MIÉRCOLES DE TIEMPO ORDINARIO
Año Impar
REFLEXIÓN
Abrán creyó al Señor, y se le contó en su
haber
un terror intenso y oscuro cayó sobre él
el Señor hizo alianza con Abrán
Estas palabras recogen una experiencia del
Señor, su vivencia como fe, como terror, como alianza. Parece una experiencia paradójica,
porque coexisten aspectos gratificantes y negativos, como si la realidad que
los origina superara los límites y umbrales de nuestro conocimiento.
Sufrimiento en la vivencia del Señor es como
un desafío a lo que suele ser la experiencia humana de alegría o tristeza. Es
como invitación a una apertura a lo inexpresable o inefable. Es como la
purificación de quien no es apto del todo para estar con El.
El ser humano, hombres y mujeres nacen con
una actitud de fe. Es el don de Dios a Abraham, ratificado en Jesús de
Nazareth.
Una fe que inicia en la confianza del amor
que le rodea, con excepciones, desde el nacimiento de parte de sus figuras
parentales.
Es el núcleo del capital humano. Su haber,
su energía para gastar en proyectos y construcciones, que le llevarán toda la
vida a través de muchas contingencias.
Y con esta fe en alianza con la Promesa se
irá dando la esperanza de llegar a la comunión del amor Increado, a la
comunidad perfecta del Padre, Hijo y Espíritu.
Salmo responsorial: 104
REFLEXIÓN
Dad gracias al
Señor
La alianza con el Señor mediante su palabra
nos invita a mantenernos en la fe de su amor más allá de las contrariedades,
conflictos, sufrimientos. Sin cruz de lucha no conocemos al Señor.
Mateo 7,15-20
REFLEXIÓN
"Cuidado con
los profetas falsos; se acercan con piel de oveja, pero por dentro son lobos
rapaces. Por sus frutos los conoceréis. A ver, ¿acaso se cosechan uvas de las
zarzas o higos de los cardos? Los árboles sanos dan frutos buenos; los árboles
dañados dan frutos malos. Un árbol sano no puede dar frutos malos, ni un árbol
dañado dar frutos buenos. El árbol que no da fruto bueno se tala y se echa al
fuego. Es decir, que por sus frutos los conoceréis".
En nuestro discernimiento cotidiano de
hechos y personas debemos contar con criterios como el que nos ofrece esta
Palabra evangélica. Mirar la calidad de frutos de un individuo u obra nos puede
anticipar la calidad de persona que es.
Pero atravesamos una época compleja de
enorme confusión de buenos y malos frutos, simultáneamente en el mismo
sembrado.
Hemos de echar mano de otro criterio
evangélico que nos dice no arrancar la mala hierba, para no arrancar también el
fruto.
No podemos precipitarnos en juzgar, sino
madurar en sabiduría, para que la Palabra muestre el superávit o el déficit de
la buena voluntad del corazón.
Alguien que sabe de agricultura o
mínimamente de plantas, ve que si una fruta es buena, el árbol o planta es
bueno.
Y una voluntaria purificación de todo apego
y egoísmos detectado como injustificado y dañino para sí y para otros.
Por eso las escuelas clásicas de espiritualidad
encomiaban el sacrificio asceta, para mantener una tendencia a la prontitud en
tal purificación purgativa.
Con la mentalidad actual hedonista, que mira
el sufrimiento como el mal por definición, se ha echado a pique la estrategia
de alerta para detectar nuestra injusticia y proceder e extirparla.
Los árboles sanos
dan frutos buenos; los árboles dañados dan frutos malos
Una relación fuera de ley de Dios, puede dar
pie a buenas acciones. Pero también colateralmente a injusticias y sufrimiento
a otros. Puede ser escándalo para la fe y el amor. Puede producir víctimas.
Entonces: ese árbol será bueno? Es el
problema de la justificación, que sólo se resuelve en la misericordia del
Señor, confiando en su justo juicio.
También el panorama puede hacerse complejo,
en intrincado trenzado de lo bueno y lo malo: árboles que dan frutos buenos,
pero no todos.
Tal complejidad requiere una discernimiento
espiritual que pondere y sopese el verdadero bien, el más urgente, el más
universal, el más generoso y solidario.
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