Lunes, III semanaSan
Agustín, obispo De los sermones (Sermón 276, 1-2: PL 38,1256)
Una y otra gracia había recibido el diácono Vicente, las
había recibido y, por esto, las tenía. Si no las hubiese recibido, ¿cómo
hubiera podido tenerlas? En sus palabras tenía la fe, en sus sufrimientos la paciencia.
Nadie confíe en sí mismo al hablar; nadie confíe en sus propias fuerzas al
sufrir la prueba, ya que, si hablamos con rectitud y prudencia, nuestra
sabiduría proviene de Dios y, si sufrimos los males con fortaleza, nuestra
paciencia es también don suyo. Recordad qué advertencias da a los suyos Cristo,
el Señor, en el Evangelio; recordad que el Rey de los mártires es quien equipa
a sus huestes con las armas espirituales, quien les enseña el modo de luchar,
quien les suministra su ayuda, quien les promete el remedio, quien, habiendo
dicho a sus discípulos: En el mundo tendréis luchas, añade
inmediatamente, para consolarlos y ayudarlos a vencer el temor: Pero tened
valor: yo he vencido al mundo.
San
Agustín, obispo De los sermones (Sermón 274, Sobre el martirio de
san Vicente: PL 38, 1252-1253)
Hemos contemplado un gran espectáculo con los ojos de la
fe: al mártir san Vicente, vencedor en todo. Venció en las palabras y venció en
los tormentos, venció en la confesión y venció en la tribulación, venció
abrasado por el fuego y venció al ser arrojado a las olas, venció, finalmente,
al ser atormentado y venció al morir por la fe. Cuando su carne, en la cual
estaba el trofeo de Cristo vencedor, era arrojada desde la nave al mar, Vicente
decía calladamente:«Nos derriban, pero no nos rematan».
REFLEXIÓN
La admirable resistencia
al dolor del tormento, que a tantos nos intimida y nos parece desde antes de
sufrirlo, intolerable, tiene su fuente en un espíritu de entrega por amor a una
causa, que prefiere ser una víctima que un victimario. Es el Espíritu de Jesús
crucificado y glorificado, impreso milagrosamente en nuestra carne.
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