Jueves 3 de Cuaresma
Jeremías 7,23-28
REFLEXIÓN
Escuchad mi voz.
Un
acumulado de preocupaciones pugna para interferir su voz.
En su
momento San Ignacio en los ejercicios espirituales proponía ciertas estrategias
para reducir esa pugnacidad y estática. Aplicarlas requiere generosidad,
entrega, buena fe y voluntad de escuchar al Señor.
Sin
embargo vivimos en tiempos de sicologías débiles de voluntad, en los que las
afecciones neuróticas, psicóticas, los trastornos de todo tipo se muestran como
los acompañantes permanentes nuestros.
Parece
entonces que hay que poner el foco en terapias que ayuden a descontaminar la
debilidad de la voluntad para escuchar al Señor y su designio.
En los
ejercicios se ofrecen algunas iniciativas para reducir el ruido interno, que
pertenecen al común de las espiritualidades del siglo XVI.
Muestra
del interés y la preocupación por los aspectos humanos, los hábitos que
entorpecían la sensibilidad al Espíritu.
La
pregunta para nosotros es: qué hacemos para escuchar la voz del Señor? Nos
disponemos y cómo, para ser eficaces en eliminar las interferencias? En esto se
muestra generosidad y determinación como parte de la viveza de mi propia fe?
caminaban según sus ideas, según la maldad de su corazón
obstinado, me daban la espalda y no la frente
No es
una condena sino un señalamiento, una advertencia para que desoigamos en
nosotros lo que proviene de la maldad que reincide, obstinada.
Hoy
suavizamos en base a una antropología comprensiva y permisiva, que en la
práctica ignora la maldad anidada y su potencial destructivo.
Es como
un adagio ideológico: el que piensa en el mal es el que lo crea, porque de suyo
sólo hay bien. Con lo cual se parte de la contradicción de que piensa y crea el
mal, el que siempre es bueno.
En todo
este proceso quien sale perdiendo es la capacidad de responsabilidad y la
redención, consecuentemente.
Podemos
ser tan ciegos para creer que hacemos bien, cuando no es así en realidad.
Tenemos
pecados ocultos, tinieblas cegadoras, luces engañosas, egoísmo ilusionista.
Ya puedes repetirles este discurso, que no te escucharán; ya
puedes gritarles, que no te responderán
En el
oráculo humano de la Palabra hay tonos de impaciencia y fastidio, ante la
desobediencia sostenida del pueblo.
Mas sin
embargo no hay una condenación absoluta en esa protesta, porque el Señor sigue
buscando a un pueblo, a su pueblo.
Esto nos
demuestra la calidad de su salvación, que es amorosa, incansablemente amorosa.
El Señor
redunda en ternura y misericordia, según la concepción hebrea, o en ágape según
la griega.
Lo
pongamos como queramos, Él no es como nosotros, que nos cansamos e
impacientamos cuando amamos.
Nosotros,
liberados a nuestras solas fuerzas, construimos un ágape volátil e inconstante,
porque nos disgustamos y peleamos continuamente, y no paramos de hacernos daño
unos a otros.
Si
notamos en nuestra relación fraterna que logra sostenerse más con paciencia
y tolerancia, se debe al Espíritu que
hace su trabajo desde lo profundo de nosotros mismos.
La sinceridad se ha perdido, se la han arrancado de la boca.
Es un
lema que puede funcionar como epitafio sino reaccionamos.
Por la
desfachatez de ciertas costumbres y el modo de airear escándalos, maledicencia
y difamación, buscando el poder, podemos decir que hemos perdido la sinceridad.
Salmo responsorial: 94
REFLEXIÓN
Venid, aclamemos al Señor
No
obstante aclamemos al Señor. No hay otro como él.
el rebaño que él guía
Él sigue
siendo nuestro guía. No tenemos otro.
cuando vuestros padres me pusieron a prueba / y me tentaron,
aunque habían visto mis obras
Los
milagros y señales que el Señor nos comunica frecuente y amorosamente en
nuestra existencia, no son suficientes para mantener el corazón humano en acción de gracias, si no
dejamos seducir nuestra libertad por el impulso de su Espíritu.
Más bien
nuestra condición normal es de olvido y consecuentemente de ingratitud.
Dudar
del Señor, no obstante sus obras, es la más grande ofensa.
Hemos
visto tus obras, no tenemos por qué dudar, ni desconfiar. Debemos ser fieles en
la confianza.
Lucas 11,14-23
REFLEXIÓN
Si echa los demonios es por arte de Belzebú, el príncipe de
los demonios
Jesús,
para esos adversarios, era un creador del mal, no un dador de bien, porque
ubicaba demonios y podía con ellos desde su potencialidad demoníaca.
Contaminar
una obra buena con nuestro mal juicio y prejucio, es señal de mala fe o de
inconsciente ligereza.
Si también Satanás está en guerra civil, ¿cómo mantendrá su
reino?
Pero
Jesús utiliza un simple razonamiento: puede lo malo tener un enemigo que lo
derrote? Ese es Jesús de Nazareth.
Hoy
podemos decirlo así: Acaso una iglesia particular, en nombre de Jesús, puede
decirle malo a lo que nosotros no vemos así? Tal iglesia es mala porque condena
como malo lo que vemos bueno? El sentido común nos dice que sabemos cuando
hacemos mal y cuando nos engañamos, queriendo aparentar bien.
vuestros hijos, ¿por arte de quién los echan?
Jesús es
atacado en su credibilidad porque sus buenas obras para los adversarios son
producto del demonio.
Pero con
la misma lógica ninguna buena obra es creíble, como íntegramente buena, si se
albergan sospechas de una autoría maligna.
En
cierta forma, atacar la bondad y ternura del Dios de Salvación, es atacar el
fundamento de toda credibilidad de lo bueno.
Y lo que
queda, porque se nos echa encima, es una guerra de todos contra todos, porque
nadie confía en otro u otra.
Jesús no
actúa por odios o suspicacias. Sino con transparencia actúa para el bien
siempre: sana al enfermo, alimenta al hambriento, defiende al indefenso,
instruye al ignorante...
Porque
la cultura moderna científica también echa demonios: la ignorancia, la miseria,
la enfermedad, los trastornos. En nombre de quien? Hacer el bien es en nombre
del mal?
Es una
declaración pérfida y perversa.
Pero, si yo echo los demonios con el dedo de Dios, entonces
es que el reino de Dios ha llegado a vosotros
Más bien
lo propio del creyente sería considerar la buena obra como aportación al reino
de Dios.
Ambos se
relacionan, de modo que no veremos el reino entre nosotros si no creemos en la
obra buena que salva.
Más bien
hemos sido llamados por Jesús de Nazareth a una vida empleada en las buenas
obras que hacen el Reino de Dios.
Lo cual
también vale para la cultura moderna, que con sus estrategias para el bien
busque servir al Reino.
Mas bien
exorcizar desde el ámbito de Jesús, es purificar la mala intención, la mala voluntad
que inhibe desarrollarse al buen obrar.
No son
demonios mitológicos los que hay que echar, aunque éstos nos entretengan como
espectáculo, sino las malas intenciones que salen de dentro y trastornan el
buen obrar.
https://twitter.com/motivaciondehoy/status/1506959893496008710?s=20&t=gNOGuzbaMCb74cMTCRtWMA