jueves, 31 de marzo de 2022

PALABRA COMENTADA

 

Jueves 4 de Cuaresma

Éxodo 32,7-14



REFLEXIÓN

el Señor dijo a Moisés: "Anda, baja del monte, que se ha pervertido tu pueblo, el que tú sacaste de Egipto

La Palabra también hace conciencia en el dirigente, para que no huya al monte de su responsabilidad, y enfrente la desviación del creyente.

Pasaron los tiempos en que, por medio de la fuerza, se violentaba la conciencia humana para que creyera.

Por eso el dirigente, colaborador del Señor en el Designio, como Moisés colaboró con Yavé para sacar al pueblo de Egipto, debe ir a su pueblo a hablarle a la conciencia, para convencerlos de volver.

Nuestra oración constante deberá acompañarlos para que no desfallezcan en su misión, y nos quedemos huérfanos de pastores aptos.

Se atribuye a Moisés haber sacado al pueblo de Egipto. Ahora no se afirma que es el Señor, como si fuera iniciativa propia de Moisés. este liderazgo con un pueblo que se ha pervertido.

La perversión frecuente y constante del pueblo, no obstante los favores del Señor y los buenos oficios de los intermediarios, es un tema recurrente de la Palabra.

Es una manera de subrayar la distancia en el comportamiento: uno fiel y el otro traicionero.

Tales señalamientos son desesperantes porque no parece haber remedio permanente.

Tampoco nosotros en la buena nueva somos muy diferentes como pueblo. Quizá ahora utilizamos más los atenuantes de la responsabilidad por infidelidad, pero la perversión se mantiene a escala global.

Ha fracasado del todo el Señor? Es una victoria sólo para unos cuántos?

Se han hecho un novillo de metal, se postran ante él, le ofrecen sacrificios y proclaman:"Éste es tu Dios, Israel, el que te sacó de Egipto."

Hoy seríamos comprensivos y tolerantes con este fenómeno del pueblo. Buscaríamos causas culturales, sociológicas, psicológicas, económicas y casi podríamos justificar esta desviación de la idolatría.

Nos hemos vuelto permisivos frente a lo que está mal, y remisos frente a lo que está bien. Un buen trabajo del acusador.

Sin embargo la palabra es incansable en su señalamiento y en esto también es eterna.

Señala la idolatría como el fondo de las malas acciones: no tener fe auténtica en el el único Dios y Señor, como la causa profunda de todas las secuelas de perjuicios y males que nos azotan.

Así la palabra de Dios nos ayuda a corregir nuestro astigmatismo, y hacer pleno el señalamiento de cuán decisivo es optar por una visión-acción de fe, esperanza y amor que descodifique las circunstancias, bajo la clave del primer y segundo mandamiento.

¿Por qué, Señor, se va a encender tu ira contra tu pueblo, que tú sacaste de Egipto, con gran poder y mano robusta? ¿Tendrán que decir los egipcios: "Con mala intención los sacó, para hacerlos morir en las montañas y exterminarlos de la superficie de la tierra"

Moisés se la devuelve. Se trata de una colaboración. Y no cabe una destrucción total. Sino el perdón.

Interesante relación la de Moisés y su franqueza en el diálogo con Dios.

Jesús al contrario, descarga a su Padre Dios de toda culpa y sospecha de malas intenciones, porque asume que es el único bueno.

Es como si una revelación del Señor por la palabra, fuera superada por otra, debido a nuestro limitado entender.

Una intercesión interesante de Moisés, quien busca hacer recapacitar a un Dios furioso.

Voces que se alzan en medio del diálogo de la oración, quizás con interlocutores parciales y provisionales, mientras se va logrando la verdad completa: sólo Dios es bueno y no castiga, sino que ama sin violencia.

Y el Señor se arrepintió de la amenaza que había pronunciado contra su pueblo

Los antropomorfismos sobre el Señor son extraños, aunque no escasos, en la Biblia.  No alejan sino acercan al Señor.

No son al estilo griego que hacen los dioses con vicios humanos, como para cohonestar el propio modo de vida. Más bien dan una visión del hombre que contraría el estilo de los hombres.

Aquí se trata de que Moisés convence a Dios para que se arrepienta de su ira. Lo ordinario en estos pueblos es una ira radical ante semejante tosudez y desviación.

Esto abre espacio más bien, a un Dios misericordioso, paciente, que ama su proyecto aunque le fallen eventualmente sus elegidos.

Y a una dirigencia que sabe soportar la tensión entre los intereses del Señor y las debilidades del pueblo que se desvía.

Por eso tenemos santos y mártires, para que apoyados en su memoria, hagamos presente al Señor y a nosotros, que no todo está perdido.

Yo debo aprender que primero nos desengañamos  y arrepentimos nosotros, que tú de la misericordia.

Que de tu parte la intervención salvadora es permanente y definitiva en Jesús tu hijo.

Que las voces contrarias son modos engañosos y acusadores, para hacernos desistir de la fe y esperanza en tu misericordia y amor solamente.

Salmo responsorial: 105



REFLEXIÓN

cambiaron su gloria por la imagen

Nuestra tendencia es cambiar la gloria del Señor por nuestras imágenes.

Y es lo que Jesús nos enseña a pedir en primer lugar, porque nos afecta: santificado sea tu nombre.

Este es un misterio tremendo, que nos enardece de rebeldía: tienen que ser las cosas así?

Somos sujetos a la imagen, la necesitamos, porque la gloria de Dios a ratos no nos llega.

La imagen de Jesús es su intervención definitiva: es la gloria en la imagen.

Pero esta imagen se da en la fluidez del acontecimiento histórico y cultural.

La solución no parece completa.

O depende de nuestro empeño en hacerla funcionar como seguidores de Jesús: que resplandezca la gloria en la imagen, no obstante su precariedad histórica.

Se olvidaron de Dios, su salvador, / que había hecho prodigios en Egipto,

Tenemos una memoria frágil para recordar su gloria en los prodigios que nos prodiga.

Requerimos su acción de gracias radical, que es Jesús.

Moisés, su elegido, / se puso en la brecha frente a él

Jesús no se muestra en la brecha contra la decisión de Dios, sino todo lo contrario.

Se identifica con esa voluntad y proyecto, para que se transparente un Dios Padre, amoroso y paciente.

El pastor en seguimiento del Maestro, debe vivir adicionalmente la cruz de la tensión, entre el celo por el Reino de Dios y la misericordia por la locura humana.

Jesús pertenece a esa estirpe de hombres de la brecha, que se convencen por fe desde el Señor para seguir intentando.

Moisés muestra que la gloria de Dios ha prendido en el ser humano, porque es capaz de volverse a Dios a favor de sus hermanos desmemoriados.

Es como el que ya no ve las sombras de la caverna, sino mira la fuente de luz directamente: habla a la luz de los hombres, habla a los hombres de la luz. No siempre es aceptado. No siempre tiene éxito.

Juan 5,31-47



REFLEXIÓN

el testimonio que yo tengo es mayor que el de Juan: las obras que el Padre me ha concedido realizar; esas obras que hago dan testimonio de mí: que el Padre me ha enviado

La contemplación que Juan evangelista hace de Jesús y su obra, ofrece la visión de una persona que se autoafirma en su misión, como originada en el Padre. Las obras que lleva a cabo son señales en esa dirección.

Nuestra contemplación de fe se nutre de las señales que los enviados del Señor realizan como obras salvíficas.

También de las que el pueblo creyente actúa como resultado de su obediencia de fe.

La obediencia de fe en nuestro tiempo tiene un lenguaje de rebeldía, que puede mezclarse y confundirse con increencia.

Nos corresponde discernir si se trata de un anhelo de una comprensión más actualizada de la buena nueva, o lo contrario: una rebeldía destructiva.

Jesús es un hombre que pasó haciendo el bien con buenas obras: curaciones, revivificaciones, dando alimento, enseñando.

No eran para su gloria, porque reconoce que son del Padre. Son para la nuestra, porque se trata de nuestro beneficio.

Y así Jesús se muestra como presencia de la salvación del Señor y no como alguien de iniciativa propia y para sí.

Nunca habéis escuchado su voz, ni visto su semblante, y su palabra no habita en vosotros, porque al que él envió no le creéis

Creer en Jesús es la clave para escuchar la voz de Dios y Señor Padre, ver su semblante y habitar en su palabra.

Estudiáis las Escrituras pensando encontrar en ellas vida eterna; pues ellas están dando testimonio de mí, ¡y no queréis venir a mí para tener vida!

Es importante sondear nuestro corazón tras la lectura orante de la Palabra para determinar si la clave Jesús de Nazareth nos produce vida: una calidad de vida que no se extingue.

Por eso necesitamos las señales de las obras del Padre. Para saber si vivimos.

No podemos empeñarnos en la Escritura, sin llegar a Jesús y creer en él. No se hacen vida sin esa fe.

¿Cómo podréis creer vosotros, que aceptáis gloria unos de otros y no buscáis la gloria que viene del único Dios?

Porque nuestro modo corriente de proceder es el de dejarnos seducir por las obras humanas hasta el desengaño.

Porque en la imagen de Jesús llega la Gloria del Señor.

Si creyerais a Moisés, me creeríais a mí, porque de mí escribió él. Pero, si no dais fe a sus escritos, ¿cómo daréis fe a mis palabras?"

Una materia pendiente entre nuestros hermanos judíos, masivamente separados.

https://twitter.com/motivaciondehoy/status/1509493324553629699?s=20&t=i7RFvDbhqto4uzrs46Bjlg

DOCTORES DE LA IGLESIA

 


Jueves IV semana de Cuaresma

San León Magno Sermón de la pasión del Señor 15,3-4

El verdadero venerador de la pasión del Señor tiene que contemplar de tal manera, con la mirada del corazón, a Jesús crucificado, que reconozca en él su propia carne.

REFLEXIÓN

Una contemplación válida es aquella que promueve la identificación con la persona que sufre, como otro Jesús crucificado. Carne de mi carne, hueso de mis huesos, fue el resultado de la contemplación de Adán cuando le presentó Dios a Eva, tras el sueño en el que de una costilla fue formada. Allí se dio la identificación, con la otra, distinta de la serie de animales que le habían presentado antes. Y algo semejante , a la fusión de carnes, se le pronostica al hombre y la mujer que dejan su casa paterna, para poner su hogar propio aparte, desde donde seguirán el mandato de la reproducción. Con Jesús la identificación contemplativa es con todo el que sufre, más allá de cualquier división, porque han cesado las fronteras de genero, de generación, de etnia y cultura.

Toda la tierra ha de estremecerse ante el suplicio del Redentor: las mentes infieles, duras como la piedra, han de romperse, y los que están en los sepulcros, quebradas las losas que los encierran, han de salir de sus moradas mortuorias. Que se aparezcan también ahora en la ciudad santa, esto es, en la Iglesia de Dios, como un anuncio de la resurrección futura, y lo que un día ha de realizarse en los cuerpos, efectúese ya ahora en los corazones.

REFLEXIÓN

Resucitar en los corazones es la esperanza de los que han perdido todo en las guerras de exterminio que se vienen dando por toda la tierra, en todos los rincones. No por ser de tal o cual lugar, lengua o cultura merecen nuestra identificación con su carne, sino por ser sufrientes, otros Cristos crucificados, unos mencionados colectivamente, alguno individualmente, otros absolutamente anónimos por parte de los medios que se interesan en visibilizarlos.

A ninguno de los pecadores se le niega su parte en la cruz, ni existe nadie a quien no auxilie la oración de Cristo. Si ayudó incluso a sus verdugos ¿cómo no va a beneficiar a los que se convierten a él? Se eliminó la ignorancia, se suavizaron las dificultades, y la sangre de Cristo suprimió aquella espada de fuego que impedía la entrada en el paraíso de la vida. La obscuridad de la vieja noche cedió ante la luz verdadera. Se invita a todo el pueblo cristiano a disfrutar de las riquezas del paraíso, y a todos los bautizados se les abre la posibilidad de regresar a la patria perdida, a no ser que alguien se cierre a sí mismo aquel camino que quedó abierto, incluso, ante la fe del ladrón arrepentido.

REFLEXIÓN

El exclusivo club de los salvados no existe, no hay tal. El único que no entra es el que se auto excluye, e incluso él será entendido en su rechazo, de manera que la misericordia duerma a su puerta, como un fiel can.

No dejemos, por tanto, que las preocupaciones y la soberbia de la vida presente se apoderen de nosotros, de modo que renunciemos al empeño de conformarnos a nuestro Redentor, a través de sus ejemplos, con todo el impulso de nuestro corazón.

REFLEXIÓN

Nuestra soberbia es tan refinada, fruto preciado del acusador, que brega a convencernos el inmerecido acceso al perdón, por el tamaño de la culpa. En eso toda culpa es un monstruo que e agiganta se se le alimenta con el resentimiento y la falsa vergüenza.

Porque no dejó de hacer ni sufrir nada que fuera útil para nuestra salvación, para que la virtud que residía en la cabeza residiera también en el cuerpo. Y, en primer lugar, el hecho de que Dios acogiera nuestra condición humana, cuando la Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros» ¿a quién excluyó de su misericordia, sino al infiel ? ¿Y quién no tiene una naturaleza común con Cristo, con tal de que acoja al que a su vez lo ha asumido a él, puesto que fue regenerado por el mismo Espíritu por el que él fue concebido? Y además, ¿quién no reconocerá en él sus propias debilidades? ¿Quién dejará de advertir que el hecho de tomar alimento, buscar el descanso y el sueño, experimentar la solicitud de la tristeza y las lágrimas de la compasión, es fruto de la condición humana del Señor? Y como, desde antiguo, la condición humana esperaba ser sanada de sus heridas y purificada de sus pecados, el que era Unigénito Hijo de Dios quiso hacerse también hijo de hombre, para que no le faltara ni la realidad de la naturaleza humana, ni la plenitud de la naturaleza divina.

REFLEXIÓN

Quien llora como humano por la aflicción sufrida, entra en la humanidad de Jesús glorificada, que lo alcanza en su sufrimiento por padecerla. Hemos venido a ser de una carne consolada, perdonada, amada en su vulnerabilidad y por lo mismo salvada.

Nuestro es lo que por tres días yació exánime en el sepulcro, y al tercer día resucitó; lo que ascendió sobre todas las alturas de los cielos hasta la diestra de la majestad paterna: para que también nosotros, si caminamos tras sus mandatos y no nos avergonzamos de reconocer lo que, en la humildad del cuerpo, tiene que ver con nuestra salvación, seamos llevados hasta la compañía de su gloria; puesto que habrá de cumplirse lo que manifiestamente proclamó: Si uno se pone de mi parte ante los hombres, yo también me pondré de su parte ante mi Padre del cielo.