domingo, 27 de octubre de 2024

PALABRA COMENTADA

PALABRA COMENTADA

 

Domingo 30 de tiempo ordinario

Jeremías 31, 7-9



REFLEXION

Seré un padre para Israel,/ Efraín será mi primogénito

El escenario histórico al que se dirige la Palabra por su enviado el profeta Jeremías trata de una población maltratada por la guerra y la invasión, la cual produce un exilio trágico: cientos de empobrecidos, desvalidos, vencidos, en peligro de muerte. 

Muchos ya no regresarán a su patria porque fallecerán antes.

Una realidad deprimente que sigue sucediendo en diversas latitudes en diferentes épocas, porque los seres humanos no dejamos de oprimirnos unos a otros cuando tenemos fuerza, poder y ambición.

La Palabra recoge esta cosecha de nuestro egoísmo y la transfigura en esperanza y futuro, aportando una perspectiva de liberación de esas secuelas horrorosas, con señales de bienestar, sanación y recuperación.

El hijo herido vuelve a obtener la primogenitura: los derechos del hijo mayor y el que hará las veces del padre de familia.

Podemos leer una promesa para nosotros los que experimentamos una etapa de opresión por algún motivo, en cuanto se nos dará tratamiento de hijos amados nuevamente.

Salmo responsorial: 125



REFLEXION

 

Al ir, iba llorando, / llevando la semilla: / al volver, vuelve cantando, / trayendo sus gavillas

La Palabra nos empodera para alabar a quien cambia nuestra suerte por un destino mejor. 

Vivimos en una época reticente a nombrar al Señor como autor profundo y salvador de los infortunios humanos personales y colectivos. Porque estamos extasiados con nuestro conocimientos de las múltiples causas a las que llamamos autónomas del despliegue de la realidad. 

Se trata de un abuso de la ciencia que oculta y desconoce la presencia que mueve todo.

Hebreos 5, 1-6



REFLEXION

 

por los pecados

Aun en representantes religiosos se oye que no hay pecado, actualmente. Según eso no se desprende del acto libre humano ningún mal moral, ni daño espiritual.

Varias causas nos han llevado a este conocimiento que es un desconocimiento: la ciencia sicológica que atribuye las decisiones aún las morales a un factor sicológico. Y así las económicas, sociológicas, históricas y demás. Cada una desde su especialidad disminuyen la responsabilidad moral de la persona y de los pueblos, en cierta forma porque se ha desvancido entre tanto determinismo causal la libertad moral.

En consecuencia somos seres post-morales, estamos más allá del bien y del mal y el daño que hagamos hemos de pagarlo con penas sicológicas, económicas, sociales y demás, pero no se ve cómo se pueda pagar la pena moral.

A menos que se tenga que admitir una dimensión espiritual en la que se ventile un juicio propio a la moralidad y el daño espiritual.

Lo cierto de todo esto es que si no damos paso en nuestra existencia colectiva a un intercesor que se ofrece como sacrificio por nuestros pecados o nuestra potencialidad de daño espiritual, difícilmente se darán conversiones de conducta, de raíz, desde dentro, desde lo profundo de la persona.

Y así toda paz, toda reconciliación,todo intento de un orden justo estará siempre amenzado y periclitante.

sino aquel que le dijo: "Tú eres mi Hijo: yo te he engendrado hoy", o, como dice otro pasaje de la Escritura: "Tú eres sacerdote eterno, según el rito de Melquisedec

Porque nuestro intercesor elegido por el Señor nos abre a un estilo de vida moralmente benigno, a contravía del pecado, en el que la justicia y la paz brota desde lo profundo, en el núcleo de la libertad.

Donde no pueden llegar ni la causalidad sicológica, ni la económica, ni la sociológica, ni las demás.

Marcos 10, 46-52



REFLEXION

 

Al oír que era Jesús Nazareno, empezó a gritar: Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí." Muchos lo regañaban para que se callara. Pero él gritaba más: "Hijo de David, ten compasión de mí."

Nuestra necesidad nos hace clamar más allá de las fuerzas que quieren inhibirnos? O desisto porque mi necesidad o mi fe no es tan fuerte para superarlas?

Jesús le dijo: "Anda, tu fe te ha curado."

La Palabra nos hace entender que la disposición para nuestra salvación esta asegurada y depende de nosotros acercarnos para obtenerla, si sabemos insistir.

Pero no se trata de una lucha en solitario sino solidaria, porque así como hay fuerzas que nos inhiben, también las hay que nos apoyan y hemos de aprovecharlas.

https://twitter.com/motivaciondehoy/status/1452240156719726608?s=20

motivaciondehoy


COMPARTIR LA PALABRA

Domingo 30 de tiempo ordinario

Jeremías 31, 7-9

Salmo responsorial: 125

Hebreos 5, 1-6

Marcos 10, 46-52

SAN CARLO DE JESUS ACUTIS DE ASIS

BEATO CARLO

La creacion es un don acompañada por la sabiduria para administrarla
 

De la Exhortación a los paganos de san Clemente de Alejandría obispo
(Cap 11: PG 8, 230-234)
Acojamos la luz y hagámonos discípulos del Señor

La norma del Señor es límpida y da luz a los ojos. Recibe a Cristo, recibe la

facultad de ver, recibe la luz, para que conozcas a fondo a Dios y al hombre. El

Verbo, por el que hemos sido iluminados, es más precioso que el oro, más que

el oro fino; más dulce que la miel de un panal que destila. Y ¿cómo no va a ser

deseable el que ha iluminado la mente envuelta en tinieblas y ha agudizado los

ojos del alma portadores de luz?

Lo mismo que sin el sol, los demás astros dejarían al mundo sumido en la

noche, así también, si no hubiésemos conocido al Verbo y no hubiéramos sido

iluminados por él, en nada nos diferenciaríamos de los volátiles, que son

engordados en la oscuridad y destinados a la matanza. Acojamos, pues, la luz,

para poder dar acogida también a Dios. Acojamos la luz y hagámonos discípulos

del Señor. Pues él ha hecho esta promesa al Padre: Contaré tu fama a mis

hermanos, en medio de la asamblea te alabaré. Alábalo, por favor, y cuéntame

la fama de tu Padre. Tus palabras me traen la salud. Tu cántico me instruirá.

Hasta el presente he andado a la deriva en mi búsqueda de Dios; pero si eres tú,

Señor, el que me iluminas y por tu medio encuentro a Dios y gracias a ti recibo

al Padre, me convierto en tu coheredero, pues no te avergüenzas de llamarme

hermano tuyo.

Pongamos, pues, fin, pongamos fin al olvido de la verdad; despojémonos de

la ignorancia y de la oscuridad que, cual nube, ofuscan nuestros ojos, y

contemplemos al que es realmente Dios, después de haber previamente hecho

subir hasta él esta exclamación: «Salve, oh luz». Una luz del cielo ha brillado

ante nosotros, que antes vivíamos como encerrados y sepultados en la tiniebla y

sombra de muerte; una luz más clara que el sol y más agradable que la misma

vida. Esta luz es la vida eterna y los que de ella participan tienen vida

abundante. La noche huye ante esta luz y, como escondiéndose medrosa, cede

ante el día del Señor. Esta luz ilumina el universo entero y nada ni nadie puede

apagarla; el occidente tenebroso cree en esta luz que llega de oriente.

Es esto lo que nos trae y revela la nueva creación: el Sol de justicia se levanta

ahora sobre el universo entero, ilumina por igual a todo el género humano,

haciendo que el rocío de la verdad descienda sobre todos, imitando con ello a su

Padre, que hace salir el sol sobre todos los hombres. Este Sol de justicia traslada

el tenebroso occidente llevándolo a la claridad del oriente, clava a la muerte en

la cruz y la convierte en vida; arrancando al hombre de la corrupción lo

encumbra hasta el cielo; él cambia la corrupción en incorrupción, y transforma

la tierra en cielo, él el labrador de Dios, portador de signos favorables, que incita a los pueblos al bien y les recuerda las normas para vivir según la verdad; él nos ha gratificado con una herencia realmente magnífica, divina, inamisible; él diviniza al hombre mediante una doctrina celestial, metiendo su ley en su pecho y escribiéndola en su corazón. ¿De qué leyes se trata?, porque todos conocerán a Dios, desde el pequeño al grande; les seré propicio —dice Dios—, y no recordaré sus pecados.

Recibamos las leyes de vida; obedezcamos la exhortación de Dios.

Aprendamos a conocerle, para que nos sea propicio. Ofrezcámosle, aunque no lo necesita, el salario de nuestro reconocimiento, de nuestra docilidad, cual si se

tratara del alquiler debido a Dios por nuestra morada aquí en la tierra.