jueves, 1 de agosto de 2024

PALABRA COMENTADA

Solemnidad de San Ignacio de Loyola




REFLEXIÓN

Jeremías 15, 10. 16-21

Te me has vuelto arroyo engañoso, de aguas inconstantes.

Se anuncia la nueva libertad para el creyente que todo lo espera del Señor: una amistad en la que caben los reproches y la amargura contra Dios. 

Nos enfrentamos con el misterio de la persona, en este caso el Misterio absoluto y totalmente Otro, que nos rebasa y no comprendemos casi nada.

Pero no obstante amamos ese Misterio y Persona y nos abrimos a su abismo de novedad y sorpresa, manteniendo la confianza como el el peso que nos ancla.

Que ellos se conviertan a ti, no te conviertas tú a ellos. Frente a este pueblo te pondré como muralla de bronce inexpugnable; lucharán contra ti y no te podrán, porque yo estoy contigo para librarte y salvarte -oráculo del Señor-. Te libraré de manos de los perversos, te rescataré del puño de los opresores." 

La misión que sirve a los intereses del Señor mantiene al enviado de pie, no por su fuerza sino por la gracia del que envía.

En nuestro tiempo no es de buen gusto atribuirnos tan poco protagonismo en la definición del rumbo de las cosas. 

Es el tiempo del superhombre nietzcheano, no del débil cristiano, que como Pablo de Tarso se considera fuerte por su debilidad. 

Es el nuevo dogma que se respira y la nueva escala de valores con la que se decide.

Por eso la cruz sigue siendo la oportunidad de descubrir un horizonte alternativo y rasgar el Misterio del absoluto.




REFLEXIÓN

Salmo responsorial: 58

Estoy velando contigo, fuerza mía,

Los momentos de prueba son como la vela de armas, en las novelas de caballería de la Edad Media.

Ese rito fue ridiculizado y relativizado por don Quijote: un iluso desfasado de su tiempo, que aún velaba armas creyendo estar llamado a rescatar a su dama.

Los creyentes y seguidores de Jesús de Nazareth igualmente velan y oran para que la siembra no termine con más mala hierba que grano, y cada momento de vela es apocalíptico porque descubre las estrategias del anti-reino. 

Vivir la fe a conciencia es participar en ese combate final contra las tinieblas.





REFLEXIÓN

Mateo 13, 44-46

"El reino de los cielos se parece a un tesoro escondido en el campo: el que lo encuentra, lo vuelve a esconder, y, lleno de alegría, va a vender todo lo que tiene y compra el campo. El reino de los cielos se parece también a un comerciante en perlas finas, que, al encontrar una de gran valor, se va a vender todo lo que tiene y la compra."

Se requiere en la construcción del reino una actitud semejante a la del emprendedor: audacia para asumir riesgos.

Eso somos los creyentes y más vale serlo con lucidez: personas que apostamos por un valor y decidimos correr el riesgo. Nos estamos jugando la vida definitiva.

El Reino es comparado con un encuentro inesperado de una realidad muy valiosa por la que vale la pena invertir fuertemente. 

Es como una oportunidad propicia para beneficiarse notablemente. Es un encuentro que difícilmente se puede despreciar.

Un encuentro así implica para quien lo experimenta saber que se trata de una realidad que vale la pena el riesgo y el esfuerzo.

Por lo tanto implica una capacidad de apreciar el valor de la realidad que encuentra.Implica un cierto conocimiento del valor y su aprecio de esa realidad. 

Es un encuentro que impulsa a cualquier sacrificio con tal de obtener ese valor apreciado.

El Reino se parece al encuentro de un bien altamente significativo y que vale la pena y que merece se le entreguen todas las energías para conseguirlo.


motivaciondehoy


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Solemnidad de San Ignacio de Loyola

Jeremías 15, 10. 16-21

Salmo responsorial: 58

Mateo 13, 44-46

miércoles, 31 de julio de 2024

SAN IGNACIO DE LOYOLA

SAN IGNACIO DE LOYOLA, presbítero. (MEMORIA)


Nació el año 1491 en Loyola, en las provincias vascongadas de España; su vida transcurrió primero entre la corte real y la milicia; luego se convirtió y estudió teología en París, donde se le juntaron los primeros compañeros con los que había de fundar más tarde, en Roma, la Compañía de Jesús. Ejerció un fecundo apostolado con sus escritos y con la formación de discípulos, que habían de trabajar intensamente por la reforma de la Iglesia. Murió en Roma el año 1556.

De los hechos de san Ignacio recibidos por Luis Goncalves de labios del mismo santo
(Cap. 1, 5-9: Acta Sanctorum Iulii 7 [1868], 647)



EXAMINAD SI LOS ESPÍRITUS PROVIENEN DE DIOS


Ignacio era muy aficionado a los llamados libros de caballerías, narraciones llenas de historias fabulosas e imaginarias. Cuando se sintió restablecido, pidió que le trajeran algunos de esos libros para entretenerse, pero no se halló en su casa ninguno; entonces le dieron para leer un libro llamado Vida de Cristo y otro que tenía por título Flos sanctorum, escritos en su lengua materna.

Con la frecuente lectura de estas obras, empezó a sentir algún interés por las cosas que en ellas se trataban. A intervalos volvía su pensamiento a lo que había leído en tiempos pasados y entretenía su imaginación con el recuerdo de las vanidades que habitualmente retenían su atención durante su vida anterior.

Pero entretanto iba actuando también la misericordia divina, inspirando en su ánimo otros pensamientos, además de los que suscitaba en su mente lo que acababa de leer. En efecto, al leer la vida de Jesucristo o de los santos, a veces se ponía a pensar y se preguntaba a sí mismo: «¿Y si yo hiciera lo mismo que san Francisco o que santo Domingo?» Y, así, su mente estaba siempre activa. Estos pensamientos duraban mucho tiempo, hasta que, distraído por cualquier motivo, volvía a pensar, también por largo tiempo, en las cosas vanas y mundanas. Esta sucesión de pensamientos duró bastante tiempo.

Pero había una diferencia; y es que, cuando pensaba en las cosas del mundo, ello le producía de momento un gran placer; pero cuando, hastiado, volvía a la realidad, se sentía triste y árido de espíritu; por el contrario, cuando pensaba en la posibilidad de imitar las austeridades de los santos, no sólo entonces experimentaba un intenso gozo, sino que además tales pensamientos lo dejaban lleno de alegría. De esta diferencia él no se daba cuenta ni le daba importancia, hasta que un día se le abrieron los ojos del alma y comenzó a admirarse de esta diferencia que experimentaba en sí mismo, que, mientras una clase de pensamientos lo dejaban triste, otros, en cambio, alegre. Y así fue como empezó a reflexionar seriamente en las cosas de Dios. Más tarde, cuando se dedicó a las prácticas espirituales, esta experiencia suya le ayudó mucho a comprender lo que sobre la discreción de espíritus enseñaría luego a los suyos.

OREMOS

Señor Dios, que suscitaste en tu Iglesia a san Ignacio de Loyola para que extendiera más la gloria de tu nombre, concédenos que, a imitación suya y apoyados en su auxilio, libremos también en la tierra el noble combate de la fe, para que merezcamos ser coronados juntamente con él en el cielo. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.
Amén