San Agustín Comentario sobre los salmos
47, 7
Lo que habíamos oído lo hemos visto. ¡Oh
bienaventurada Iglesia! En un tiempo oíste, en otro viste. Oíste en el tiempo
de las promesas, viste en el tiempo de su realización; oíste en el tiempo de
las profecías, viste en el tiempo del Evangelio. En efecto, todo lo que ahora
se cumple había sido antes profetizado. Levanta, pues, tus ojos y esparce tu
mirada por todo el mundo; contempla la heredad del Señor difundida ya hasta los
confines del orbe; ve cómo se ha cumplido ya aquella predicción: Que se postren
ante él todos los reyes, y que todos los pueblos le sirvan. Y aquella otra:
Elévate sobre el cielo, Dios mío, y llene la tierra tu gloria. Mira a aquel
cuyas manos y pies fueron traspasados por los clavos, cuyos huesos pudieron
contarse cuando pendía en la cruz, cuyas vestiduras fueron sorteadas; mira cómo
reina ahora el mismo que ellos vieron pendiente de la cruz. Ve cómo se cumplen
aquellas palabras: Lo recordarán y volverán al Señor hasta de los confines del
orbe; en su presencia de postrarán las familias de los pueblos. Y, viendo esto,
exclama lleno de gozo: Lo que habíamos oído lo hemos visto. Con razón se
aplican a la Iglesia llamada de entre los gentiles las palabras del salmo:
Escucha, hija, mira: olvida tu pueblo y la casa paterna. Escucha y mira: primero
escuchas lo que no ves, luego verás lo que escuchaste. Un pueblo extraño –dice
otro salmo– fue mi vasallo; me escuchaban y me obedecían. Si obedecían porque
escuchaban es señal de que no veían. ¿Y cómo hay que entender aquellas
palabras: Verán algo que no les ha sido anunciado y entenderán sin haber oído?
Aquellos a los que no habían sido enviados los profetas, los que anteriormente
no pudieron oírlos, luego, cuando los oyeron, los entendieron y se llenaron de
admiración. Aquellos otros, en cambio, a los que habían sido enviados, aunque
tenían sus palabras por escrito, se quedaron en ayunas de su significado y,
aunque tenían las tablas de la ley, no poseyeron la heredad. Pero nosotros, lo
que habíamos oído lo hemos visto. En la ciudad del Señor de los ejércitos, en
la ciudad de nuestro Dios. Aquí es donde hemos oído y visto. Dios la ha fundado
para siempre. No se engrían los que dicen: El Mesías está aquí o está allí. El
que dice: Está aquí o está allí induce a división. Dios ha prometido la unidad:
los reyes se alían, no se dividen en facciones. Y esta ciudad, centro de unión
del mundo, no puede en modo alguno ser destruida: Dios la ha fundado para
siempre. Por tanto, si Dios la ha fundado para siempre, no hay temor de que
cedan sus cimientos.
REFLEXIÓN
La evidencia del cumplimiento de las promesas en su tiempo fue Jesús: predicando y actuando, muriendo y resucitando. Él mismo entendió que después la evidencia costaría mucho más para la entrega de la fe, porque elevo a rango de bienaventuranza creer después que él y su generación hubieran desaparecido. Hoy estamos en un período particularmente difícil para l evidencia de fe por la cultura positivista y tecnológica, pero somos igualmente bienaventurados si creemos.