lunes, 11 de octubre de 2021

BEATO CARLO

 

Del tratado de san Fulgencio de Ruspe, obispo, contra Fabiano
(Cap. 28,16-19: CCL 91 A, 813-814)

LA PARTICIPACIÓN DEL CUERPO Y SANGRE DE CRISTO NOS SANTIFICA

Cuando ofrecemos nuestro sacrificio, realizamos aquello mismo que nos mandó el
Salvador; así nos lo atestigua el Apóstol, al decir: El Señor Jesús, en la noche en que iban
a entregarlo, tomó pan y, pronunciando la acción de gracias, lo partió y dijo: "Esto es mi
cuerpo, que se entrega por vosotros. Haced esto en memoria mía". Lo mismo hizo con el
cáliz, después de cenar, diciendo: "Este cáliz es la nueva alianza sellada con mi sangre;
haced esto cada vez que lo bebáis, en memoria mía". Por eso, cada vez que coméis de
este pan y bebéis del cáliz, proclamáis la muerte del Señor, hasta que vuelva.
Nuestro sacrificio, por tanto, se ofrece para proclamar la muerte del Señor y para
reavivar, con esta conmemoración, la memoria de aquel que por nosotros entregó su
propia vida. Ha sido el mismo Señor quien ha dicho: Nadie tiene amor más grande que el
que da la vida por sus amigos. Y, porque Cristo murió por nuestro amor, cuando hacemos
conmemoración de su muerte en nuestro sacrificio, pedimos que venga el Espíritu Santo y
nos comunique el amor; suplicamos fervorosamente que aquel mismo amor que impulsó a
Cristo a dejarse crucificar por nosotros sea infundido por el Espíritu Santo en nuestros
propios corazones, con objeto de que consideremos al mundo como crucificado para
nosotros, y nosotros sepamos vivir crucificados para el mundo; así, imitando la muerte de
nuestro Señor, como Cristo murió al pecado de una vez para siempre, y su vivir es un vivir
para Dios, también nosotros andemos en una vida nueva, y, llenos de caridad, muertos
para el pecado vivamos para Dios.
El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo que se
nos ha dado, y la participación del cuerpo y sangre de Cristo, cuando comemos el pan y
bebemos el cáliz, nos lo recuerda, insinuándonos, con ello, que también nosotros debemos

morir al mundo y tener nuestra vida escondida con la de Cristo en Dios, crucificando
nuestra carne con sus concupiscencias y pecados.
Debemos decir, pues, que todos los fieles que aman a Dios y a su prójimo, aunque no
lleguen a beber el cáliz de una muerte corporal, deben beber, sin embargo, el cáliz del
amor del Señor, embriagados con el cual, mortificarán sus miembros en la tierra y,
revestidos de nuestro Señor Jesucristo, no se entregarán ya a los deseos y placeres de la
carne ni vivirán dedicados a los bienes visibles, sino a los invisibles. De este modo,
beberán el cáliz del Señor y alimentarán con él la caridad, sin la cual, aunque haya quien
entregue su propio cuerpo a las llamas, de nada le aprovechará. En cambio, cuando
poseemos el don de esta caridad, llegamos a convertirnos realmente en aquello mismo
que sacramentalmente celebramos en nuestro sacrificio.

domingo, 10 de octubre de 2021

PALABRA COMENTADA

 

Domingo 28 de tiempo ordinario

Sabiduría 7, 7-11



REFLEXIÓN

Supliqué, y se me concedió la prudencia; invoqué, y vino a mí el espíritu de sabiduría

Con ella me vieron todos los bienes juntos, en sus manos había riquezas incontables

El contexto de esta oración se encuentra en el momento de la toma de posesión del Rey Salomón. Un reinado conocido por su opulencia y su fama de sabio, pero también por su desobediencia a la Alianza.

Tal fue el señalamiento de la Palabra, como la causa profunda de la división de Israel en dos reinos hermanos y rivales.

La petición de sabiduría es admirable sobretodo cuando se tiene todo el poder y las riquezas, como para sentirse autosuficiente. Es una declaración de humildad y sumisión frente al Señor, ejemplares.

Pero a la luz de la conducta posterior de este rey podemos concluir que no todo se cifra en pedir sabiduría. No todo el que dice Señor, Señor entrará en el reino.

Decir es una cosa. Buscar y cumplir es otra.

Podríamos decir que la oración completa solicita la sabiduría para escuchar y cumplir la Palabra.

Algo así nos indicá Ignacio de Loyola sobre los ejercicios y su objetivo: buscar y hallar la voluntad de Dios, y una vez encontrada, cumplirla.

Salmo responsorial: 89



REFLEXIÓN

Enséñanos a calcular(manah:contar) nuestros años, / para que adquiramos un corazón sensato

Por qué un corazón sensato calcula los años? Qué aprendizaje se da en ese cálculo?

El cálculo en los textos de la Palabra está asociado con la obtención de una información: inventario de recursos materiales.

Quien sabe con cuánto cuenta, tiene una medida de su poderío.

La palabra orienta esa sabiduría a contar años, más bien. A contar tiempo. A sabiendas que no podemos hacerlo porque no sabemos de cuántos disponemos. Es un límite a nuestra capacidad de inventariar. Más bien tenemos que reconocer que Otro tiene esa cuenta.

Por eso si hacemos conciencia seremos prudentes en un sentido definitivo: hagámos la voluntad del Señor, mientras tengamos tiempo.

Más vale ir acumulando tiempo de obediencia que ser sorprendido en la rebeldía y dureza de corazón frente a la Palabra.

Hebreos 4, 12-13



RELEXIÓN

La palabra de Dios es viva y eficaz, más tajante que espada de doble filo, penetrante hasta el punto donde se dividen alma y espíritu, coyunturas y tuétanos. Juzga los deseos e intenciones del corazón. No hay criatura que escape a su mirada. Todo está patente y descubierto a los ojos de aquel a quien hemos de rendir cuentas.

Tendremos la sabiduría suficiente de mostrarnos transparentes, nosotros que en nuestro tiempo exigimos transparencia.?

Se podrá lo uno sin lo otro?

Siempre habrá un momento en la existencia cuando al mirarnos directo al espejo sintamos nuestra opacidad y tiniebla.

Esa región la penetra la Palabra porque su corte es el único que puede herir allí.

Es el momento en que nos enfrentamos a lo que en realidad somos. Nuestra zona oscura.

Sin un esfuerzo honesto por echar luz allí, no podremos aportar gran cosa en la transparencia del mundo. Seguiremos el juego de la complicidad.

Marcos 10, 17 – 30



REFLEXIÓN

¿qué haré para heredar la vida eterna?

Una pregunta importante, inicio de un proceso de transformación de la existencia. Un proceso acechado por muchos riesgos de bloqueos, parálisis, desvíos.

Ya sabes los mandamientos

Una primera respuesta elemental. Algo que sabemos de sobra, pero que evadimos con frecuencia. Hay unos mandamientos que son suficiente indicio y criterio para saber por dónde caminamos respecto del reino, de la vida eterna.

Jesús se le quedó mirando con cariño

La Palabra historizada en Jesús se entusiasma con nuestro potencial para el reino. No es indiferente a la buena tierra que albergamos.

vende lo que tienes, dale el dinero a los pobres, así tendrás un tesoro en el cielo, y luego sígueme.

Hemos de reconocer que esta exigencia nos pone en aprietos a muchos. Y que nuestro pataleo adoptará mil formas. Una de ellas es usar nuestra inteligencia, para rebajar la radicalidad del llamamiento.

Sólo nos queda como en el principio de las lecturas de hoy pedir sabiduría, corazón sensato para tomar la decisión cónsona con el seguimiento de Jesús.

Entonces, ¿quién puede salvarse?

Nuestra amargura frente a lo pedregoso del camino se expresa en esa frase.

Es imposible para los hombres, no para Dios. Dios lo puede todo.

Esta frase debió hacer fortuna en la comunidad primera, porque también aparece en otro evangelio.

Mucha decepción propia debió producir entre los creyentes su propia debilidad y fallas en la entrega al reino.

Y entonces se hizo necesario recordar que la entrega radical no es asunto de puños sino de Espíritu.

Hacer, como si todo dependiera de ti; confiar, como si todo dependiera del Señor, dice Iñigo de Loyola.

https://twitter.com/motivaciondehoy/status/1447156915906174981?s=20