San Ambrosio Comentario sobre los salmos
43,89-90:
¿Por qué nos escondes tu rostro? Cuando
estamos afligidos por algún motivo nos imaginamos que Dios nos esconde su
rostro, porque nuestra parte afectiva está como envuelta en tinieblas que nos
impiden ver la luz de la verdad. En efecto, si Dios atiende a nuestro estado de
ánimo y se digna visitar nuestra mente, entonces estamos seguros de que no hay
nada capaz de oscurecer nuestro interior. Porque, si el rostro del hombre es la
parte más destacada de su cuerpo, de manera que cuando nosotros vemos el rostro
de alguna persona es cuando empezamos a conocerla, o cuando nos damos cuenta de
que ya la conocíamos, ya que su aspecto nos lo da a conocer, ¿cuánto más no
iluminará el rostro de Dios a los que él mira? En esto, como en tantas otras
cosas, el Apóstol, verdadero intérprete de Cristo, nos da una enseñanza
magnífica, y sus palabras ofrecen a nuestra mente una nueva perspectiva. Dice,
en efecto: El Dios que dijo: «Brille la luz del seno de la tiniebla» ha
brillado en nuestros corazones, para que nosotros iluminemos, dando a conocer
la gloria de Dios, reflejada en Cristo. Vemos, pues, de qué manera brilla en
nosotros la luz de Cristo. Él en efecto, el resplandor eterno de las almas, ya
que para esto lo envió el Padre al mundo, para que, iluminados por su rostro,
podamos esperar las cosas eternas y celestiales, nosotros que antes nos
hallábamos impedidos por la oscuridad de este mundo. ¿Y qué digo de Cristo, si
el mismo apóstol Pedro dijo a aquel cojo de nacimiento: Míranos? Él miró a
Pedro y quedó iluminado con el don de la fe; porque no hubiese sido curado si
antes no hubiese creído confiadamente. Si ya el poder de los apóstoles era tan
grande, comprendemos por qué Zaqueo, al oír que pasaba el Señor Jesús, subió a
un árbol, ya que era pequeño de estatura y la multitud le impedía verlo. Vio a
Cristo y encontró la luz, lo vio y él, que antes se apoderaba de lo ajeno,
empezó a dar lo que era suyo
REFLEXIÓN
Como nadie puede subsistir
sin la luz del rostro de Dios iluminado sobre nosotros, en la aparente
oscuridad, así el Espíritu nos vuelve a Cristo que ilumina con su rostros el
misterio del Padre Dios, y lo ilumina
por las buenas obras de sus enviados . De ahí que cuando afligidos por la
oscuridad clamamos que nos ha escondido su rostro, hagamos el esfuerzo de
buscar en la fraternidad la luz que echamos de menos.