domingo, 20 de marzo de 2022

DOCTORES DE LA IGLESIA

 


III domingo de Cuaresma

San Agustín Sobre el evangelio de San Juan trat. 15, 10-12. 16-17

Llega una mujer. Se trata aquí de una figura de la Iglesia, no santa aún, pero sí a punto de serlo; de esto, en efecto, habla nuestra lectura. La mujer llegó sin saber nada, encontró a Jesús, y él se puso a hablar con ella. Veamos cómo y por qué. Llega una mujer de Samaria a sacar agua. Los samaritanos, no tenían nada que ver con los judíos; no eran del pueblo elegido. Y esto ya significa algo: aquella mujer, que representaba a la Iglesia, era una extranjera, porque la Iglesia iba a ser constituida por gente extraña al pueblo de Israel.

REFLEXIÓN

En este pensamiento se destaca la nota de ser de fuera, de otra cultura y país. Y de la enemistad de pueblos: judío y no-judío. Nada se dice del sin sentido de la división secular entre samaritanos y judíos, norte y sur, Israel y Judá. Nada se dice sobre las raíces de la Iglesia, que se hunden en el suelo elegido. Del cual reciben al Señor Jesús. Es sin duda, un eco paulino, que no recoge sin embargo el matiz paulino, el pueblo elegido no dejó de serlo, sino que será Iglesia tras el reconocimiento de Jesús de Nazareth.

Pensemos, pues, que aquí se está hablando ya de nosotros: reconozcámonos en la mujer, y, como incluidos en ella, demos gracias a Dios. La mujer no era más que una figura, no era la realidad; sin embargo, ella sirvió de figura, y luego vino la realidad. Creyó efectivamente en aquél que quiso darnos en ella una figura.

REFLEXIÓN

El discurso de esta época, en los santos padres, abunda en la técnica de la prefiguración: la figura no es la realidad, pero la visibiliza, la anuncia, es su heraldo. Así no hay hecho o evento, que a unos ojos creyentes alumbrados de fe, no revista la magia del símbolo que adelanta un sentido constructivo para los creyentes.

Llega, pues, a sacar agua. Jesús le dice: Dame de beber. Sus discípulos se habían ido al pueblo a comprar comida. La samaritana le dice a Jesús: ¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí que soy samaritana? Porque los judíos no se tratan con los samaritanos. Ved cómo se trata aquí de extranjeros: los judíos no querían ni siquiera usar sus vasijas. Y como aquella mujer llevaba una vasija para sacar el agua, se asombró de que un judío le pidiera de beber, pues no acostumbraban a hacer esto los judíos. Pero aquel que le pedía de beber tenía sed, en realidad, de la fe de aquella mujer.

REFLEXIÓN

Hoy estamos en otro cielo histórico, en otro horizonte de significación, donde la mujer por sí es un símbolo de la indeseada opresión e injusticia, de las sociedades machistas y patriarcales. Y en el gesto de Jesús se mira a la luz de la fe también, la figura de la liberación femenina, del acercamiento a la mujer en su valor y dignidad, sin discriminación, sin pena de hablarle y pedirle a una mujer, en el contexto en el que esto es sospechoso de familiaridad indebida.

Fíjate en quién era aquél que le pedía de beber: Jesús le contestó: Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te pide de beber, le pedirías tú, y él te daría agua viva. Le pedía de beber y fue él mismo quien le prometió darle el agua. Se presenta como quien tiene indigencia, como quien espera algo, y le promete abundancia, como quien está dispuesto a dar hasta la saciedad. Si conocieras, dice, el don de Dios. El don de Dios es el Espíritu Santo.

REFLEXIÓN

Trasciende el significado más profundo en el sentido que aporta el texto evangélico, rescatado por el Santo Doctor: lo que Jesús pide implica una donación más bien. Pide agua, pero agua va a donar. La mejor, la que no se acaba, la que no se consigue en un pozo.

A pesar de que no habla aún claramente a la mujer, ya va penetrando, poco a poco, en su corazón y ya le está adoctrinando. ¿Podría encontrarse algo más suave y más bondadoso que esta exhortación ? Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te pide de beber, le pedirías tú, y él te daría agua viva. ¿De qué agua iba a darle, sino de aquella de la que está escrito: En ti está la fuente viva? Y ¿cómo podrán tener sed los que se nutren de lo sabroso de tu casa?. De manera que le estaba ofreciendo un manjar apetitoso y la saciedad del Espíritu Santo, pero ella no lo acababa de entender; y como no lo entendía, ¿qué respondió? La mujer le dice: «Señor, dame esa agua, así no tendré más sed, ni tendré que venir aquí a sacarla». Por una parte su indigencia la forzaba al trabajo, pero por otra, su debilidad rehuía el trabajo. Ojalá hubiera podido escuchar: Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Esto era precisamente lo que Jesús quería darle a entender, para que no se sintiera ya agobiada; pero la mujer aún no lo entendía.

REFLEXIÓN

Una sencilla catequesis que nace de la necesidad básica y primera: la sed. Para ir derivando, en un diálogo amistoso, a la más profunda de las necesidades: la sed de una realidad que no se extinga, y no cueste tanto conseguirla.

Cuál será esta necesidad en nuestras vidas actuales? Habrá un diálogo que logre acercarse a la misma para inducirnos su encuentro?

sábado, 19 de marzo de 2022

DOCTORES DE LA IGLESIA

 


De los Sermones de san Bernardino de Siena, presbítero

(Sermón 2, Sobre san José: Opera 7, 16. 27-30)

 

FIEL CUIDADOR Y GUARDIÁN

 

Es norma general de todas las gracias especiales comunicadas a cualquier creatura racional que, cuando la gracia divina elige a alguien para algún oficio especial o algún estado muy elevado, otorga todos los carismas que son necesarios a aquella persona así elegida, y que la adornan con profusión.

 

Ello se realizó de un modo eminente en la persona de san José, que hizo las veces de padre de nuestro Señor Jesucristo y que fue verdadero esposo de la Reina del mundo y Señora de los ángeles, que fue elegido por el Padre eterno como fiel cuidador y guardián de sus más preciados tesoros, a saber, de su Hijo y de su esposa; cargo que él cumplió con absoluta fidelidad. Por esto el Señor le dice: Bien, siervo bueno y fiel, pasa al banquete de tu Señor.

Si miramos la relación que tiene José con toda la Iglesia, ¿no es éste el hombre especialmente elegido, por el cual y bajo el cual Cristo fue introducido en el mundo de un modo regular y honesto? Por tanto, si toda la Iglesia está en deuda con la Virgen Madre, ya que por medio de ella recibió a Cristo, de modo semejante le debe a san José, después de ella, una especial gratitud y reverencia.

Él, en efecto, cierra el antiguo Testamento, ya que en él la dignidad patriarcal y profética alcanza el fruto prometido. Además, él es el único que poseyó corporalmente lo que la condescendencia divina había prometido a los patriarcas y a los profetas. 

Hemos de suponer, sin duda alguna, que aquella misma familiaridad, respeto y altísima dignidad que Cristo tributó a José mientras vivía aquí en la tierra, como un hijo con su padre, no se la ha negado en el cielo; al contrario, la ha colmado y consumado.

Por esto, no sin razón añade el Señor: Pasa al banquete de tu Señor. Pues, aunque el gozo festivo de la felicidad eterna entra en el corazón del hombre, el Señor prefirió decirle: Pasa al banquete, para insinuar de un modo misterioso que este gozo festivo no sólo se halla dentro de él, sino que lo rodea y absorbe por todas partes, y que está sumergido en él como en un abismo infinito.

 Acuérdate, pues, de nosotros, bienaventurado José, e intercede con tus oraciones ante tu Hijo; haz también que sea propicia a nosotros la santísima Virgen, tu esposa, que es madre de aquel que con el Padre y el Espíritu Santo vive y reina por siglos infinitos. Amén.

Sábado II semana de Cuaresma

San Ambrosio Huida del mundo 6,36; 7,44; 8,45; 9,52

Donde está el corazón del hombre allí está también su tesoro; pues el Señor no suele negar la dádiva buena a los que se la han pedido. Y ya que el Señor es bueno, y mucho más bueno todavía para con los que le son fieles, abracémonos a él, estemos de su parte con toda nuestra alma, con todo el corazón, con todo el empuje de que seamos capaces, para que permanezcamos en su luz, contemplemos su gloria y disfrutemos de la gracia del deleite sobrenatural. Elevemos, por tanto, nuestros espíritus hasta el Sumo bien, estemos en él y vivamos en él, unámonos a él, ya que su ser supera toda inteligencia y todo conocimiento, y goza de paz y tranquilidad perpetuas, una paz que supera también toda inteligencia y toda percepción. Éste es el bien que lo penetra todo, que hace que todos vivamos en él y dependamos de él, mientras que él no tiene nada sobre sí, sino que es divino; pues no hay nadie bueno, sino sólo Dios, y por lo tanto todo lo bueno, divino, y todo lo divino, bueno; por ello se dice: Abres tú la mano, y sacias de favores a todo viviente; pues por la bondad de Dios se nos otorgan efectivamente todos los bienes sin mezcla alguna de mal. Bienes que la Escritura promete a los fieles al decir: Lo sabroso de la tierra comeréis.

REFLEXIÓN

Apegarnos al Sumo Bien resulta entonces la cima del ágape, el amor en sentido prístino y ejemplar, atracción de todo amor menos puro e imperfecto. Sólo Dios único Bueno lo puede atraer, desde unos bienes relativos y a medio hacer, entre los que nos ensayamos para amar hasta la cumbre. Amar así no es fácil, pero es posible con su ayuda, que no se niega jamás.