viernes, 30 de septiembre de 2022

PALABRA COMENTADA

 

Viernes 26 de tiempo ordinario

Job 38, 1. 12-21; 40, 3-5



REFLEXIÓN

Cuéntamelo, si lo sabes todo

La maldición del comienzo: sabrás pero a un costo muy alto. Respondemos: no lo sabemos todo, pero lo haremos. Y así parece ser, es cuestión de tiempo.

Pero y el costo?: saber no es lo mismo que saborear. El conocimiento arrebatado no es lo mismo que el compartido amigablemente.

El enfoque de competitividad se enfrenta al de colaboración.

Me siento pequeño, ¿qué replicaré? Me taparé la boca con la mano; he hablado una vez, y no insistiré, dos veces, y no añadiré nada.

Despunta ya en la Palabra la revelación de una dignidad humana y de una soberanía del Señor.

Relacionarlas en su mejor proporción no resulta tarea fácil en ciertas coyunturas.

Pero la Palabra irá dando cada vez más rienda suelta a la dignidad humana hasta el extremo de potenciarla a encarar a Dios.

Y la Palabra también irá descubriendo un Misterio riquísimo de tolerancia, paciencia, misericordia y comprensión hacia la rebeldía humana.

La dignidad no se desarrolla sin ejercitarse, siquiera con reclamos por los derechos subjetivamente asumidos como conculcados.

Y el Señor en Jesús de Nazareth mostrará una paternidad capaz de asumir esa rebeldía para transformarla en la dignidad de los Hijos de Dios.

Salmo responsorial: 138



REFLEXIÓN

de lejos penetras mis pensamientos

Como Jesús a Natanael.

allí me alcanzará tu izquierda, / me agarrará tu derecha

Derecha e izquierda están comprendidas en el Misterio de la Palabra. Libertad de expresión y solidaridad social. Somos nosotros en nuestra miopía y apasionamiento los que desgarramos una integridad de paz y justicia.

La Palabra celebra en Job el que creciera tanto en su reclamo, para que integrara su propio dolor por su ruina con el amoroso designio del Señor. Dignidad de Hijo de hombre en fértil relación con dignidad de Hijo de Dios.

Dios trabaja con las dos, que ahora se enfrentan fratricidamente.

Lucas 10, 13-16



REFLEXIÓN

En aquel tiempo dijo Jesús: "¡Ay de ti, Corozaín; ay de ti, Betsaida! Si en Tiro y en Sidón se hubieran hecho los milagros que en vosotras, hace tiempo que se habrían convertido, vestidos de sayal y sentados en la ceniza. Por eso el juicio les será más llevadero a Tiro y a Sidón que a vosotras. T tú, Cafarnaúm, ¿piensas escalar el cielo? Bajarás al abismo. Quien a vosotros os escucha, a mí me escucha; quien a vosotros os rechaza, a mí me rechaza; y quien me rechaza a mí, rechaza al que me ha enviado".

Cuando en nuestra existencia se muestra una conversión se puede decir que se ha escuchado la Palabra

Milagros entendidos como señales para la conversión tenemos muchos todos los días. No se puede decir que tengamos mucha conversión, porque escuchamos poco la Palabra.

Escuchar la Palabra, nos lo muestra Job, es quedarnos sin más que decir en nuestra defensa, tal como el publicano en el último sitio del templo, y asumir con gozo el designio del Padre.

Los signos constantes a nuestro alrededor también son para la conversión. Una responsabilidad nuestra será dar cuenta de los signos que se nos ofrecieron y no nos convertirmos más.

Quien a vosotros os escucha, a mí me escucha; quien a vosotros os rechaza, a mí me rechaza; y quien me rechaza a mí, rechaza al que me ha enviado

La cadena de envío que se ha debilitado por falta de credibilidad.

https://twitter.com/motivaciondehoy/status/1575818420846678018?s=20&t=hGx4yuXoc9EE8hGEkYGgfA

DOCTORES DE LA IGLESIA



 Del prólogo al comentario de san Jerónimo, presbítero, sobre el libro del profeta Isaías.
(Núms. 1. 2: CCL 73, 1-3)
 
IGNORAR LAS ESCRITURAS ES IGNORAR A CRISTO

 

Cumplo con mi deber, obedeciendo los preceptos de Cristo, que dice: Ocupaos en examinar las Escrituras, y también: Buscad y hallaréis, para que no tenga que decirme, como a los judíos: Estáis en un error; no entendéis las Escrituras ni el poder de Dios. Pues si, como dice el apóstol Pablo, Cristo es el poder de Dios y la sabiduría de Dios, y el que no conoce las Escrituras no conoce el poder de Dios ni su sabiduría, de ahí se sigue que ignorar las Escrituras es ignorar a Cristo.

 Por esto quiero imitar al amo de casa, que de su provisión saca lo nuevo y lo antiguo, y a la esposa que dice en el Cantar de los cantares: He guardado para ti, mi amado, lo nuevo y lo antiguo; y, así, expondré el libro de Isaías, haciendo ver en él no sólo al profeta, sino también al evangelista y apóstol. Él, en efecto, refiriéndose a sí mismo y a los demás evangelistas, dice: ¡Qué hermosos son los pies de los que anuncian el bien, de los que anuncian la paz! Y Dios le habla como a un apóstol, cuando dice: ¿A quién mandaré? ¿Quién irá a ese pueblo? Y él responde: Aquí estoy, mándame.

 Nadie piense que yo quiero resumir en pocas palabras el contenido de este libro, ya que él abarca todos los misterios del Señor: predice, en efecto, al Emmanuel que nacerá de la Virgen, que realizará obras y signos admirables, que morirá, será sepultado y resucitará del país de los muertos, y será el Salvador de todos los hombres.

 ¿Para qué voy a hablar de física, de ética, de lógica? Este libro es como un compendio de todas las Escrituras y encierra en sí cuanto es capaz de pronunciar la lengua humana y sentir el hombre mortal. El mismo libro contiene unas palabras que atestiguan su carácter misterioso y profundo: Cualquier visión se os volverá –dice– como el texto de un libro sellado: se lo dan a uno que sabe leer, diciéndole: «Por favor, lee esto». Y él responde: «No puedo, porque está sellado». Y se lo dan a uno que no sabe leer, diciéndole: «Por favor, lee esto». Y el responde: «No sé leer».

 Y si a alguno le parece débil esta argumentación, que oiga lo que dice el Apóstol: Cuanto a los dotados del carisma de profecía, que hablen dos o tres, y que los demás den su dictamen; y, si algún otro que está sentado recibiera una revelación, que calle el que está hablando. ¿Qué razón tienen los profetas para silenciar su boca, para callar o hablar, si el Espíritu es quien habla por boca de ellos? Por consiguiente, si recibían del Espíritu lo que decían, las cosas que comunicaban estaban llenas de sabiduría y de sentido. Lo que llegaba a oídos de los profetas no era el sonido de una voz material, sino que era Dios quien hablaba en su interior, como dice uno de ellos: El ángel que hablaba en mí, y también: Que clama en nuestros corazones: «¡Padre!», y asimismo: Voy a escuchar lo que dice el Señor.