San Agustín Tratados sobre el evangelio de San Juan 84,1-2
El Señor,
hermanos muy amados, quiso dejar bien claro en qué consiste aquella plenitud
del amor con que debemos amarnos mutuamente, cuando dijo: Nadie tiene amor más
grande que el que da la vida por sus amigos. Consecuencia de ello es lo que nos
dice el mismo evangelista Juan en su carta: Cristo dio su vida por nosotros;
también nosotros debemos dar nuestra vida por los hermanos, amándonos
mutuamente como él nos amó, que dio su vida por nosotros. Es la misma idea que
encontramos en el libro de los Proverbios: Sentado a la mesa de un señor, mira
bien qué te ponen delante, y pon la mano en ello pensando que luego tendrás que
preparar tú algo semejante. Esta mesa de tal señor no es otra que aquella de la
cual tomamos el cuerpo y la sangre de aquel que dio su vida por nosotros. Sentarse
a ella significa acercarse a la misma con humildad. Mirar bien lo que nos ponen
delante equivale a tomar conciencia de la grandeza de este don. Y poner la mano
en ello, pensando que luego tendremos que preparar algo semejante, significa lo
que ya he dicho antes: que así como Cristo dio su vida por nosotros, también
nosotros debemos dar la vida por los hermanos.
REFLEXIÓN
Ese amor inspirado por Jesús, lo es para ofrecer la
propia vida. Es oblativo y de alteridad. Rompe con el cerco egocéntrico y busca
insuflar vida, allí donde la muerte del desamor y la injusticia se activan y
proceden al exterminio. Es amor martirial, de testimonio, para hacer nacer la
credibilidad en la justicia, el perdón, la mutua entrega.
Como dice el apóstol Pedro: Cristo padeció por
nosotros, dejándonos un ejemplo para que sigamos sus huellas. Esto significa
preparar algo semejante. Esto es lo que hicieron los mártires, llevados por un
amor ardiente; si no queremos celebrar en vano su recuerdo, y si nos acercamos
a la mesa del Señor para participar del banquete en que ellos se saciaron, es
necesario que, tal como ellos hicieron, preparemos luego nosotros algo
semejante. Por esto, al reunirnos junto a la mesa del Señor, no los recordamos
del mismo modo que a los demás que descansan en paz, para rogar por ellos, sino
más bien para que ellos rueguen por nosotros, a fin de que sigamos su ejemplo,
ya que ellos pusieron en práctica aquel amor del que dice el Señor que no hay
otro más grande. Ellos mostraron a sus hermanos la manera como hay que prepara
algo semejante a lo que también ellos habían tomado de la mesa del Señor.
La celebración por los que ya partieron, hace
memoria en lo posible de su martirio, de su entrega amorosa, allí donde se
ofreció, más allá de sus debilidades y mezquindades. Quien pueda hacer uso de
esa memoria de martirio, tiene a la mano un motivo de inspiración para el amor
solidario y de alteridad.
Lo que
hemos dicho no hay que entenderlo como si nosotros pudiéramos igualarnos al
Señor, aun en el caso de que lleguemos por él hasta el testimonio de nuestra
sangre. Él era libre para dar su vida y libre para volverla a tomar, nosotros
no vivimos todo el tiempo que queremos y morimos aunque no queramos; él, en el
momento de morir, mató en sí mismo a la muerte, nosotros somos librados de la
muerte por su muerte; su carne no experimentó la corrupción, la nuestra ha de
pasar por la corrupción, hasta que al final de este mundo seamos revestido por
él de incorruptibilidad; él no necesitó de nosotros para salvarnos, nosotros
sin él nada podemos hacer; él, a nosotros, sus sarmientos, se nos dio como vid,
nosotros, separados de él, no podemos tener vida.
REFLEXIÓN
Porque Jesús es el iniciador de esta corriente de
vida que convierte la propia vida en un flujo de vida, no obstante que muramos,
y por debilidad caigamos en pecados.
Finalmente,
aunque los hermanos mueran por sus hermanos, ningún mártir derrama su sangre
para el perdón de los pecados de sus hermanos, como hizo él por nosotros, ya
que en esto no nos dio un ejemplo que imitar, sino un motivo para
congratularnos. Los mártires, al derramar su sangre por sus hermanos, no
hicieron sino mostrar lo que habían tomado de la mesa del Señor. Amémonos,
pues, los unos a los otros, como Cristo nos amó y se entregó por nosotros.
REFLEXIÓN
Se nos da un martirio eximio en la vida y muerte de
Jesús, participada en su mesa. Nos ayuda a no caer en confusiones respecto de
otros martirios que parezcan ser superiores al de Él.
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