Bautismo del Señor, I domingo después de Epifanía
San Gregorio Nacianceno Sermón en las sagradas Luminarias 39,14-16
Cristo es iluminado: dejémonos iluminar junto con él;
Cristo se hace bautizar: descendamos al mismo tiempo que él, para ascender con
él. Juan está bautizando, y Cristo se acerca; tal vez para santificar al mismo
por quien va a ser bautizado; y sin duda para sepultar en las aguas a todo el
viejo Adán, santificando el Jordán antes de nosotros y por nuestra causa; y
así, el Señor, que era espíritu y carne, nos consagra mediante el Espíritu y el
agua. Juan se niega, Jesús insiste. Entonces: Soy yo el que necesito que tú me
bautices, le dice la lámpara al Sol, la voz a la Palabra, el amigo al Esposo,
el mayor entre los nacidos de mujer al Primogénito de toda la creación, el
había saltado de júbilo en el seno materno al que había sido ya adorado cuando
estaba en él, el que era y habría de ser precursor al que se había manifestado
y se manifestará. Soy yo el que necesito que tú me bautices; y podría haber
añadido: «Por tu causa». Pues sabía muy bien que habría de ser bautizado con el
martirio; o que, como a Pedro, no sólo le lavarían los pies.
REFLEXIÓN
Juan Bautista logra ver entre los
bautizandos Alguien que sobresale y ante quien sería mejor ceder el puesto.
Jesús, no ungido aún, se enfrenta al primer desacuerdo con su docilidad al
designio, y por medio de una voz autorizada, respetada, consolidada por la
aceptación de su ministerio en el Jordan. Y Jesús, desde su misión insiste, y
Juan desde la suya escucha, no obstante su sentido de indignidad. Modos de
lidiar con situaciones del Espíritu, en donde oponemos argumentos que parecerían favorecer la causa
del reino, pero con el riesgo de desvirtuar el envío del Padre.
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