jueves, 20 de octubre de 2022

PALABRA COMENTADA

 

Jueves 29 tiempo ordinario

Año Par

Efesios 3, 14-21



REFLEXIÓN

Doblo las rodillas ante el Padre

El nuevo nombre de Dios: Padre. El verdadero, ante quien se puede doblar las rodillas, sin temer una alienación, o falsedad.

el Padre, de quien toma nombre toda familia en el cielo y en la tierra

La Palabra nos convoca a creer que pertenecemos al Padre y en Él formamos una familia. La única familia para siempre.

Eterno es un concepto que nos suena a refrigeración. Algo que se congela para que dure y nos sirva más adelante.

Pero más bien traduce una realidad sin tiempo como el histórico, que permanece y no se deteriora. Porque nuestra experiencia humana, incluso la preciada familia de carne y sangre se deteriora, mínimamente con el desenlace de los miembros.

Así no es exacto hablar de Dios y su existencia para los que escuchamos la Palabra, sino de la familia del Padre a la que pertenecemos.

Nuestro Dios, antes que absoluto, misterio, Creador incluso, es Padre de familia.

Cuando la fe arraiga por el don del Espíritu, nos instalamos en una pertenencia que transforma nuestro espíritu en un familiar. Dejamos de ser huérfanos, expósitos, arrimados, excluidos.

Y cuando la fe es viva, se manifiesta en la práctica de la fraternidad. Hace lo que puede para que toda persona experimente la familiaridad del Señor.

robusteceros en lo profundo de vuestro ser

En la era del furor por el crecimiento personal, esta bendición constituye un aporte del beneficio de la fe en Jesús.

Un robustecimiento raizal, fundamental, que brota desde lo más hondo y se brinda como un servicio al crecimiento de otros.

Cristo habite por la fe en vuestros corazones

No el corazón sentimental, ni la profundidad del ego-centrismo, sino en el sí mimo (self), la armonía e integralidad profunda, que se da por la gracia e inhabitación de Cristo Jesús.

el amor sea vuestra raíz y vuestro cimiento

El amor, lo más nombrado pero el menos comprendido, como lo sine qua non del designio humano y divino.

Es motor y es meta, es medio y es fin. Es como el cielo en la tierra, un goce en medio de la limitación y finitud, una vida con crucifixión. Una fortaleza en la debilidad, una verdad en la precariedad que surge del engaño que nos rodea. Una experiencia de la ambivalencia y la ambigüedad, pero con un fondo de esperanza y firmeza que surge desde lo más íntimo y nos convence de una presencia amorosa y afianzadora.

lograréis abarcar lo ancho, lo largo, lo alto y lo profundo

Son esta visiones las que nos alcanzan la serenidad incluso en el terreno social, porque todo se ve a la luz del designio al que somos llamados y participamos desde ya.

Muchas de las manifestaciones sociales actuales que claman por sus derechos, echan de ver la desesperación y la necesidad que tienen de arribar a la visión de fe compartida para luchar por el designio.

Salmo responsorial: 32



REFLEXIÓN

el plan del Señor subsiste por siempre

El designio del Señor está abierto siempre a nuestra participación. A cualquier hora podemos enrolarnos. Una y otra vez. Es lo que nos enseña la parábola de los jornaleros que eran contratados a toda hora y se les pagaba a todos lo mismo.

De nuestra parte, si vivimos por la fe el don de la familiaridad, estamos en la obligación de ayudar a ingresar en este designio a quien nos aproximemos.

Lucas 12,49-53



REFLEXIÓN

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: "He venido a prender fuego en el mundo, ¡y ojalá estuviera ya ardiendo! Tengo que pasar por un bautismo, ¡y qué angustia hasta que se cumpla! ¿Pensáis que he venido a traer al mundo paz? No, sino división. En adelante, una familia de cinco estará dividida: tres contra dos y dos contra tres; estarán divididos el padre contra el hijo y el hijo contra el padre, la madre contra la hija y la hija contra la madre, la suegra contra la nuera y la nuera contra la suegra."

No se trata de una imagen clásica de Jesús, en cuanto que ésta da cuenta de división, no de unión, con el ejemplo de una familia de cinco miembros y dividida.

La causa de Jesús, es para uno que se sumerge en ella, fuego, bautismo.

Qué tiene el fuego? Transforma por combustión, no sin antes arruinar.

Qué tiene el bautismo de inmersión? Transforma por lavado, no sin antes ahogar.

No se puede contar con un lecho de rosas, ni una comprensión o aceptación generalizada en un mundo globalizado.

No brinda la paz de la quietud donde todo esté junto.

No por lo menos mientras estamos en proceso de evangelizar, lo cual es mientras vivamos en este mundo.

Dar frutos de gracia y vida, no asegura una paz definitiva, sino que engendra también división, hasta de los más cercanos.

Porque la experiencia vivida de Jesús no transcurre como un domingo de ramos, sino que se aboca a un viernes santo con esperanza de un domingo de resurrección.

Un hombre que pasó haciendo el bien, y a quien multitudes lo seguían para saciar el hambre y curar sus enfermedades, no pudo sustraerse de la conspiración del poder que acobardó a los seguidores.

Abrir bien los ojos es necesario al evangelizador para que nos se sorprenda de los giros de oposición que encontrará, incluso entre sus más allegados.

En el fondo la familia del Padre es un medio de contraste, sobre el que se discierne toda otra familiaridad.

Por eso cabe la posibilidad de división dentro de la familia de carne y sangre.

Jesús lo vivió en carne propia, cuando hizo valer por encima de los lazos familiares buenos, el designio del Padre al que estaba uncido.

Es la prueba o bautismo de toda fe: una fidelidad testimoniada en la coyuntura histórica precisa, más al Padre que a cualquier otro designio, por más armonía familiar que signifique.

Este testimonio es doloroso. Rasga los vínculos más entrañables del ser humano.

Pero no se puede detener porque quema desde dentro y debe ser propagado.

Trae división, pero en Juan pide que sean uno el Padre y él. División en la unión del mundo y unión en la familia del cielo. Aun lo más sagrado –la familia humana -se trasciende.

https://twitter.com/motivaciondehoy/status/1583062001320067072?s=20&t=JHr2A_-0appgaRipB8MG7w

BEATO CARLO



 De los Sermones de san Bernardo, abad
(Sermón 5 sobre diversas materias, 4-5: Opera omnia, edición cisterciense, 6, 1 [1970], 103-104)
 
SOBRE LOS GRADOS DE LA CONTEMPLACIÓN

 

Refugiémonos en Cristo, nuestra fortaleza, y adhirámonos con todas nuestras fuerzas al Señor, la roca sólida y siempre firme, y podremos decir con el profeta, como está escrito: Afianzó mis pies en la roca y aseguró mis pasos. Consolidados así y afianzados podremos contemplar y escuchar lo que él nos diga y sabremos cómo responder cuando él nos reprenda.

El primer grado de esta contemplación, amados hermanos, consiste en considerar atentamente cuál sea la voluntad del Señor y qué es lo acepto a sus ojos. Y, como todos pecamos con frecuencia y nuestro orgullo ofende muchas veces su santísima voluntad y no se adhiere ni conforma a lo que el Señor desea, es necesario que nos humillemos bajo la poderosa mano del Dios altísimo y procuremos solícitamente presentarnos ante él con espíritu humilde, diciendo: Sáname, Señor, y quedaré sano, sálvame y quedaré a salvo. Y también aquello otro: Señor, ten misericordia, sáname, porque he pecado contra ti.

 Cuando estos pensamientos hayan ya purificado la mirada de nuestro corazón, en vez de andar según la amargura de nuestro espíritu nos dejaremos llevar del Espíritu de Dios y viviremos alegres, sin preocuparnos ya de cuál sea la voluntad de Dios sobre nosotros, sino interesándonos más bien sobre cuál sea la voluntad divina en sí misma.

 Y, ya que en su voluntad está la vida, no podemos dudar lo más mínimo de que nada encontraremos que nos sea más útil y provechoso que aquello que concuerda con el querer divino. Por tanto, si en verdad queremos conservar la vida de nuestra alma, procuremos con solicitud no desviarnos en lo más mínimo de la voluntad de Dios.

 Y, cuando hayamos ya progresado algún tanto en la vida espiritual, guiados por el Espíritu Santo, que escudriña los más altos misterios de Dios, dediquémonos a contemplar cuán suave es el Señor y cuán bueno es en sí mismo; y con el profeta supliquémosle que nos manifieste cuál sea su voluntad, para que pongamos nuestra mansión no en nuestro pobre corazón humano, sino en su santo templo; así podremos repetir con el mismo profeta: Mi alma se acongoja, te recuerdo.

 Pues hay que advertir, que la plenitud de nuestra vida espiritual se encuentra en estas dos cosas: en aquella reflexión sobre nosotros mismos, que nos turba y nos contrista en vista a la conversión, y en la contemplación de Dios, que nos llena del gozo y del consuelo del Espíritu Santo; lo primero engendra en nosotros el temor y la humildad, lo segundo alumbra en nuestro interior el amor y la esperanza.