domingo, 16 de enero de 2022

PALABRA COMENTADA

 

Domingo 2 de tiempo ordinario

Isaías 62, 1-5




REFLEXIÓN

hasta que rompa la aurora de su justicia

La Palabra nos viene hoy por los textos de otra tradición de Isaías, que no es el histórico de hacía más de un siglo que había existido, sino de escribas que se nutrían de su orientación en circunstancias nuevas.

Ya no se trata del contexto de la monarquía del reino de Judá, en la que vivió Isaías, ni del exilio en Babilonia en la que predicó otro grupo de discípulos isaianos con el tema de la consolación.

Ahora es el momento del retorno del exilio, cuando comprueban los retornados, llenos de esperanza, que la tarea de reconstrucción ha sido más dura de lo que se pensaba. Y que no cuentan ya con el esplendor de la monarquía davídica bendecida en Sión como mesías del Señor.

Así el profeta para no quedar mal con los antecesores debe hacer esfuerzo para que el ánimo no se vuelva a decaer como en el exilio, ante la pobreza de la realidad.

Por eso se hace gala de un ánimo que debe venir del Señor, de una esperanza más allá de la esperanza,llena de lágrimas, porque el consuelo no parece ni tanto.

porque el Señor te prefiere a ti, y tu tierra tendrá marido

A pesar de todo Él nos ama, nos sigue eligiendo, somos su pueblo pobre pero somos su pueblo, es lo que parece decir el relevo de profeta.

La lección es que hay que aprender a leer en las circunstancias adversas una cercanía amorosa del Señor. Aprender significa ajustarse, hacerse al modo, dejar los propios. Porque el aprendizaje es un salto a lo desconocido.

Ahora que iniciamos el itinerario regular del tiempo ordinario, nos puede asaltar la pesadez de un caminar sin mayores brillos.

También el escepticismo porque vemos que en las realidades diarias no aparecen los cambios que necesitamos. Que la vela todavía demora.

Salmo responsorial: 95



REFLEXIÓN

cantad al Señor, bendecid su nombre

Prosigamos por tanto en la alabanza recogiendo las sutiles evidencias de su intervención con acción de gracias.

1Corintios 12, 4-11



REFLEXIÓN

En cada uno se manifiesta el Espíritu para el bien común.

La diversidad es de temer cuando significa caos. Pero es una riqueza cuando converge en el bien de todos, el más universal y necesario.

Por tanto resulta destructivo para nuestra obra de asociación con el Espíritu alzarnos posesivamente con los dones y carismas que se nos han delegado, para bien de los hermanos y hermanas.

Los dones del Espíritu por glamorosos que se vean son para construir fraternidad y sororidad.

repartiendo a cada uno en particular como a él le parece.

La presunción sobre los carismas y su extrapolación de alguno, como el más importante, estaría muy a tono con el anhelo de protagonismo, tan común entre nosotros.

Pero el antídoto es el convencimiento del carisma como donación del Señor, para el bien de todos. Tanto es más importante mientras más coopere con la construcción de la fraternidad. Tanto cuanto.

Juan 2, 1-11

REFLEXIÓN

"Todo el mundo pone primero el vino bueno y cuando ya están bebidos, el peor; tú, en cambio, has guardado el vino bueno hasta ahora."

EN el tema de los milagros y la intervención del Señor en nuestra existencia, como personas y como pueblo, no prestamos tanta atención a la calidad de las soluciones que nos ofrece.

Sólo una mirada de fe más atenta y agradecida descubre su intervención por pequeña que sea, como la mejor y más atinada solución al problema que nos aflige.

Es la matriz de toda intervención de Dios, que pone al descubierto el evangelio: vino nuevo de la nueva alianza con Jesús de Nazaret, en vez de agua de abluciones de los judíos.

manifestó su gloria, y creció la fe de sus discípulos en él.

Y por tanto no logramos captar toda la gloria de su intervención, mientras no aquilatemos la sabiduría de su aporte.

Sin embargo, como los discípulos, nuestra fe no ha terminado de crecer y deberá prepararse a expandir su comprensión, a la gloria de futuras intervenciones, cuando no parecen favorecernos tanto.

https://twitter.com/motivaciondehoy/status/1482675501911220227?s=20

BEATO CARLO

SIRVIÓ CON EL TESTIMONIO DE VIDA A LA INTENCIÓN ECLESIAL EN SU CONJUNTO


 De la carta de san Ignacio de Antioquía, obispo y mártir, a los Efesios
(Cap. 2, 2--5, 2: Funk 1, 175-177)
 
EN LA CONCORDIA DE LA UNIDAD

 

Es justo que vosotros glorifiquéis de todas las maneras a Jesucristo, que os ha glorificado a vosotros, de modo que, unidos en una perfecta obediencia, sumisos a vuestro obispo y al colegio presbiteral, seáis en todo santificados. No os hablo con autoridad, como si fuera alguien. Pues, aunque estoy encarcelado por el nombre de Cristo, todavía no he llegado a la perfección en Jesucristo. Ahora, precisamente, es cuando empiezo a ser discípulo suyo y os hablo como a mis condiscípulos. Porque lo que necesito más bien es ser fortalecido por vuestra fe, por vuestras exhortaciones, vuestra paciencia, vuestra ecuanimidad. Pero, como el amor que os tengo me obliga a hablaros también acerca de vosotros, por esto me adelanto a exhortaros a que viváis unidos en el sentir de Dios. En efecto, Jesucristo, nuestra vida inseparable, expresa el sentir del Padre, como también los obispos, esparcidos por el mundo, son la expresión del sentir de Jesucristo.

 

Por esto debéis estar acordes con el sentir de vuestro obispo, como ya lo hacéis. Y en cuanto a vuestro colegio presbiteral, digno de Dios y del nombre que lleva, está armonizado con vuestro obispo como las cuerdas de una lira. Este vuestro acuerdo y concordia en el amor es como un himno a Jesucristo. Procurad todos vosotros formar parte de este coro, de modo que, por vuestra unión y concordia en el amor, seáis como una melodía que se eleva a una sola voz por Jesucristo al Padre, para que os escuche y os reconozca, por vuestras buenas obras, como miembros de su Hijo. Os conviene, por tanto, manteneros en una unidad perfecta, para que seáis siempre partícipes de Dios.

 

Si yo, en tan breve espacio de tiempo, contraje con vuestro obispo tal familiaridad, no humana, sino espiritual, ¿cuánto más dichosos debo consideraros a vosotros, que estáis unidos a él como la Iglesia a Jesucristo y como Jesucristo al Padre, resultando así en todo un consentimiento unánime? Nadie se engañe: quien no está unido al altar se priva del pan de Dios. Si tanta fuerza tiene la oración de cada uno en particular, ¿cuánto más la que se hace presidida por el obispo y en unión con toda la Iglesia?