Lunes, XXV semana
San Agustín Sermón sobre los pastores 46,14-15
No recogéis a las descarriadas, ni
buscáis a las perdidas. En este mundo andamos siempre entre las manos de los
ladrones y los dientes de los lobos feroces y, a causa de estos peligros
nuestros, os rogamos que oréis. Además, las ovejas son obstinadas. Cuando se
extravían y las buscamos, nos dicen, para su error y perdición, que no tienen
nada que ver con nosotros: «¿Para qué nos queréis? ¿Para qué nos buscáis?» Como
si el hecho de que anden errantes y en peligro de perdición no fuera
precisamente la causa de que vayamos tras de ellas y las busquemos. «Si ando
errante –dicen–, si estoy perdida, ¿para qué me quieres? ¿Para qué me buscas?»
Te quiero hacer volver precisamente porque andas extraviada; quiero encontrarte
porque te has perdido. «¡Pero si yo quiero andar así, quiero así mi perdición!»
¿De veras así quieres extraviarte, así quieres perderte? Pues tanto menos lo
quiero yo. Me atrevo a decirlo, estoy dispuesto a seguir siendo inoportuno.
Oigo al Apóstol que dice: Proclama la palabra, insiste a tiempo y a destiempo.
¿A quiénes insistiré a tiempo, y a quiénes a destiempo? A tiempo, a los que
quieren escuchar; a destiempo, a quienes no quieren.
REFLEXIÓN
La motivación para
preocuparse por la oveja perdida, por los que se distancian y extravían, es de
diferentes modos. Por sí mismas, para que capten la diferencia respecto a la
ausencia que caracteriza sus vidas, ausencia de la experiencia de Dios. Por sí
mismas en nombre de quién las llama y reina, porque no descansa en su amor, y
los ministros no son más que enviados. Por las que no se extravían y permanecen
juntas en el rebaño, para que su amor sea incluyente de quien no vive la unión
que ellas. Por que esa unión no se vaya a perder, dado que las perdidas pueden
tentar a hacer lo propio a quienes permanecen.