lunes, 19 de octubre de 2020

DOCTORES DE LA IGLESIA

 

Lunes, XXIX semana
San Agustín Carta a Proba 130,9,18- 10,20

Deseemos siempre la vida dichosa y eterna, que nos dará nuestro Dios y Señor, y así estaremos siempre orando. Pero, con objeto de mantener vivo este deseo, debemos, en ciertos momentos, apartar nuestra mente de las preocupaciones y quehaceres que, de algún modo, nos distraen de él y amonestarnos a nosotros mismos con la oración vocal, no fuese caso que si nuestro deseo empezó a entibiarse llegara a quedar totalmente frío y, al no renovar con frecuencia el fervor, acabara por extinguirse del todo. Por eso, cuando dice el Apóstol: Vuestras peticiones sean presentadas a Dios, no hay que entender estas palabras como si se tratara de descubrir a Dios nuestras peticiones, pues él continuamente las conoce, aun antes de que se las formulemos; estas palabras significan, mas bien, que debemos descubrir nuestras peticiones a nosotros mismos en presencia de Dios, perseverando en la oración, sin mostrarlas ante los hombres por vanagloria de nuestras plegarias.

COMENTARIO

Las palabras son signos y códigos de expresión y comunicación, que en cierta forma sobran en la oración, que es presencia ferviente ante el Señor. La atención, entonces, es la privilegiada porque se constituye en el elemento decisivo que muestra una conciencia alerta, comunicante, amorosa. Decaer en la atención nos es asunto de culpabilidad, sino de paciencia y humildad consigo mismo, porque nos da evidencia de nuestra limitación, sobre todo en el diálogo amoroso espiritual, que en el contexto del mundo y la realidad material distractiva, es una verdadera ofrenda, que acompaña al orante.

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