sábado, 20 de enero de 2024

PALABRA COMENTADA

Sábado 2 de tiempo ordinario

Año Par

2Samuel 1, 1-27



REFLEXIÓN

¡Cómo sufro por ti, Jonatán, hermano mío! ¡Ay, cómo te quería! Tu amor era para mí más maravilloso que el amor de mujeres.

Este pasaje muestra un gran dolor por la muerte del amigo entrañable. Amado en forma especial. Uno de los hitos en la escala del amar: amor entre hombres.

Se usa este texto-para algunos se abusa-como justificación de la homosexualidad por parte de la Palabra.

Es anacrónico pronunciarse sobre enfoques actuales de cualquier problemática, fundamentados o legitimados por pasajes bíblicos, cuando quizás-hay que dar el beneficio de la duda- no tuvieron esa intención que le proyectamos.

Pero con todo, habla de una gran amistad entre hombres, como lo que pueden insinuar la de los compañeros de una causa, que se solidarizan unos con otros en su caminar, o los íntimos que encuentran una paz sin comparación, en compartir confidencias.

La Palabra recoge estas emociones humanas, cuyos atisbos hasta podemos entrever en la lealtad de ciertos animales, como preludio de la gran amistad con el Señor, que plenifica todos los matices, y en quien la pureza del amor del corazón humano es acogida, sin etiquetas de homofilia, homosexualidad u homofobia. En esto nos rebasa, como en otras cosas, su misterio.

Salmo responsorial: 79



REFLEXIÓN

Pastor de Israel, escucha

Es lo que nos inspira el Espíritu que alentó este salmo: que vayamos al Pastor que escucha. Que creamos que Él escucha. Que su silencio, su invisibilidad, su Misterio, no significan oidos sordos.

Marcos 3,20-21



REFLEXIÓN

no los dejaban ni comer.

Así de intensa era su vida pro muchos. 

al enterarse su familia, vinieron a llevárselo, porque decían que no estaba en sus cabales.

Es curioso que una familia no esté orgullosa de la fama que acumula su familiar. Y más porque entre los discípulos hay también parientes.

Porque en las familias habrá quienes entiendan y quienes no. De ahí una división que produce el evangelio, verdad de Dios. 

No hay que temer a esas divisiones. Son necesarias para definir posiciones y liberar la energía de la palabra asegurando su pureza y eficacia.

Debemos pensar que en esa familia estaba María su madre. Quien a pesar de guardar las cosas en su corazón, no siempre tenía claridad suficiente para dar con la clave del misterio de su hijo.

Como nosotros en nuestras relaciones. No siempre tenemos claridad de las intenciones de las conductas de nuestros allegados. Y también tildamos de locura lo que no entendemos.

Jesús afrontó esa contradicción de sus parientes, porque persistió en su ministerio. La lealtad al Padre era superior.

Que es lo que podemos decir de quiénes vemos persistir en su ministerio de solidaridad, no obstante ser criticados por su conflictividad.

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La amistad entre hombres no es frecuentemente citada por la Palabra. Y en el Nuevo Testamento aparece tambièn con el apòstol Juan y Jesùs. A la vez la amistad de Jesùs con la mujer. Es el reflejo de un aspecto del amor y amistad que alberga sentimientos profundos de comprensiòn, ternura, y lealtad. Otra forma de revelar el Misterio de misericordia y el amar de Dios infinitamente bueno.

Salmo responsorial: 79

La queja frecuente de parte del rebaño es sobre el supuesto abandono y poca atenciòn del pastor. Êste siempre serpa ingrato a sus ojos, porque nunca serà capaz de satisfacer a todos. Su amor y amistad es para muchos y muchas. Los que lo reciben lo desean posesivo.

Marcos 3, 20-21

La actividad de Jesùs, su servir era intenso y dedicado aun renunciando a su descanso. Un servicio agotador que no siempre es recompensado ni reconocido. Un gènero de amistad o amor generosos que pone el ènfasis màs en dar que en recibir, y para lo cual se requiere una frecuente nutriciòn de manera que no cese la entrega ni se falle a quienes lo necesitan.

BEATO CARLO

LÚCIDA Y LIBREMENTE OFRECE SU VIDA
 
Del Tratado de san Ireneo, obispo, Contra las herejías

                                        (Libro 4, 18, 1-2. 4. 5: SC 100, 596-598. 606. 610-612)


LA OBLACIÓN PURA DE LA IGLESIA

El sacrificio puro y acepto a Dios es la oblación de la Iglesia, que el Señor mandó que se ofreciera en todo el mundo, no porque Dios necesite nuestro sacrificio, sino porque el que ofrece es glorificado él mismo en lo que ofrece, con tal de que sea aceptada su ofrenda. La ofrenda que hacemos al rey es una muestra de honor y de afecto; y el Señor nos recordó que debemos ofrecer nuestras ofrendas con toda sinceridad e inocencia, cuando dijo: Si al llevar tu ofrenda al altar te acuerdas que un hermano tuyo tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda ante el altar, y ve primero a reconciliarte con tu hermano; vuelve luego y presenta tu ofrenda. Hay que ofrecer a Dios las primicias de su creación, como dice Moisés: No te presentarás al Señor tu Dios con las manos vacías; de este modo el hombre, hallado grato en aquellas mismas cosas que a él le son gratas, es honrado por parte de Dios.

Y no hemos de pensar que haya sido abolida toda clase de oblación, pues las oblaciones continúan en vigor ahora como antes: el antiguo pueblo de Dios ofrecía sacrificios y la Iglesia los ofrece también. Lo que ha cambiado es la forma de la oblación, puesto que los que ofrecen no son ya siervos, sino hombres libres. El Señor es uno y el mismo, pero es distinto el carácter de la oblación, según sea ofrecida por siervos o por hombres libres; así la oblación demuestra el grado de libertad. Por lo que se refiere a Dios nada hay sin sentido, nada que no tenga su significado y su razón de ser. Y por esto los antiguos hombres debían consagrarle los diezmos de sus bienes; pero nosotros, que ya hemos alcanzado la libertad, ponemos al servicio del Señor la totalidad de nuestros bienes, dándolos con libertad y alegría, aun los de más valor, pues lo que esperamos vale más que todos ellos; echamos en el cepillo de Dios todo nuestro sustento, imitando así el desprendimiento de aquella viuda pobre del evangelio.

Es necesario, por tanto, que presentemos nuestra ofrenda a Dios y que le seamos gratos en todo, ofreciéndole con mente sincera, con fe sin mezcla de engaño, con firme esperanza, con amor ferviente, las primicias de su creación. Esta oblación pura sólo la Iglesia puede ofrecerla a su Hacedor, ofreciéndole con acción de gracias del fruto de su creación.

Le ofrecemos, en efecto, lo que es suyo, significando con nuestra ofrenda nuestra unión y mutua comunión, y proclamando nuestra fe en la resurrección de la carne y del espíritu. Pues del mismo modo que el pan, fruto de la tierra, cuando recibe la invocación divina, deja de ser pan común y corriente y se convierte en eucaristía, compuesta de dos realidades, terrena y celestial, así también nuestros cuerpos, cuando reciben la eucaristía, dejan ya de ser corruptibles, pues tienen la esperanza de la resurrección