viernes, 2 de agosto de 2024

PALABRA COMENTADA

PALABRA COMENTADA

 

Viernes 17 de tiempo ordinario



REFLEXIÓN

Jeremías 26, 1-9

Ponte en el atrio del templo y di a todos los ciudadanos de Judá que entran en el templo para adorar, las palabras que yo te mande decirles; no dejes ni una sola

Un profeta puesto en el sitio más populoso de la ciudad, proclamando de parte de Dios un mensaje que tiene poco de adulación demagoga.

Una vocación como la del profeta es para identificarse con el designio del Señor, en contra de otros planes. Es una lucha para persuadir los oyentes sobre un designio superior que no está alejado de las aspiraciones más profundas de todos por la realización de sus sueños.

No se trata de estafar con baratijas a los incautos, sino de mostrar la única realidad sólida:la justicia y misericordia del Señor.

entonces trataré a este templo como al de Silo, a esta ciudad la haré fórmula de maldición para todos los pueblos de la tierra

Esta profecía ya cumplida se plasma después que Jerusalén y su Templo han sido destruídos por el Imperio Neobabilonio hacia el mediados del siglo VI antes de Cristo.

Es posible que fuera puesta por escrito por quienes recogieron las palabras del profeta ya muerto, recordando sus  advertencias para confirmarlas.

Las consecuencias históricas negativas o desfavorables para el bienestar, salud o vida están abiertas a muchas intepretaciones. Pero la Palabra ofrece la causa más profunda:si nos hubiéramos convertido de nuestra mala conducta la historia sería diferente.

lo agarraron los sacerdotes y los profetas y el pueblo, diciendo: Eres reo de muerte

Las realidades que salen a nuestro encuentro en nuestra existencia son como mensajeros del Señor. De nuestra parte está la responsabilidad de asumirlas como llamadas a la conversión de una conducta más cónsona con el bien común. 

No obstante que la Palabra se dirija a nuestra conciencia ética, las decisiones deben refractarse en la red social tejida en nuestra existencia.




REFLEXIÓN

Salmo responsorial: 68

¿Es que voy a devolver / lo que no he robado?

Si he actuado correctamente voy a culparme si me confrontan por haberlo hecho?

Por ti he aguantado afrentas, / la vergüenza cubrió mi rostro. / Soy un extraño para mis hermanos, / un extranjero para los hijos de mi madre; / porque me devora el celo de tu templo, / y las afrentas con que te afrentan caen sobre mí

Es la desolación de Jesús, su cosecha de profeta. Un trabajo mal remunerado aparentemente, con la mirada puesta en un valor definitivo:la vida orientada por la Palabra.

Pero mi oración se dirige a ti, / Dios mío, el día de tu favor; / que me escuche tu gran bondad, / que tu fidelidad me ayude.

Jesús oraba constantemente para arrostrar esa desolación y seguirse convenciendo que era más valioso, era lo más valioso jugársela por el reino de la Palabra y su designio.




REFLEXIÓN

Mateo 13, 54-58

"¿De dónde saca éste esa sabiduría y esos milagros?

El entorno común y sencillo de Jesús ocultaba la fuente de su calidad de Palabra. Era relativizable como cualquier palabra humana. Esta falta de prepotencia se ponía a cuenta de su debilidad. Como a lo largo de toda la Promesa y Alianza en las Escrituras la debilidad se mostraba como el signo de la gloria del Señor.

Y no hizo allí muchos milagros, porque les faltaba fe

Cuando la fe es don de lo alto no menosprecia las realidades más humildes por las que puede llegar la comunicación del Señor y su designio.

El enfoque inclusivo de nuestro tiempo manifiesta algo de esta mirada que debemos tener para todas las realidades humildes, porque se trata de acoger las minorías y ver el mundo desde su perspectiva disminuída por la dominancia. Mujeres, indígenas, homosexuales, discapacitados, empobrecidos:todos excluídos de la mesa de festín de los dominantes.


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Viernes 17 de tiempo ordinario

Jeremías 26, 1-9

Salmo responsorial: 68

Mateo 13, 54-58

SAN CARLO DE ASIS



 

Balduino de Cantorbery, Tratado 6

(PL 204, 466-467)

El Señor discierne los pensamientos y sentimientos del corazón

El Señor conoce, sin duda alguna, todos los pensamientos y sentimientos de nuestro corazón; en cuanto a nosotros, sólo podemos discernirlos en la medida en que el Señor nos lo concede. En efecto, el espíritu que está dentro del hombre no conoce todo lo que hay en el hombre, y en cuanto a sus pensamientos, voluntarios o no, no siempre juzga rectamente. Y aunque los tiene ante los ojos de su mente, tiene la vista interior demasiado nublada para poder discernirlos con precisión.

Sucede, en efecto, muchas veces, que nuestro propio criterio, u otra persona, o el tentador nos hacen ver como bueno lo que Dios no juzga como tal. Hay algunas cosas que tienen una falsa apariencia de virtud, o también de vicio, que engañan a los ojos del corazón y vienen a ser como una impostura que embota la agudeza de la mente, hasta hacerle ver lo malo como bueno y viceversa; ello forma parte de nuestra miseria e ignorancia, muy lamentable y muy temible.

Está escrito: Hay caminos que parecen derechos, pero van a parar a la muerte. Para evitar este peligro, nos advierte san Juan: Examinad si los espíritus vienen de Dios. Pero, ¿quién será capaz de examinar si los espíritus vienen de Dios, si Dios no le da el discernimiento de espíritus, con el que pueda examinar con agudeza y rectitud sus pensamientos, afectos e intenciones? Este discernimiento es la madre de todas las virtudes, y a todos es necesario, ya sea para la dirección espiritual de los demás, ya sea para corregir y ordenar la propia vida.

La decisión en el obrar es recta cuando se rige por el beneplácito divino, la intención es buena cuando tiende a Dios sin doblez. De este modo, todo el cuerpo de nuestra vida y de cada una de nuestras acciones será luminoso, si nuestro ojo está sano. Y el ojo sano es ojo y está sano cuando ve con claridad lo que hay que hacer y cuando, con recta intención, hace con sencillez lo que no hay que hacer con doblez. La recta decisión es incompatible con el error; la buena intención excluye la ficción. En esto consiste el verdadero discernimiento: en la unión de la recta decisión y de la buena intención.

Todo, por consiguiente, debemos hacerlo guiados por la luz del discernimiento, pensando que obramos en Dios ante su presencia.