III domingo de Cuaresma
San Agustín Sobre el evangelio de San Juan trat. 15, 10-12. 16-17
Llega una
mujer. Se trata aquí de una figura de la Iglesia, no santa aún, pero sí a punto
de serlo; de esto, en efecto, habla nuestra lectura. La mujer llegó sin saber
nada, encontró a Jesús, y él se puso a hablar con ella. Veamos cómo y por qué.
Llega una mujer de Samaria a sacar agua. Los samaritanos, no tenían nada que
ver con los judíos; no eran del pueblo elegido. Y esto ya significa algo:
aquella mujer, que representaba a la Iglesia, era una extranjera, porque la
Iglesia iba a ser constituida por gente extraña al pueblo de Israel.
REFLEXIÓN
En este pensamiento se destaca la nota de ser de
fuera, de otra cultura y país. Y de la enemistad de pueblos: judío y no-judío.
Nada se dice del sin sentido de la división secular entre samaritanos y judíos,
norte y sur, Israel y Judá. Nada se dice sobre las raíces de la Iglesia, que se
hunden en el suelo elegido. Del cual reciben al Señor Jesús. Es sin duda, un
eco paulino, que no recoge sin embargo el matiz paulino, el pueblo elegido no
dejó de serlo, sino que será Iglesia tras el reconocimiento de Jesús de
Nazareth.
Pensemos,
pues, que aquí se está hablando ya de nosotros: reconozcámonos en la mujer, y,
como incluidos en ella, demos gracias a Dios. La mujer no era más que una
figura, no era la realidad; sin embargo, ella sirvió de figura, y luego vino la
realidad. Creyó efectivamente en aquél que quiso darnos en ella una figura.
REFLEXIÓN
El discurso de esta época, en los santos padres,
abunda en la técnica de la prefiguración: la figura no es la realidad, pero la
visibiliza, la anuncia, es su heraldo. Así no hay hecho o evento, que a unos
ojos creyentes alumbrados de fe, no revista la magia del símbolo que adelanta
un sentido constructivo para los creyentes.
Llega,
pues, a sacar agua. Jesús le dice: Dame de beber. Sus discípulos se habían ido
al pueblo a comprar comida. La samaritana le dice a Jesús: ¿Cómo tú, siendo
judío, me pides de beber a mí que soy samaritana? Porque los judíos no se
tratan con los samaritanos. Ved cómo se trata aquí de extranjeros: los judíos
no querían ni siquiera usar sus vasijas. Y como aquella mujer llevaba una
vasija para sacar el agua, se asombró de que un judío le pidiera de beber, pues
no acostumbraban a hacer esto los judíos. Pero aquel que le pedía de beber
tenía sed, en realidad, de la fe de aquella mujer.
REFLEXIÓN
Hoy estamos en otro cielo histórico, en otro
horizonte de significación, donde la mujer por sí es un símbolo de la indeseada
opresión e injusticia, de las sociedades machistas y patriarcales. Y en el
gesto de Jesús se mira a la luz de la fe también, la figura de la liberación
femenina, del acercamiento a la mujer en su valor y dignidad, sin discriminación,
sin pena de hablarle y pedirle a una mujer, en el contexto en el que esto es
sospechoso de familiaridad indebida.
Fíjate en
quién era aquél que le pedía de beber: Jesús le contestó: Si conocieras el don
de Dios, y quién es el que te pide de beber, le pedirías tú, y él te daría agua
viva. Le pedía de beber y fue él mismo quien le prometió darle el agua. Se
presenta como quien tiene indigencia, como quien espera algo, y le promete
abundancia, como quien está dispuesto a dar hasta la saciedad. Si conocieras,
dice, el don de Dios. El don de Dios es el Espíritu Santo.
REFLEXIÓN
Trasciende el significado más profundo en el
sentido que aporta el texto evangélico, rescatado por el Santo Doctor: lo que
Jesús pide implica una donación más bien. Pide agua, pero agua va a donar. La
mejor, la que no se acaba, la que no se consigue en un pozo.
A pesar
de que no habla aún claramente a la mujer, ya va penetrando, poco a poco, en su
corazón y ya le está adoctrinando. ¿Podría encontrarse algo más suave y más
bondadoso que esta exhortación ? Si conocieras el don de Dios, y quién es el
que te pide de beber, le pedirías tú, y él te daría agua viva. ¿De qué agua iba
a darle, sino de aquella de la que está escrito: En ti está la fuente viva? Y
¿cómo podrán tener sed los que se nutren de lo sabroso de tu casa?. De manera
que le estaba ofreciendo un manjar apetitoso y la saciedad del Espíritu Santo,
pero ella no lo acababa de entender; y como no lo entendía, ¿qué respondió? La
mujer le dice: «Señor, dame esa agua, así no tendré más sed, ni tendré que
venir aquí a sacarla». Por una parte su indigencia la forzaba al trabajo, pero
por otra, su debilidad rehuía el trabajo. Ojalá hubiera podido escuchar: Venid
a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Esto era precisamente
lo que Jesús quería darle a entender, para que no se sintiera ya agobiada; pero
la mujer aún no lo entendía.
REFLEXIÓN
Una sencilla catequesis que nace de la necesidad
básica y primera: la sed. Para ir derivando, en un diálogo amistoso, a la más
profunda de las necesidades: la sed de una realidad que no se extinga, y no
cueste tanto conseguirla.
Cuál será esta necesidad en nuestras vidas
actuales? Habrá un diálogo que logre acercarse a la misma para inducirnos su
encuentro?