianos: lograr personas, personificar y con ello dignificar.

Cuando un padre y madre contempla a sus hijos crecidos y autónomos, su satisfacción y gozo es concluir que han llegado a ser personas dignas.

Desde el vientre se es persona, con vocación individual desde el Señor, con misión propia, no un número más, una cosa más, que se pueda deshechar.

"Tu eres mi esclavo (Israel), de quien estoy orgulloso".

Se cuenta que S.Francisco de Borja, tercer Superior General de la Compañía de Jesús, tenía acceso a la corte del emperador español Carlos V, antes de entregarse a su vocación religiosa.

Y su admiración era la emperatriz Isabel de Portugal, por su belleza. Cuando ella falleció, al contemplarla en su féretro, tuvo la revelación de su vida, que él llamó su conversión, y exclamó: juro también no más servir a señor que se me pueda morir(La vida de santa Teresa de Jesús (14ª edición). Madrid: Ediciones Palabra. pp. 97–98. ISBN 84-7118-298-X.)

Quizá debiéramos tomar pié de esa experiencia y hacer nuestra propia deducción, porque hemos de servir a alguien o algo en la vida. Qué tal que lo hagamos con el señor o señora equivocados?

Hizo de mi boca una espada afilada, me escondió en la sombra de su mano; me hizo flecha bruñida, me guardó en su aljaba y me dijo: "Tu eres mi esclavo (Israel), de quien estoy orgulloso".

La misión única y propia viene inspirada por el Señor y a Él hay que rendir cuentas de ella. Es una misión para hacerse realidad, se quiera o no. Por eso la docilidad ayuda, pero aun en rebeldía, el objetivo se logra, porque en su misterio el Señor respeta la libertad donada, pero lleva a término su proyecto.

Mientras yo pensaba: "En vano me he cansado, en viento y en nada he gastado mis fuerzas", en realidad mi derecho lo llevaba el Señor, mi salario lo tenía mi Dios

Podríamos considerar que el siervo por excelencia, Jesús de Nazareth, al final de su vida, como en esta semana que celebramos, tendría también los pensamientos que salen de la depresión por la cercanía del fin. Y sentiría que quizá su misión no había sido tan exitosa porque terminaba mal.

El Espíritu en cambio lo ascendía a consideraciones más positivas y llamaban a su esperanza, poniendo su éxito en manos de su Padre.

Nuestra autopercepción puede engañarnos de más o de menos sobre el éxito o sentido de nuestra existencia individual.

Muchos afanes de cualquier tipo son como ansiosos alegatos a favor de la valía de nuestra existencia, para conjurar el miedo que surge de la posibilidad de nuestro fracaso vital.

Pero es bueno considerar que somos como un tejido que se confecciona a lo largo de la existencia con hilos de diversos tonos, colores y calidad. De manera que todavía no sabemos nuestro aspecto final y de conjunto, y lo más positivo es dejar bajo la mirada amorosa del Padre la auténtica percepción del resultado final.

Muchas vocaciones de servicio, en el cambio cultural que experimentamos en el siglo 21, nos cuestionamos y deprimimos ante la poca estima, y la dudosa eficacia de nuestros esfuerzos. Porque el reconocimiento es magro, la crítica que nos rodea es mucha, la indiferencia es evidente, y los resultados son aparentemente nulos o ambiguos.

Ante el Señor nosotros mismos nos vemos en la situación del siervo inútil, que si hace lo que tiene que hacer, no merece mayor gratificación.

Y así hay que vivir en la oscuridad de la fe y con la esperanza que da el texto: que en lo profundo del designio Él lleve mi derecho, y tenga mi salario.

Los resultados parecen escasos y cunde el desaliento. Es un gozo saber que, quien pondera nuestros resultados es el Señor, y no el éxito necesariamente.

te hago luz de las naciones, para que mi salvación alcance hasta el confín de la tierra

Quizá esto escuchó Jesús de Nazareth al ser levantado de entre los muertos, como aquella revelación que el Padre reserva al final para el tejido de nuestra vida.

En la identificación de la comunidad de Jesús sobre su maestro y las Escrituras, late una convicción de su validez universal, no obstante que ahora se le relativice, sobretodo entre los mismos cristianos.

El afán de fraternidad con otros pueblos y culturas no nos debe conducir al menosprecio y desprestigio de la misión universal de Jesús de Nazareth.

Así Jesús cuyo éxito era evidente por la respuesta de la gente, también experimentó la merma de la aceptación y entró en la duda de su misión, porque debió aprender que el criterio de la fama no es absoluto, ni permanente, y la significatividad del carisma se acrisola de varias formas. Todo esto aprendido con lágrimas y sangre.

Salmo responsorial 70



REFLEXIÓN

no quede yo derrotado para siempre

Nos preocupamos por no fallar definitivamente en la misión.

Confesemos que eres el único absoluto que nos puede sostener en medio del descrédito y el abandono.

Porque tú, Dios mío, fuiste mi esperanza /Y mi confianza, Señor, desde mi juventud. / En el vientre materno ya me apoyaba en ti, / en el seno, tú me sostenías

Los minutos aciagos de amenaza y peligro para Jesús eran el Kayros, el tiempo oportuno, para la presencia del Padre, a quien le oraba con esperanza, llamando a la confianza que apaciguaba su temor.

Mi boca contará tu auxilio

Porque me llamaste a participar debo confiar en tu apoyo.

Juan 13, 21-33. 36-38

REFLEXIÓN

Jesús, profundamente conmovido, dijo: Os aseguro que uno de vosotros me va a entregar.

Quizá Jesús sintió que no era buen indicio del éxito de su misión esta traición de Judas. Los fracasos de los seguidores de un carisma, de una autoridad, de un educador, se erigen como juicios de nuestra propia capacidad, pero en el fondo se trata del misterio de la libertad humana y la iniciativa gratuita del Señor.

Señor: ¿quién es?

Quien esté detrás de este evangelio debe estar muy cerca de esa fuente tan íntima de Jesús, que en un momento como este revela la identidad del traidor. Este mismo evangelio trata a Judas con los términos más duros de todos los evangelios. Incluso parece un sentimiento personal.

Este íntimo de Jesús debió sentir lo que significaba para su maestro esa deserción, el sufrimiento que le acarreaba. Y el íntimo sufrió con él, como es propio de los amigos.

La confianza de la intimidad, de la aceptación, de ser contado entre los depositarios de secretos.

Detrás del pan, entró en él Satanás.

Quien tienta a Judas para hacer algo asumido como bien.

Ahora es glorificado el Hijo del Hombre y Dios es glorificado en él (Si Dios es glorificado en el, también Dios lo glorificará en sí mismo: pronto lo glorificará).

El tono solemne de este comentario nos alerta sobre una realidad de fe compleja a desentrañar: la gloria, la glorificación del enviado y del Padre que envía, que se dan en una realidad trágica como es la muerte de Jesús y su posterior resurrección.

Puede ser que el relato está llegando al punto máximo en el que se da testimonio de una intención salvífica. Se acerca un gesto extremo y radical que sirva como un lenguaje creíble de entrega, amor, perdón y salvación.

Quizá porque en este momento el resto que permaneció con Jesús, en su proceso de aciertos y desaciertos, mantendría el rumbo de la misión a la que fueron llamados.

Los evangelios gnósticos asignan a Judas la misión de la traición, quizá en un intento de salvarlo y redimirlo. Quizá tienen razón desde el punto de vista del designio de Dios, que todos acabaremos cumpliendo, dóciles y rebeldes.

El doble lenguaje o el doble registro: el hombre Jesús que camina hacia su glorificación, que es la de Dios, porque entre ellos hay una comunicación excepcional.

me acompañarás más tarde

Jesús goza de una glorificación también colectiva, como servidor de una colectividad, y Pedro es el símbolo de ésta.

Daré mi vida por ti. Jesús le contesto: ¿Con que darás tu vida por mí? Te aseguro que no cantará el gallo antes que me hayas negado tres veces.

Pedro se pudo haber motivado para este ofrecimiento, viendo la traición de Judas, pero no midió sus fuerzas. Nuevamente Jesús lo puso en su sitio. Cuando las circunstancias nos ponen en nuestro sitio y volvemos a nuestro verdadero tamaño histórico, es posible despreciarnos y desesperarnos. Es una gracia que la mirada de Jesús nos sostenga, perdonándonos. Porque es el único que conoce como se ve nuestro tejido finalmente.

La sabiduría de Pedro estuvo en mantenerse en el proceso no obstante sus errores.

La Iglesia es una colectividad que debe aprender en cabeza de su paradigma Pedro, quien porta el carisma de la confirmación en la fe, a convertirse, a pesar de la traición que comete, de la debilidad de la que hace gala, hasta encontrar la fortaleza que viene del Padre.

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