viernes, 4 de octubre de 2024

DOCTORES DE LA IGLESIA



 De la carta de san Francisco de Asís, dirigida a todos los fieles
(Opúsculos, edición Quaracchi, Florencia) 1949, 87-94)
Debemos ser sencillos, humildes y puros


La venida al mundo del Verbo del Padre, tan digno, tan santo y tan glorioso, fue anunciada por el Padre altísimo, por boca de su santo arcángel Gabriel, a la santa y gloriosa Virgen María, de cuyo seno recibió una auténtica naturaleza humana, frágil como la nuestra. Él, siendo rico
sobre toda ponderación, quiso elegir la pobreza, junto con su santísima madre. Y, al acercarse su pasión, celebró la Pascua con sus discípulos.
Luego oró al Padre, diciendo: Padre mío, si es posible, que pase y se aleje de mí ese cáliz.
Sin embargo, sometió su voluntad a la del Padre. Y la voluntad del Padre fue que su Hijo bendito y glorioso, a quien entregó por nosotros y
que nació por nosotros, se ofreciese a sí mismo como sacrificio y víctima en el ara de la cruz, con su propia sangre, no por sí mismo, por quien han sido hechas todas las cosas, sino por nuestros pecados dejándonos un ejemplo para que sigamos sus huellas. Y quiere que todos nos salvemos por él y lo recibamos con puro corazón y cuerpo casto.
¡Qué dichosos y benditos son los que aman al Señor y cumplen lo que dice el mismo Señor en el Evangelio: Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu
corazón y con toda tu alma, y al prójimo como a ti mismo! Amemos, pues, a Dios y adorémoslo con puro corazón y con mente pura, ya que él nos
hace saber cuál es su mayor deseo, cuando dice: Los que quieran dar culto verdadero adorarán al verdadero padre en espíritu y verdad
. Porque todos los que lo adoran deben adorarlo en espíritu y verdad. Y dirijámosle día y noche nuestra alabanza y oración, diciendo: Padre nuestro, que estás en los cielos; porque debemos orar siempre sin desanimarnos.
Procuremos, además, dar frutos de verdadero arrepentimiento. Y amemos al prójimo como a nosotros mismos. Tengamos caridad y humildad y demos limosna, ya que ésta lava las almas de la inmundicia del pecado. En efecto, los hombres pierden todo lo que dejan en este mundo tan sólo se llevan consigo el premio de su caridad y las limosnas que, por las cuales recibirán del Señor la recompensa y una digna remuneración.
No debemos ser sabios y prudentes según la carne, sino más bien sencillos, humildes y puros. Nunca debemos desear estar por encima de
los demás, sino, al contrario; debemos, a ejemplo del Señor, vivir como servidores y sumisos a toda humana criatura, movidos por el amor de Dios. El Espíritu del Señor reposará sobre los que así obren y perseveren hasta el fin, y los convertirá en el lugar de su estancia y su morada, y serán
hijos del Padre celestial, cuyas obras imitan; ellos son los esposos, los hermanos y las madres de nuestro Señor Jesucristo.

jueves, 3 de octubre de 2024

SAN CARLO DE JESUS ACUTIS DE ASIS



De una carta de san Francisco de Borja, presbítero, al beato Pedro Fabro
(Carta 7, año 1545: Monumenta historica Societatis Iesu, Madrid 1908, III, pp. 9-10)
Sólo son grandes antes Dios los que se tienen por pequeños

La duquesa está mejor, Dios loado, y se encomienda en las oraciones
de vuestra reverencia.
Suplique, padre, al Señor que no reciba yo su gracia en vano. Porque
hallo que, según dice el salmista, mi alma ha sido liberada de todos sus
peligros. Y, especialmente de pocos días acá, yo estaba tan frío y tan
desconfiado de hacer fruto, que no le hallaba casi por ninguna parte; lo
cual, a los principios, solía sentir al revés. Bendito sea el Señor por sus
maravillas, ya que todos estos nublados se han pasado.
En lo demás, diga ese "grande" y los otros lo que mandaren; que bien
sé que no son grandes, sino los que se conocen por pequeños; ni son ricos
los que tienen, sino los que no desean tener; ni son honrados, sino los que
trabajan para que Dios sea honrado y glorificado.
Y tras esto, venga la muerte o dure la vida, que de ese tal se puede
decir que su corazón está preparado para esperar y confiar en el Señor.
Plega a su bondad, que así nos haga conocer nuestra vileza, que
merezcamos ver su infinita grandeza; y a vuestra reverencia tenga siempre
en su amor y gracia, para que le sirva y alabe hasta la muerte y después le
alabe por toda la eternidad