La Santísima Trinidad, domingo después de Pentecostés, solemnidad
San Atanasio Carta 1 a Serapión 28-30
Siempre resultará provechoso esforzarse
en profundizar el contenido de la antigua tradición, de la doctrina y la fe de
la Iglesia católica, tal como el Señor nos la entregó, tal como la predicaron
los apóstoles y la conservaron los santos Padres. En ella, efectivamente, está
fundamentada la Iglesia, de manera que todo aquel que se aparta de esta fe deja
de ser cristiano y ya no merece el nombre de tal. Existe, pues, una Trinidad,
santa y perfecta, de la cual se afirma que es Dios en el Padre, el Hijo y el
Espíritu Santo, que no tiene mezclado ningún elemento extraño o externo, que no
se compone de uno que crea y de otro que es creado, sino que toda ella es
creadora, es consistente por naturaleza, y su actividad es única. El Padre hace
todas las cosas a través del que es su Palabra, en el Espíritu Santo. De esta
manera, queda a salvo la unidad de la santa Trinidad. Así, en la Iglesia se
predica un solo Dios, que lo trasciende todo, y lo penetra todo, y lo invade
todo. Lo trasciende todo, en cuanto Padre, principio y fuente; lo penetra todo,
por su Palabra; lo invade todo, en el Espíritu Santo.
REFLEXIÓN
Esta formulación trinitaria, cima conceptual de la corriente católica cristiana latina y oriental, acuñada y precisada, en varios concilios ecuménicos, desde el siglo II hasta el VII a.C., es digna de respeto por contribuir a la unidad de la Iglesia, aun en medio de conflictos y cismas, y por la cantidad de sangre, dolor y lágrimas vertidas por quienes participaron en el credo que plasmó la identidad eclesial. Pero hay que reconocer que está lejos de inflamar la fe corriente del creyente actual.