Viernes 1 de Cuaresma
Ezequiel 18,21-28
REFLEXIÓN
Si el malvado(rasha:impío) se convierte de
los pecados cometidos y guarda mis preceptos, practica el derecho y la
justicia, ciertamente vivirá y no morirá.
No se
exalta al criminal, ni al pecador, sino su conversión. Y lo que muestran los
evangelios: es a pecadores condenados por la sociedad, por incurrir en una
situación o coyuntura pecaminosa, sin considerar la potencialidad de conversión
que tiene, a lo largo de su existencia.
El
juicio final corresponde a Dios. A nosotros nos corresponde la conversión, para
vivir definitivamente.
Nuestro
asunto es la conversión. De eso trata la buena nueva: hay oportunidad para la
conversión y para la vida, aunque seamos malvados.
¿Acaso quiero yo la muerte del malvado
-oráculo del Señor-, y no que se convierta de su conducta y que viva?
Su designio
es que todos vivamos, cuando nos convirtamos del pecado por pecadores.
Si el justo se aparta de su justicia y
comete maldad, imitando las abominaciones del malvado, ¿vivirá acaso?; no se
tendrá en cuenta la justicia que hizo: por la iniquidad que perpetró y por el
pecado que cometió, morirá.
Tan
generoso con unos: el malvado que se convierte. Y aparentemente tan mezquino
con otros: el justo que peca.
Entre
los humanos tenemos ejemplo de ambos en algunas oportunidades. Por ejemplo
cuando alguien obra mal, clamamos por una segunda oportunidad para él o ella.
Y cuando
alguien obra mal, también clamamos por su extinción prácticamente, como el caso
reciente de los curas pederastas.
Pero
Jesús de Nazaret va más lejos y habla de setenta veces siete otorgar el perdón
al hermano. Lo cual debe reflejar el perdón del Padre.
Esto
fundamenta la esperanza en una instancia que no es apasionada e interesada como
nosotros sino más justa, que sabe cómo regenerarnos.
Porque
no somos ni permanecemos justos por herencia ni títulos ganados, sino por la
justicia que constantemente actuamos, y por la conversión que nos devuelve la
justicia del Señor, su justificación.
Cuando el justo se aparta de su justicia,
comete la maldad y muere, muere por la maldad que cometió. Y cuando el malvado
se convierte de la maldad que hizo y practica el derecho y la justicia, él
mismo salva su vida.
No se
descarta que el Señor no tenga nada que hacer frente a nuestra decisión y
responsabilidad de darnos a nosotros la vida o la muerte, según la justicia o
iniquidad con la que obramos.
Salmo responsorial:
129
REFLEXIÓN
Desde lo hondo a ti grito, Señor;
La
existencia, las circunstancias de la vida, lo que va aconteciendo nos va
ubicando, en diferentes periodos de maduración, en coyunturas de hondura, desde
las cuales clamamos.
Nos la
pasamos clamando, pero no siempre ni a la primera, con total hondura. Por que
este clamor es la aceptación de que el Señor es único, el único. Es la vida, de
sentido y significado, que eventualmente se desdibuja.
Nos
recomienda el evangelio entrar en lo secreto para orar. Allí donde se mueven
los pensamientos más íntimos, los anhelos más apegados, en la fibra del alma, y
lo recóndito del corazón.
Si llevas cuenta de los delitos, Señor, /
¿quién podrá resistir? / Pero de ti procede el perdón, / y así infundes respeto
El fondo
del clamor: la conciencia de nuestra distancia, de nuestro desvío, de haber
dañado la relación más fundamental de la existencia. Pero también, en paradoja,
la vivencia de que no tenemos dónde más ir.
de ti procede el perdón, / y así infundes
respeto.
No lo
impones por castigo y severidad. Sino por misericordia ganas nuestro respeto y
glorificación.
Mi alma espera en el Señor, / espera en su
palabra; / mi alma aguarda al Señor
Estamos
esperando tu día, que es el de nuestra liberación.
De allí
surge como manantial la fuerza para esperar. Porque la paciencia es una fuerza
más que una pasividad.
Porque del Señor viene la misericordia, /
la redención copiosa
Tantos
siglos de revelación de la Palabra a esto conspiran: al designio de
misericordia.
Mateo 5,20-26
REFLEXIÓN
te acuerdas allí mismo de que tu hermano
tiene quejas contra ti
vete primero a reconciliarte con tu
hermano, y entonces vuelve a presentar tu ofrenda
La
reconciliación fraterna es una señal que nos damos, para para lograr entrar en
la audiencia del Señor y ser escuchados en nuestra plegaria.
Nuestra
oración se sitúa en la fraternidad, tal como lo dice el Padrenuestro:
perdónanos nuestras deudas como nosotros perdonamos…Así mostramos nuestra
disposición a reconocer que somos hermanos y que Dios es padre de todos, y que
reconocemos esa paternidad.
He aquí
el sacramento y el signo de lo que encontramos en el Señor. Su misericordia
está vinculada a nuestra capacidad de reconciliación. Nos los marca el
Padrenuestro.
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