martes, 9 de enero de 2024

PALABRA COMENTADA

 

Martes 1 de tiempo ordinario

Año Par

1Samuel 1, 9-20



REFLEXIÓN

Llegados a su casa de Ramá, Elcaná se unió a su mujer, Ana, y el Señor se acordó de ella. Ana concibió, dio a luz un hijo y le puso de nombre Samuel, diciendo: "¡Al Señor se lo pedí!"

La mujer fértil continúa siendo en diferentes culturas una normalidad, un suceso común.

Sin embargo, la suerte de otras infértiles, por contraste hace frágil esta normalidad, porque también la infertilidad es frecuente.

Y en toda cultura concebir y dar a luz un hijo sano se sigue viendo como algo muy bueno, tanto así que al nacer la madre pregunta con cierta ansiedad:¿nació completo, nació sano?.

La Palabra nos ayuda a mirar más hondo en la bendición del Señor, presente en la  fertilidad, pero también presente en el nacimiento defectuoso, y aun en la infertilidad, tal como muchas parejas nos enseñan a vivirlo.

Porque los infértiles-hombres y mujeres-se pueden abrir con generosidad a la adopción, en caso de que sus esfuerzos por corregir la naturaleza fracasen.

Y los padres de niños enfermos, que reciben una carga y un problema, con frecuencia reaccionan asumiendo su misión de dar existencia digna al débil.

Otro ángulo de la fertilidad es la concepción de hijos en y para la miseria y pobreza. Son muchas las parejas que no saben cómo administrar este poder de transmitir vida. Y se multiplican irresponsablemente.

Pero la responsabilidad también corresponde a quienes pueden diseñar un mundo más humano y equitativo, en el que un recién nacido goce de oportunidades de crecimiento, y no más bien se considere condenado a la indignidad.

Interleccional: 1Samuel 2



REFLEXIÓN

mi poder se exalta por Dios

La maternidad es una potencialidad donada, no arrebatada, ni por derecho. Es una misión para quien la posee. Involucra en un proceso de humanización digna, ante la que no siempre se encuentra la pareja a la altura.

Incluso hay especies de animales que enseñan más calidad en la paternidad-maternidad, que algunos de nuestros humanos.

El Señor nos ayuda a cualificar este poder humano de transmisión de la existencia. Es una sociedad, una asociación, una cooperación para la vida junto con el Creador. Somos sus socios!

la mujer estéril da a luz siete hijos, mientras la madre de muchos queda baldía

La fertilidad humana realza el poder prolífico de Dios en la naturaleza, para los creyentes en un Creador. Se muestra como un bien común, para muchos, para los más.

Como don de Dios es distribuído entre la muchedumbre sin sectarismos, ni divisiones de raza, fortuna, credo o cualquier otro motivo.

Por eso el canto de Ana, y luego el de María la madre de Jesús, es reinvindicativo: se glorifica al Señor que corrige los males de la cultura, emponzoñada por la división y la opresión del más fuerte y afortunado.

Marcos 1,21-28



REFLEXIÓN

el sábado siguiente fue a la sinagoga a enseñar

La comunidad recuerda o ha escuchado de Jesús como maestro, en el lugar donde se aprendía a base de las Escrituras en aquel tiempo: la sinagoga.

La sinagoga se ofrecía como una cátedra en la que se daba un comentario de la Palabra recibida como del Señor y se aplicaba a la vida de cada día.

se quedaron asombrados de su doctrina, porque no enseñaba como los escribas, sino con autoridad

El método de Jesús nace de su contacto y observación con la realidad de su entorno. Hace que su reflexión sea fresca, de primera mano y apegada a la vida corriente.

No necesitaba, ni hacía gala de erudición sobre lo que otros habían dicho como interpretación de la Palabra. Se atrevía, con su experiencia a proponer su propia interpretación.

El Espíritu que nos ha concedido nos urge a elaborar nuestra propia interpretación, para que así la Palabra habíte en nuestra vida concreta.

El magisterio es un referente para ayudarnos pero no suple nuestra interpretación.

"¿Qué es esto? Este enseñar con autoridad es nuevo. Hasta a los espíritus inmundos les manda y le obedecen."

La Palabra asumida con la propia experiencia en fe nos conduce al afrontamiento de un anti-reino y a la construcción de un reino.

No lo inventamos sino que lo recreamos en nuestras circunstancias concretas.

El sentido de autoridad que se enfatiza es el de una realidad tan contundente que no precisa más discusión y ahí muere toda.

Se impone una realidad desconocida, o no usual. Se acredita un hombre fuerte, por la seguridad de lo que dice y hace, sin titubeos.

Comunica que él sabe lo que hace, que se pueden fiar, y que seguirlo es algo seguro y no fraudulento. Algo de lo que carecemos hoy: percibir un guía que no es un fraude.

Somos muchos los que vivenciamos la fragilidad por sentirnos incompletos, inacabados y fraudes. No somos lo que decimos y actuamos que queremos ser. Somos inconsistentes. Pero en algunos se puede percibir una chispa redentora que creciendo puede llevar a una restauración aceptable.

Una precisión de Marcos que marca la diferencia. Lo común era que letrados que podían leer y escribir, abundasen en la sabiduría de las profecías, por los comentarios de otros letrados anteriores. Se trataba de una escritura comentada tradicionalmente: el talmud.

Jesús no sigue ese método. Abre una nueva forma de aproximación a la Escritura. Habla por sí mismo, da su propia ciencia, no pide aprobación. Entre sus escuchas se siente la autoridad, el peso de lo que dice, pero también la heterodoxia, porque no sigue el camino de otros.

El espíritu inmundo lo retorció y, dando un grito muy fuerte, salió

La sanación tiene lugar con muy pocos detalles dramáticos, dando a entender una posesión demoníaca.

Con este gesto Jesús muestra que su enseñanza entraña un cambio en la realidad de las cosas. Se trata de restaurar a hombres y mujeres en sufrimiento, a una vida más digna.


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BEATO CARLO

 


 

De la Regla monástica mayor de san Basilio Magno, obispo
(Respuesta 2, 1: PG 31, 908-910)

 

TENEMOS DEPOSITADA EN NOSOTROS UNA FUERZA QUE NOS CAPACITA PARA AMAR

 

El amor de Dios no es algo que pueda aprenderse con unas normas y preceptos. Así como nadie nos ha enseñado a gozar de la luz, a amar la vida, a querer a nuestros padres y educadores, así también, y con mayor razón, el amor de Dios no es algo que pueda enseñarse, sino que desde que empieza a existir este ser vivo que llamamos hombre es depositada en él una fuerza espiritual, a manera de semilla, que encierra en sí misma la facultad y la tendencia al amor. Esta fuerza seminal es cultivada diligentemente y nutrida sabiamente en la escuela de los divinos preceptos y así, con la ayuda de Dios, llega a su perfección.

Por eso nosotros, dándonos cuenta de vuestro deseo por llegar a esta perfección, con la ayuda de Dios y de vuestras oraciones, nos esforzaremos, en la medida en que nos lo permita la luz del Espíritu Santo, por avivar la chispa del amor divino escondida en vuestro interior.

Digamos en primer lugar que Dios nos ha dado previamente la fuerza necesaria para cumplir todos los mandamientos que él nos ha impuesto, de manera que no hemos de apenarnos como si se nos exigiese algo extraordinario, ni hemos de enorgullecernos como si devolviésemos a cambio más de lo que se nos ha dado. Si usamos recta y adecuadamente de estas energías que se nos han otorgado, entonces llevaremos con amor una vida llena de virtudes; en cambio, si no las usamos debidamente, habremos viciado su finalidad.

En esto consiste precisamente el pecado, en el uso desviado y contrario a la voluntad de Dios de las facultades que él nos ha dado para practicar el bien; por el contrario, la virtud, que es lo que Dios pide de nosotros, consiste en usar de esas facultades con recta conciencia, de acuerdo con los designios del Señor.

Siendo esto así, lo mismo podemos afirmar de la caridad. Habiendo recibido el mandato de amar a Dios, tenemos depositada en nosotros, desde nuestro origen, una fuerza que nos capacita para amar; y ello no necesita demostrarse con argumentos exteriores, ya que cada cual puede comprobarlo por sí mismo y en sí mismo. En efecto, un impulso natural nos inclina a lo bueno y a lo bello, aunque no todos coinciden siempre en lo que es bello y bueno; y, aunque nadie nos lo ha enseñado, amamos a todos los que de algún modo están vinculados muy de cerca a nosotros, y rodeamos de benevolencia, por inclinación espontánea, a aquellos que nos complacen y nos hacen el bien.

Y ahora yo pregunto, ¿qué hay más admirable que la belleza de Dios? ¿Puede pensarse en algo más dulce y agradable que la magnificencia divina? ¿Puede existir un deseo más fuerte e impetuoso que el que Dios infunde en el alma limpia de todo pecado y que dice con sincero afecto: Desfallezco de amor? El resplandor de la belleza divina es algo absolutamente inefable e inenarrable.