sábado, 27 de enero de 2024

BEATO CARLO

EL BEATO CARLO POR SU FE OBTUVO LA ACEPTACIÓN GOZOSA DE SU MUERTE 

De la Constitución pastoral Gaudium et spes, sobre la Iglesia en el mundo actual, del Concilio Vaticano segundo
(Núms. 18. 22)

 

EL MISTERIO DE LA MUERTE

 

El enigma de la condición humana alcanza su vértice en presencia de la muerte. El hombre no sólo es torturado por el dolor y la progresiva disolución de su cuerpo, sino también, y mucho más, por el temor de un definitivo aniquilamiento. El ser humano piensa muy certeramente cuando, guiado por un instinto de su corazón, detesta y rechaza la hipótesis de una total ruina y de una definitiva desaparición de su personalidad. La semilla de eternidad que lleva en sí, al ser irreductible a la sola materia, se subleva contra la muerte. Todos los esfuerzos de la técnica moderna, por muy útiles que sean, no logran acallar esta ansiedad del hombre: pues la prolongación de una longevidad biológica no puede satisfacer esa hambre de vida ulterior que, inevitablemente, lleva enraizada en su corazón.

 

Mientras toda imaginación fracasa ante la muerte, la Iglesia, adoctrinada por la divina revelación, afirma que el hombre ha sido creado por Dios para un destino feliz que sobrepasa las fronteras de la mísera vida terrestre. Y la fe cristiana enseña que la misma muerte corporal, de la que el ser humano estaría libre si no hubiera cometido el pecado, será vencida cuando el omnipotente y misericordioso Salvador restituya al hombre la salvación perdida por su culpa. Dios llamó y llama al hombre para que, en la perpetua comunión de la incorruptible vida divina, se adhiera a él con toda la plenitud de su ser. Y esta victoria la consiguió Cristo resucitando a la vida y liberando al hombre de la muerte con su propia muerte. La fe, por consiguiente, apoyada en sólidas razones, está en condiciones de dar a todo hombre reflexivo la respuesta al angustioso interrogante sobre su porvenir; y al mismo tiempo le ofrece la posibilidad de una comunión en Cristo con los seres queridos, arrebatados por la muerte, confiriendo la esperanza de que ellos han alcanzado ya en Dios la vida verdadera.

 

Ciertamente urgen al cristiano la necesidad y el deber de luchar contra el mal, a través de muchas tribulaciones, y de sufrir la muerte; pero, asociado al misterio pascual y configurado con la muerte de Cristo, podrá ir al encuentro de la resurrección robustecido por la esperanza.

 

Todo esto es válido no sólo para los que creen en Cristo, sino para todos los hombres de buena voluntad, en cuyo corazón obra la gracia de un modo invisible;

 

puesto que Cristo murió por todos y una sola es la vocación última de todos los hombres, es decir, la vocación divina, debemos creer que el Espíritu Santo ofrece a todos la posibilidad de que, de un modo que sólo Dios conoce, se asocien a su misterio pascual.

 

Éste es el gran misterio del hombre, que, para los creyentes, está iluminado por la revelación cristiana. Por consiguiente, en Cristo y por Cristo se ilumina el enigma del dolor y de la muerte, que, fuera de su Evangelio, nos aplasta. Cristo resucitó, venciendo a la muerte con su muerte, y nos dio la vida, de modo que, siendo hijos de Dios en el Hijo, podamos clamar en el Espíritu: ¡Padre!

viernes, 26 de enero de 2024

PALABRA COMENTADA

Santos Timoteo y Tito

2Timoteo 1,1-8



REFLEXIÓN

llamado a anunciar la promesa de vida que hay en Cristo Jesús

Cuál es la vida prometida en Cristo Jesús? Y por qué hay sectores en aumento a los que no entusiasma tanto?

Se puede observar en las sociedades ricas o en proceso de riqueza, una tendencia a la pérdida de religiosidad, mientras en las menos ricas hay una tendencia a incrementarse o mantenerse.

Es importante el mensaje de la Palabra sobre la vida que Jesús vivió y la que ofrece, y a la propagación de la cual se ufana Pablo en su carta.

Y sí podemos captar de esa vida algo que parece fundamental: pobreza y familiaridad con Dios Padre.

Los que luego emulan a Jesús y le siguen en diferentes momentos de la historia, en su mayoría destacan por la pobreza y la unión con el Señor.

La pobreza y el amor a los pobres como estilo de vida y la comunión con el Padre, son nuestros referentes en la participación de la vida nueva que Jesús nos comunica.

Eso nos lleva a una revisión de nuestro sentido de pobreza y cómo la vivimos. Y a su vez cómo esto contribuye a nuestra familiaridad con Dios.

refrescando la memoria de tu fe sincera, esa fe que tuvieron tu abuela Loide y tu madre Eunice, y que estoy seguro que tienes también tú

La fe en la vida que nos ofrece y comparte Jesús, no brota como un hongo al azar, aunque Dios todo lo puede.

Como don suele estar asociado a las condiciones favorables familiares que la cuidan y la nutren.

Toma parte en los duros trabajos del Evangelio, según la fuerza de Dios

El anhelo de evangelizar la vida nueva de Jesús es como un signo de cuán viva es en nosotros, y además de compartirla nos hace caer en cuenta de su importancia.

Pero evangelizar desde algún tipo de riqueza y autosuficiencia es una paradoja que esteriliza los esfuerzos en ese sentido.

Salmo responsorial: 95



REFLEXIÓN

Proclamad día tras día su victoria

La victoria del Señor se ha querido amarrar a nuestra fuerza testimonial. Y ésta no produce el efecto deseado si es una riqueza prepotente. La vida pobre es un lenguaje más persuasivo cuando comunica el don del Señor.

Porque cuando menos aferrados estamos a todo y nos vacíamos, somos más capaces de compartir y entregarnos con mayor generosidad. Así mostramos mejor la vida de Jesús.

Lucas 10,1-9



REFLEXIÓN

No llevéis talega, ni alforja, ni sandalias

Quedaos en la misma casa, comed y bebed de lo que tengan, por que el obrero merece su salario

comed los que os pongan, curad a los enfermos que haya

"Está cerca de vosotros el reino de Dios.""

Cuándo acercamos la vida de Jesús a los otros? Cuando actuamos con desprendimiento, en pobreza activa y viva. No en pobreza que signifique carencia, sino que muestre plenitud de bienes evangélicos: amor, paz, justicia, fraternidad.

Entonces la vida de Jesús prometida brota como un reino, un orden, una disposición de todas las cosas y de las relaciones.

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