San Agustín Sermón sobre los pastores 46,4-5
En una ocasión en que Pablo se
encontraba en una gran indigencia, preso por la confesión de la verdad, los
hermanos le enviaron con qué remediar su indigente necesidad. El les dio las
gracias y les dijo: Al socorrer mis necesidades, habéis obrado bien. Yo he
aprendido a arreglarme en toda circunstancia. Sé vivir en pobreza y abundancia.
Todo lo puedo en aquel que me conforta. En todo caso, hicisteis bien en
compartir mi tribulación. Porque trataba de darles a entender lo que se
proponía, a propósito del bien que ellos habían hecho, y no quería ser entre
ellos uno de esos que se apacientan a sí mismos en vez de a las ovejas, por
eso, más que alegrarse de que hubiesen acudido a remediar su necesidad, quiso
congratularse de su fecundidad en buenas obras. ¿Qué era entonces lo que
pretendía? No es que yo busque regalos, busco que los intereses se acumulen en
vuestra cuenta. «Y no para quedar yo repleto –venía a decirles–, sino para que
vosotros no os quedéis desprovistos». Así, pues, quienes no puedan, como Pablo,
sostenerse con el trabajo de sus manos, no duden en aceptar la leche de las
ovejas, para sustentarse en sus necesidades, pero que no se olviden de las
ovejas débiles.
REFLEXIÓN
Compartir es abrir el
reino para que nadie pase penurias. Compartir lleva a vivir la necesidad del
otro u otra, fraternizando. Compartir es también, dejarse atender, apoyar, para
las propias necesidades. No para encerrarse en el egoísmo para que deban
atendernos. Así es el clericalismo.
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