martes, 4 de enero de 2022

PALABRA COMENTADA

 

Martes Después de Epifanía

1Juan 4,7-10



REFLEXIÓN

el amor es de Dios

todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios

La definición que hacemos del amor humano hace énfasis en la carencia del mismo y es como un movimiento hacia la plenitud.

El amor que nos revela la Palabra es la plenitud que goza en darse y prodigarse incluso sin esperar recompensa o exclusividad.

Se trata de otra dimensión a la que se entiende como gracia y gratuidad, porque mira no a la necesidad sino a la donación libre.

Este es el amor que salvó al mundo con la donación del hijo amado. Y es el Amor que transforma el amor de humanos para hacerlo salvífico.

Así el que ama como Dios nos ha amado es de Dios.

Es un amor al que podemos acceder libremente y podemos aprender a expresar con coraje.

Una expresión en la que vislumbramos el poderío de este amor, es la donación que se hace la pareja enamorada y se prolonga en la existencia en mil detalles de la vida cotidiana. Aunque aspira a la correspondencia y reciprocidad no se estanca allí, sino que se esfuerza en la donación.

Podemos sentir en nosotros el flujo del amor salvífico cuando, a pesar de nuestra cerrazón egocéntrica volvemos a intentar la donación y la entrega.

Los enamoramientos fuera de las obligaciones convencionales de una unión, nos pueden incentivar a profundizar en el compromiso que una vez hicimos. Porque nos muestran que hay energía en nosotros para seguir amando.

Quien no ama no ha conocido(egno:llegar a conocer, aprender, realizar) a Dios, porque Dios es amor(agape:amor, benevolencia, buena voluntad, estima, preferencia moral).

Cuando el amor se expresa como justicia que busca el interés de los demás, es también una expresión amorosa, como la que se muestra en los gestos anónimos de la vida cotidiana.

Para muchos esta Palabra expresa la cumbre de la Revelación de la intimidad de Dios en favor de nosotros, y descifra el gesto último del crucificado: Jesús de Nazaret.

En la mentalidad de Juan, en sus escritos, y aquí de manera nítida, la Revelación de la profundidad del Señor y Padre, que es amor, supera y deja atrás la Revelación de la Promesa en Moisés.

El gesto de Jesús entrega ese amor de Dios como su última Palabra. Ya no queda más para decir. La Promesa antigua se ha cumplido. Dudar del Dios amor y su enviado es imperdonable.

A los que mueve esta Revelación quedan en libertad como verdaderos hijos de expresar en su existencia diaria cómo ama el Padre.

Somos cómplices de la dificultad que experimenta el mundo de aceptar esta Revelación, por nuestro imperfecto ágape fraterno.

En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que Dios envió al mundo a su Hijo único, para que vivamos por medio de él.

Este amor que vive en mí, será tanto más puro en la medida que trabaje por el bien ajeno sin búsqueda del propio, exclusivamente.

Las experiencias vividas entre personas concretas, han sido el don de Dios para aprender la entrega con menos cálculo, del propio amor querer e interés.

Cuando iniciamos nuestra carrera de amor, creemos que si nuestro pensamiento ha captado la sublimidad de su perfección, automáticamente se da la ejecución perfecta.

Y los tropiezos de la realidad nos desaniman para proseguir. Hasta que captamos que se trata de un proceso con señales de avance.

En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y nos envió a su Hijo como víctima de propiciación para nuestros pecados

Es el paradigma de amor, que supera lo que se muestra en el Banquete de Platón.

Y cada vez que proclamamos con hechos y palabras que Jesucristo es el Hijo, víctima propicia por nuestros pecados, anunciamos el amor de Dios en nuestra carne y convencemos que la gracia vence al pecado.

Salmo responsorial: 71



REFLEXIÓN

Dios mío, confía tu juicio al rey, / tu justicia al hijo de reyes

En el depósito de la Revelación del Nuevo Testamento, se guarda la verdad que somos reyes para reinar con Jesús: pueblo de reyes.

Tal decir no tiene sentido fuera del que tiene el reinar en Jesús: rey de justicia.

Nuestra justicia tiene que ir más allá de la humana, legal, imperfecta.

Sin agape nuestra justicia es incompleta.

socorra a los hijos del pobre

Como pueblo de reyes reinamos al amar haciendo justicia al vulnerable.

Marcos 6,34-44



REFLEXIÓN

Jesús vio una multitud y le dio lástima de ellos, porque andaban como ovejas sin pastor

Jesús hace algo más que enseñar con su lástima a los que necesitan. No se desentiende sino que atiende. No descansa.

Entrañas de misericordia y empatía para aquellos abandonados a su suerte que se sienten desamparados y faltos de salida para su miseria, de todo tipo, es lo que caracteriza el agape de Jesús.

En él la penuria humana de hombres, mujeres y niños es un combustible del fuego incesante que lo consume.

Así nos muestra que el agape de su Padre es como un horno de fundición para volcarse en la condición del hombre y el universo.

Nuestra diferencia con aquellos que creen en algún tipo de absoluto, es la naturaleza personal y amorosa de nuestro absoluto a quien llamamos Padre.

Nuestra fe no es filosófica, que llega a un principio rector por deducción. Sino teológica, que agradece la comunicación amorosa del Padre por medio de Jesús.

alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición, partió los panes y se los dio a los discípulos para que se los sirvieran.

No nos deja solos en la tarea de dar de comer sino que nos apoya con su bendición y multiplicación.

Hay una unión íntima entre la eucaristía y la búsqueda de alimento para los que necesitan. No se pueden desvincular.

El amor que llega a su plenitud, busca satisfacer el hambre de Dios y el hambre humana, sin buscar sus intereses: políticos, sociales, institucionales, de cualquier tipo.

Por eso es importante velar por la autonomía de los signos de este amor, para que promuevan la purificación de cualquier amor bastardo.

Debemos pasar del amor espúreo y egoísta, al de amor de hijos de Dios.

https://twitter.com/motivaciondehoy/status/1478318536665845761?s=20

BEATO CARLO



 Del Sermón en la santa Teofanía, atribuido a san Hipólito, presbítero
(Núms. 2. 6-8. 10: PG 10, 854. 858-859. 862)

 

EL AGUA Y EL ESPÍRITU

 

Jesús acude a Juan y es bautizado por él. ¡Cosa admirable! El río infinito que alegra la ciudad de Dios es lavado con un poco de agua. La fuente inconmensurable e inextinguible, origen de vida para todos los hombres, es sumergida en unas aguas exiguas y pasajeras.

 

Aquel que está presente siempre y en todo lugar, incomprensible para los ángeles e inaccesible a toda mirada humana, llega al bautismo por voluntad propia. Se le abrieron los cielos y se oyó una voz que venía del cielo que decía: «Éste es mi Hijo amado, en quien tengo mis complacencias.»

 

El amado engendra amor, y la luz inmaterial una luz inaccesible. Éste es el que es tenido por hijo de José, y es mi Unigénito según la esencia divina.

 

Éste es mi Hijo amado: el que pasa hambre y alimenta a muchedumbres innumerables, el que se fatiga y rehace las fuerzas de los fatigados, el que no tiene dónde reclinar su cabeza y lo gobierna todo con su mano, el que sufre y remedia todos los sufrimientos, el que es abofeteado y da la libertad al mundo, el que es traspasado en su costado y arregla el costado de Adán.

 

Mas prestadme mucha atención, porque quiero recurrir a la fuente de la vida y contemplar la fuente de la que brota el remedio.

 

El Padre de la inmortalidad envió al mundo a su Verbo e Hijo inmortal, el cual vino a los hombres para purificarlos por el agua y el Espíritu: y, queriendo hacerlos renacer a la incorrupción del alma y del cuerpo, inspiró en nosotros un hálito de vida y nos revistió de una armadura incorruptible.

 

Por tanto, si el hombre ha sido hecho inmortal será también divinizado, y, si es divinizado por el baño de regeneración del agua y del Espíritu Santo, tenemos por seguro que, después de la resurrección de entre los muertos, será coheredero de Cristo.

 

Por esto proclamo a la manera de un heraldo: Acudid, pueblos todos, al bautismo que nos da la inmortalidad. En él se halla el agua unida al Espíritu, el agua que riega el paraíso, que da fertilidad a la tierra, crecimiento a las plantas, fecundidad a los seres vivientes; en resumen, el agua por la cual el hombre es regenerado y alcanza nueva vida, el agua con la cual Cristo fue bautizado, sobre la cual descendió el Espíritu Santo en forma de paloma.

 

El que se sumerge con fe en este baño de regeneración renuncia al diablo y se adhiere a Cristo, niega al enemigo del género humano y profesa su fe en la divinidad de Cristo, se despoja de su condición de siervo y se reviste de la de hijo adoptivo, sale del bautismo resplandeciente como el sol, emitiendo rayos de justicia, y, lo que es más importante, vuelve de allí convertido en hijo de Dios y coheredero de Cristo.

 

A él sea la gloria y el poder, junto con su Espíritu santísimo, bueno y dador de vida, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.