domingo, 3 de abril de 2022

PALABRA COMENTADA

 

Domingo 5 de Cuaresma

Isaías 43, 16-21



REFLEXIÓN

para apagar la sed de mi pueblo, de mi escogido, el pueblo que yo formé, para que proclamara mi alabanza

Pueblo de Dios según el Vaticano II es el nombre propio de la Iglesia. Es una realidad que surge por amor del Señor, con una misión: anunciar e incoar el reino de Dios.

Él la forma en su unidad, santidad, catolicidad y apostolicidad. Para que supere sus divisiones, muestre la santidad del amor incondicional del Padre, abrace todas las etnias y sus culturas, y no descanse en anunciar la buena nueva.

Ese talante y tal perfil no se logra a golpe de llamar pueblo de Dios a cualquier realidad popular, aunque todo lo popular es un aporte para la construcción del único pueblo de Dios.

Porque las realidades de la creación permanecerán transformadas el último día. Sin transformación ninguna realidad, ni pueblo subsistirá ante el Señor, que consuma la historia.

El dogma que afirma que el pueblo es la voz de Dios, se refiere a un pueblo transformado, que efectivamente proclama la gloria del Señor.

Porque las realidades populares no transformadas también están sujetas a la corrupción que padecen los individuos y también pecan. Por eso toda religiosidad popular por atractiva y respaldada que aparezca, llama a una evangelización para ser transformada.

Salmo responsorial: 125



REFLEXIÓN

Cuando el Señor cambió la suerte de Sión, nos parecía soñar

Porque nuestra fe evangélica nos ayuda a comprender los cambios, en cuanto son portadores de una novedad, fruto de la transformación del Espíritu.

Vivimos un tiempo de inflación de cambios, como si todos construyeran algo radicalmente nuevo. Somos noveleros corriendo tras novedades.

Sin embargo el cambio que importa, el que nos ubica en la novedad prima, es el del Espíritu en la historia corriente humana.

Anhelamos cambios muchas veces justificados para superar situaciones límite, dolorosas, sin salida, injustas. Pero en nuestra construcción no metemos Espíritu, no le damos lugar explícito, aunque eso no impide que siga actuando y transformando, aun a nuestro pesar.

Filipenses 3, 8-14



REFLEXIÓN

Por él lo perdí todo, y todo lo estimo basura con tal de ganar a Cristo y existir en él, no con una justicia mía, la de la Ley, sino con la que viene de la fe de Cristo, la justicia que viene de Dios y se apoya en la fe

No todo lo que se pierde se tiene como basura. La Palabra en Pablo indica un conocimiento que sobreviene por parte del Señor como un don.

Porque muchas pérdidas las lloramos sin consuelo durante periodos prolongados, y su conversión en basura no llega.

Para conocerlo a él, y la fuerza de su resurrección, y la comunión con sus padecimientos, muriendo su misma muerte, para llegar un día a la resurrección de entre los muertos

Cuando caemos en cuenta que la pérdida ha dado lugar a una nueva perspectiva, a una novedad, a un cambio del Espíritu, entonces hemos logrado el conocimiento del Señor.

No es que ya haya conseguido el premio, o que ya esté en la meta

Un logro paradójico que se teje con vigilancia y alerta, mientras llega el fin.

olvidándome de lo que queda atrás y lanzándome hacia lo que está por delante, corro hacia la meta, para ganar el premio, al que Dios desde arriba llama en Cristo Jesús.

Lo hemos de pedir para nosotros, como pueblo formando de Dios, de modo que no paremos de correr hasta procurar el premio.

Juan 8, 1-11



REFLEXIÓN

"El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra."

"Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más."

Nadie puede quitar la vida por un pecado a nadie. La pena de muerte es un asunto inventado por la cultura humana y no tiene que ver con el pecado.

Esto por dos razones: por la supremacía del dominio del Señor sobre la vida, que aceptamos por fe. Y porque todos somos pecadores y no es válido que pecadores, aun perdonados, quiten la vida a pecadores por un pecado.

Lo que sí está en nuestras manos es la aplicación del consejo de Jesús: no pecar más.

https://twitter.com/motivaciondehoy/status/1510579715257556992?s=20&t=zoihvh-GjGYQxsX4tX5Bwg

 

DOCTORES DE LA IGLESIA

 


San Atanasio Carta 14, 1-2

El Verbo, que por nosotros quiso serlo todo, nuestro Señor Jesucristo, está cerca de nosotros, ya que él prometió que estaría continuamente a nuestro lado. Dijo en efecto: Sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Y, del mismo modo que es a la vez pastor, sumo sacerdote, camino y puerta, ya que por nosotros quiso serlo todo, así también se nos ha revelado como fiesta y solemnidad, según aquellas palabras del Apóstol: Ha sido inmolada nuestra víctima pascual: Cristo; puesto que su persona era la Pascua esperada.

REFLEXIÓN

La base de nuestra expectativa esperanzada por la cercanía de Jesús, es su promesa de estar a nuestro lado hasta el fin del mundo. Él que a su vez creyó en la promesa de los Padres de Israel, y en ellos del propio Dios Padre, quien ha venido prometiendo durante toda la historia de salvación.

Desde esta perspectiva, cobran un nuevo sentido aquellas palabras del salmista: Tú eres mi júbilo: me libras de los males que me rodean. En esto consiste el verdadero júbilo pascual, la genuina celebración de la gran solemnidad, en vernos libres de nuestros males; para llegar a ello, tenemos que esforzarnos en reformar nuestra conducta y en meditar asiduamente, en la quietud del temor de Dios.

REFLEXIÓN

El júbilo es gratuito, pero recaba un reconocimiento y elecita un comportamiento congruo, proporcionado. No andan igual quienes esperan jubilosos que quienes viven sin esperanza. Por eso nuestro júbilo entraña una condescendencia con el desesperado o la desesperada, para intentar compartir nuestro júbilo pascual.

Así también los santos, mientras vivían en este mundo, estaban siempre alegres, como siempre estuvieran celebrando fiesta; uno de ellos, el bienaventurado salmista, se levantaba de noche, no una sola vez, sino siete, para hacerse propicio a Dios con sus plegarias. Otro, el insigne Moisés, expresaba en himnos y cantos de alabanza su alegría por la victoria obtenida sobre el Faraón y los demás que habían oprimido a los hebreos con duros trabajos. Otros, finalmente, vivían entregados con alegría al culto divino, como el gran Samuel y el bienaventurado Elías; ellos, gracias a sus piadosas costumbres, alcanzaron la libertad, y ahora celebran en el cielo la fiesta eterna, se alegran de su antigua peregrinación, realizada en medio de tinieblas, y contemplan ya la verdad que antes sólo habían vislumbrado. Nosotros, que nos preparamos para la gran solemnidad, ¿qué camino hemos de seguir? Y, al acercarnos a aquella fiesta, ¿a quién hemos de tomar por guía? No a otro, amados hermanos, y en esto estaremos de acuerdo vosotros y yo, no a otro, fuera de nuestro Señor Jesucristo, el cual dice: Yo soy el camino. Él es, como dice san Juan, el que quita el pecado del mundo; él es quien purifica nuestras almas, como dice en cierto lugar el profeta Jeremías: Paraos en los caminos a mirar, preguntad: «¿Cuál es el buen camino?»; seguidlo, y hallaréis reposo para vuestras almas. En otro tiempo, la sangre de los machos cabríos y la ceniza de la ternera esparcida sobre los impuros podía sólo santificar con miras a una pureza legal externa; mas ahora, por la gracia del Verbo de Dios, obtenemos una limpieza total; y así en seguida formaremos parte de su escolta y podremos ya desde ahora como situados en el vestíbulo de la Jerusalén celestial, preludiar aquella fiesta eterna; como los santos apóstoles, que siguieron al Salvador como a su guía, y por esto eran, y continúan siendo hoy, los maestros de este favor divino; ellos decían, en efecto: Nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido. También nosotros nos esforzamos por seguir al Señor no sólo con palabras, sino también con obras.